—Sí, lo soy. Quedémonos así hoy... ¿o deberíamos montar un caballo y alejarnos del palacio? Escuché sobre el festival, y suena divertido unirnos a las festividades de nuestro pueblo. Tengamos una cita.
—Hmm... —Abel entrecerró los ojos mientras reflexionaba solemnemente.
—¿No quieres? —preguntó ella con simple curiosidad—. Podemos quedarnos aquí holgazaneando si quieres.
—No, no es eso, cariño. —Abel negó con la cabeza—. Simplemente me pregunto si hoy es mi cumpleaños.
Aries estalló en carcajadas.
—Ni siquiera sé cuándo es el mío.
—¡Cariño, realmente me haces feliz! —entonó, atrayéndola más cerca por la cintura—. No hice nada malo, ¿verdad?
—No te pediría una cita si lo hubieras hecho.
—Pero pedirme una cita y después cambiar de opinión es puro castigo.