Dios de los Muertos

La criatura frente a Kaizen ya no era una horda de muertos vivientes, sino una amalgama grotesca y aterradora de cuerpos entrelazados para formar una abominación de carne podrida y huesos rotos. La abominación tenía varias cabezas, todas gritando en agonía eterna, con ojos vacíos pulsando con una luz oscura, como si el mismo infierno hubiera sido invocado a este pantano.

La niebla a su alrededor parecía viva, retorciéndose en respuesta a la presencia de este ser impío. Kaizen sentía la pesada humedad en su piel, mientras el fétido hedor a descomposición y muerte impregnaba el aire, dificultando la respiración. Miró hacia el cielo, pero todo lo que vio fue un vacío gris donde el sol parecía haber sido tragado por la oscuridad traída por Yan.