Con suerte me podía levantar. Para obligarme, me lancé de la cama. Ya me pasé de la hora a la que me levantaba, no alcanzaría a hacer nada. La caída me dejó adolorido, pero me estimuló. De a poco cobré conciencia y antes de que me diera cuenta estaba en la cocina. Nadie apareció, al parecer Esmeralda ya se había marchado. No la puedo culpar, era tarde. Me dejó el desayuno preparado sobre la mesa. El pan se le quemó; la imaginé intentando quitarle la zona quemada, lo comí sin prejuicios.
Una vez dentro del colegio, lo vi, él también me vio. Estaban a punto de tocar. Me apresuré en alcanzarlo cuando intentó alejarse de mi zona. Subió las escaleras. Lo encontré caminando de espaldas. Estaba con un grupo de chicos de cuarto año. Lo atrapé del hombro.
—¿Podemos hablar un momento?
Traté de sonar amable, pero mi curiosidad iracunda se sobrepuso.
—Eh…
En un inicio se asustó. Cuando me reconoció, se presentó nervioso.
—Solo un momento —traté de convencerlo antes de que tocaran el timbre.
—¿No puede ser otro día?
—¿Podemos hablar ahora?
Me comencé a desesperar y a alzar la voz. Quería respuestas. Las necesitaba. ¿¡Por qué él estaba con ese sujeto!? ¿¡Cómo lo conoce!?
—Lo lamento, pero ahora no tengo tiempo —miró a sus amigos que lo esperaban hablando entre ellos.
¡Él lo conoce! ¡Al maldito asesino de mi familia! ¿¡Acaso no lo sabe!? ¡Dusty, maldito inútil!
—Soy yo el que no tiene tiempo.
Lo agarré del antebrazo con fuerza. Tenía que responderme. ¡Tiene que! Trató de escapar. Entonces lo sujeté con mayor fuerza.
—Vamos.
Antes de llevármelo. Uno de los chicos de cuarto año se acercó y aprehendió el brazo con el que lo sujetaba.
—No te metas —le advertí.
—Escuché todo. Él se va con nosotros o nosotros vamos con él.
—¿Eres tonto? No te metas, imbécil.
Mis palabras salían sin pensar. La noradrenalina hablaba por sí misma.
—¡Hey! Chico estrella.
El más chico de los que estaba se me acercó, demasiado quizás. Era más corto que yo y no intimidaba para nada, medía 1.61. Sus otros amigos se acercaron. La presión que ellos generaban no era pequeña.
—¡Vete de acá de una puta vez! —me empujó el enano.
El empujón me llevó al suelo y este se puso a reír.
Sentía que mis ojos comenzaron a ponerse llorosos y mi mano comenzó a estremecerse. No sentía dolor, sentía rabia. Quería golpearlo, hasta hacerle desaparecer todas las facciones de su cara. Quería matarlo.
—Ya vamos. No hagan escándalo.
Ofreció el que observaba, ajeno a las acciones del grupo. Era pálido y debía medir un metro noventa. Esperé a que se fueran. Cuando decidieron que no era suficiente para su atención me levanté, listo para golpear al diminuto que me empujó. Le destrozaría la cara.
—¡Hey! ¡Subnormal!
El puño iba directo a su cien cuando se daba vuelta. El golpe resonó por todo el segundo piso. La mirada de la gente ya estaba en nosotros. El golpe finalmente, dio en una mano. Una mano de una persona que vi venir detrás del grupo de cuarto año. Una mano amistosa, fue golpeada por mí.
—No te sobrepases.
La resolvió sin problemas. Su mirada era diferente, intimidaría a cualquiera. Era Thomas quien recibió mi puño. El chico recuperó la conciencia de que iba a ser golpeado.
—¡Hijo de puta cobarde!
Se aproximó para comenzar una pelea. Una mirada de Thomas bastó para que se detuviera. Quien antes me detuvo, objetó también ante la actitud de los demás.
—Vamos. El inspector está mirando de allá arriba —dijo alguien del grupo apuntando con la cabeza.
—¡Joder! —reclamó el enano.
—No quiero más problemas. Apresúrate —volvió a hablar el pálido, yéndose con una calma agobiante.
