El Mordisco en su Cuello

El baño estaba lleno del suave y tranquilizador patrón del agua cascada desde la tina.

El vapor se elevaba en rizos, empañando el espejo y envolviendo el pequeño espacio en un reconfortante capullo de calor.

La luz tenue de una sola vela parpadeaba, proyectando sus siluetas contra las paredes azulejadas.

Rosina se metió bajo el chorro, el agua perlando en su piel como diamantes líquidos y su cabello pegado a sus hombros.

Draco la siguió, sus manos descansaban suavemente en la cintura de Rosina. Sus ojos se encontraron, y una conexión tácita se encendió entre ellos.

—Ven aquí —susurró Draco, su voz baja y ronca, apenas audible sobre el ritmo constante del agua.

Rosina se volvió hacia Draco, sus manos deslizándose por su pecho, trazando las líneas de sus músculos como si memorizara cada curva. —Me trajiste aquí contigo. ¿Cómo puedo escapar? —susurró seductoramente.