Jódela hasta que le sangren las orejas.

—Ya sabes cómo funciona, cariño. Solo pídemelo y te satisfaré con gusto —dijo él.

—Mhm… —Aries gemía, temblando mientras Abel plantaba un beso en su trasero. Su respiración se hacía más pesada a medida que su mano hacía de todo en su núcleo, excepto introducirla dentro de ella.

—Por favor... mételo —ella solicitó a través de sus dientes apretados, volviéndose más desesperada con cada segundo que pasaba. Levantó la cabeza, revelando su rostro rojo como la remolacha y la lágrima en la esquina de sus ojos.

—Quiero que entres, ahora —confesó, haciendo que él sonriera con suficiencia.

—Entonces tu deseo es mi orden —Abel retiró su mano de su charco de humedad y la puso bajo su pantalón, sacando su erección. Captó su trago al verlo y cómo sus ojos brillaban en anticipación. Seguramente ella lo deseaba, probablemente más de lo que él la deseaba a ella, lo que para él era la primera vez.