Nos dejaron en un silencio. Las personas que antes miraban decidieron retirarse a contar lo sucedido. No importaba que se fuera, tenía toda lo necesario para conseguir respuestas. Sonó el timbre. Ninguno de los dos avanzó hacia sus salas, en cambio, nos quedamos en la baranda del segundo piso mirando a ningún lado.
¿No preguntará por qué estaba a punto de golpearlo?
—Tienes buena fuerza —me halagó.
Se sobaba y manipulaba a mano con la que me amortiguo el golpe. Todo el mundo estaba en sus respectivas salas menos nosotros. No me sentía incomodo con Thomas, pero no sería malo encontrar un tema de conversación. Aunque no sé si deseo hablar en específico con él. Quiero encontrar respuestas y en clases, no voy a poder hacer nada que llame la atención. Solo quiero que el día suceda rápido.
Una de las inspectoras del colegio nos mandó de vuelta a la sala. Thomas trató de convencerla para quedarse otro rato afuera.
—Estás en último año. Aprovecha tus días de clases, uno después los extraña —le recordó ella.
—Son cinco años. Creo que ya tuve demasiadas.
—No te quejes. Tienes hasta poco después de medio día. Yo tenía clases hasta las cinco y media de la tarde.
—¡Uy! Menos mal ya no es así.
—Ya, partiste. ¡Partieron! Los dos. ¡Suban! —terminó diciendo con una extraña simpatía.
Aseguré la mochila que desprendí en el suelo cuando me votaron. Y subí al tercer piso, antes despidiéndome y agradeciendo a Thomas.
—No es un problema —respondía él.
Claro que lo es, pero no podía mencionar nada.
Llegué a la clase de economía. El profesor hablaba del narcotráfico. Como funciona, porque afecta tanto la economía y a nuestra democracia. Por suerte en estas clases no me encontraría a Linna. Si bien quiero verla, prefiero que esté alejada. Puede ser egoísta, mas siento es lo mejor.
Era uno de los pocos de la clase A que se encontraban en ese electivo. Al terminar la clase. Una chica del 2-C se presentó al frente de donde me sentaba, era la misma chica que alguna vez ayudé a llevar unas cajas a la sala de profesores.
—Realmente lamento lo que sucedió —me ofreció sus condolencias.
La piel se me erizó, quedé alerta.
—Gracias —dije intentando sonar triste y agradecido.
El chico que estaba al lado mío aprovecho la instancia y realizó las mismas acciones.
—Gracias —volví a responder.
Como efecto dominó, las personas del electivo se me acercaban.
Algunas creían que me conocían lo suficiente para dar sus condolencias. La decían manipulados por una obligatoriedad. A otros les daba igual, preferían irise antes que incomodarse a ellos y a mí. Me hubiera gustado que todos optaran por eso.
Apenas me dejaron tranquilo, intenté salir de la sala sin que me noten con la mano en el estómago. No me sentía bien. Quise ir al baño, pero en la entrada estaba un compañero de curso esperando. Me dio sus condolencias. Le agradecí con total sinceridad. Esperé a que saliera del baño, mientras me lavaba las manos. Apenas despareció de mi vista, abrí el baño individual con fuerza, cerré el pestillo y regurgité todo.
Mi mano estaba apretada y se descargó contra la cabina de al lado. Alguien dos puestos al lado. Gritó que dejara de golpear. Me silencié para pasar desapercibido y me recosté en la muralla. Tiré de la cadena para finiquitar. Pensé que terminaría mis preocupaciones hoy. Será mejor esperar a que me encuentre mejor. Salí en busca de mis cosas para marcharme. Alguien reconocible se encontraba apenas abrí la puerta. Lie, se peinaba sin impaciencia el corto pelo que tiene. No advirtió mi persona. No sabía si quería hablar. No quería incomodarlo.
—Lo vi todo.
—¿Qué cosa?
Sabía a lo que se refería.
—¿Vamos a arriba?
—Bueno…
Su expresión era más seria de lo normal. Al mirarme en el espejo gigante del baño, me vi alegre, molestando con mis compañeros y con Lie. Ese día hacia sol. Hoy, está casi nublado.
Terminamos en la terraza como ofreció. Nos sentamos en el suelo. No había nadie. Las personas que estaban se iban retirando al sonido del timbre.
—¿Estás bien? —decidió comenzar.
