Kaizen sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal cuando las puertas del gran salón se cerraron de un golpe, aislándolos a todos de la inmensidad vasta de Asgard.
El silencio que siguió era casi palpable, como una pesada manta de anticipación y tensión.
La multitud de dioses observaba atentamente, sus ojos brillando con una mezcla de curiosidad y escepticismo. Aún sostenía el peso de las cadenas rotas en sus manos, pero ahora lo sentía como una carga invisible, un recordatorio del colosal desafío que estaba a punto de enfrentar.
Con su presencia abrumadora, Thor ajustó su agarre en Mjolnir, su legendario martillo.
El arma parecía pulsar con energía propia, como si ansiara la batalla venidera. El Dios del Trueno, conocido tanto por su poder devastador como por su honor inquebrantable, fulminó a Kaizen con la mirada.