El sol se había puesto más allá de los árboles frondosos cuando Marro finalmente se atrevió a moverse. Había permanecido oculto bajo el hueco durante horas, congelado de miedo y desesperación. Su pequeño cuerpo dolía, los músculos estaban acalambrados por la quietud, pero lo peor era el pesado silencio que aprisionaba sus oídos, el tipo de silencio que le decía que algo había salido terriblemente mal.
No más voces. No más pasos. No más búsquedas.
Solo... silencio.
Lentamente, con cautela, emergió, quitándose las hojas secas y la suciedad. Sus palmas estaban raspadas, y la pulsera que había luchado tanto por proteger ahora se sentía fría y pesada en su bolsillo. Sus piernas temblaban cuando se puso de pie.
Necesitaba ver a su amigo casi muerto, pero luego necesitaba ir a casa.
Necesitaba verlos.
Quizás ellos también estaban escondidos. Quizás estaban esperándolo.
El camino de regreso al pueblo de la manada estaba desierto.