—Abel no perdió ni un segundo en cuanto llegaron a su habitación en la mansión prohibida —simplemente arrojó a Aries sobre la cama, sus ojos oscuros, pero su intención peligrosa era clara. La incomodidad de Aries después de que su cuñada y nieta la encontraron besándose con él no duró mucho al verlo desabotonándose la camisa con sus ojos clavados en ella.
Ella se mordió el labio, apoyando su codo contra el colchón. Sus ojos se quedaron fijos en su par de ojos magnetizantes, pero no pudo evitar bajar la mirada desde su cuello tenso hasta su pecho y abdominales descubiertos. Abel se quitó el chaleco y luego su camisa interior, levantando su rodilla en el borde del colchón con nada más que sus pantalones puestos.
Aries puso una mano sobre su pecho firme por instinto, mirando su rostro que estaba a solo una palma de distancia de ella.