El Nigromante era solo una pieza en un juego mucho mayor, y el viaje ahora los llevaría a Vanaheim, el mundo de los Dioses Vanir, donde el próximo Evolucionado, que podría ser un aliado o un enemigo, los esperaba.
—Vamos... —murmuró Kaizen, sintiendo el peso del agotamiento en sus hombros. Guardó su espada con un movimiento lento y casi ritual.
A su lado, Alaric ajustó su capa y revisó los restos de sus suministros. La batalla había sido dura, pero el próximo día traería nuevos desafíos.
El viaje a Vanaheim había sido arduo. Kaizen y Alaric caminaron durante horas, a través de densos bosques y sobre montañas imponentes, hasta que finalmente vieron las altas y elegantes murallas de la ciudad élfica de Elandor.