La Rosa

Finalmente, exhausto, Gastone se derrumbó junto a un pequeño arroyo, el sonido del agua corriendo calmaba sus nervios desgastados.

Maxim yacía ahí, jadeando, el dolor en su pecho era ahora un sordo latido, un recordatorio constante de lo que había perdido. Estaba solo, verdaderamente solo por primera vez en su vida, y su peso era aplastante.

El lobo cerró los ojos, su cuerpo se hundía en la tierra fría y húmeda. No importaba si la noche era fría o si él estaba vulnerable allí. Nada importaba ya. No sin Lucía. No con el vínculo roto y su corazón en pedazos.

El lobo se acurrucó y gimió de dolor durante las siguientes dos horas hasta que sintió que había dado suficiente tiempo a Gastone para descansar.

El lobo se levantó lentamente, sus extremidades rígidas por el frío y el peso del duelo. Tomó una respiración profunda, inhalando el aroma del bosque: musgo húmedo, hojas en descomposición y el leve y agudo olor del arroyo cercano.