—Sí.
—Deja te pregunto de nuevo.
Su seriedad se incrementó y su mirada se clavó en mí. Nunca vi a Lie como alguien de confianza. Teníamos una amistad tremenda, llena de secretos, pero todos eran superficiales. Así se supone que son algunos amigos y no me molestaba para nada.
—¿Estás bien?
—No lo sé
Mi propia respuesta me repercutió con intensidad. Sorprendido por mi sinceridad, agache mi cabeza. Algo en mi brotó. Quería gritar, gritar de dolor. Quería sacarlo todo. Quería expulsarlo. Mostrar mis heridas. No obstante, lo reprimí todo. Ya estaba demasiado cansado de hacerlo.
—Perdón.
¿Por qué se disculpa? ¿Quizá está tratando de darme sus condolencias?
—Son mis sinceras disculpas, no mis condolencias. Ni yo sé por qué la verdad, solo sentía necesario decírtelo.
—Que tú lo digas no me desagrada.
—Creo entenderte en eso. Aunque suene imposible, quiero ayudarte a sobrellevarlo todo, quiero decir lo que encuentres necesario. Será como devolverte el favor y demostrarte mi lealtad a nuestra amistad.
No sabía que decir, me mantuve pegado al suelo. Quería decir algo. Mi voz se iba a quebrar si lo intentaba.
—No es necesario que digas nada —continuó—. Aunque nuestra amistad siempre ha sido más en las buenas, puedo comprenderte bien. No temo a estar en las malas. Así que no te preocupes, que yo te apoyaré en lo que sea.
Era demasiado. Sus palabras tenían más peso de lo que creí, de lo que él quería. Era mucho lo que ofrecía. No me importa si es verdad o no, era lo que necesitaba escuchar.
—Perdón, ¿puedo llorar?
—Claro que sí. Que nadie te reprima. Llorar está bien, sobre todo en estas situaciones.
No aguante más. Era mi primera vez llorando en frente de alguien. Por primera vez compartí mi pena. Me advertía débil, destrozado. La garganta se cerraba. El agujero de mi pecho dolía, el corazón también. No podía detenerme, aunque quisiera. Nunca pensé que sufriría de tal manera. Quería desaparecer, descansar unos instantes. No era nada agradable una vida en la que no podía tener a las personas que amo.
Así estuve hasta que recordé mi existencia. La del colegio y la de Lie. Me sentí liberado. El viento me refrescaba las lágrimas, podía respirar con tranquilidad. El cielo de a poco se despejaba. Miré a Lie, también tenía lágrimas en los ojos.
¿Por qué? ¿Sufre por mí? ¿Sufre por él? ¿Sufre por todo?
No me importa.
Solo…
—Gracias.
Solo sé que puedo agradecer.
Fue el gracias más sincero que he podido dar.
El cielo ya se despejó casi por completo. De vez en cuando pasaba una nube tapando el sol, aun así, el calor estaba presente y era agradable. Me hacía sentir vivo.
Vivo.
Estoy vivo, puedo sentir. Me relajé, me calmé. Inhalé todo el oxígeno que se me permitía y me levanté. Mis emociones y la nostalgia se encontraban conmigo de una manera menos sensible. Nos fuimos con Lie a esperar el timbre para la colación. Al rato nos separamos. Si bien, acabábamos de compartir algo esencial, en el fondo, seguíamos siendo niños inmaduros, que preferían evadir ese tipo de recuerdos.
Terminé donde la sicóloga. Me preguntó una variedad de cosas con una simpleza antinatural. Respondí a todo sin dar mayor información. Al parecer solo quería saber qué tipo de persona era. Cómo me relaciono con las personas, cuales eran mis hábitos. No intentó preguntar nada sobre mi familia y yo no quería hablar de ello. Supongo eso estaba considerado.
Aguardé un buen rato luego de que nos dejaran salir del colegio, listos para volver a los hogares. Observé a Dusty asegurándome de lo que iba a hacer, sus amigos lo seguían. A pesar de ser del alto promedio se veía algo pequeño entre los demás. Reían al aire, para que todos los escucharan, querían que supieran lo genial que eran sus vidas, o quizá, no se dan cuenta y solo disfrutan del momento. Aun así, no parecía ser el ambiente de Dusty, pues bien, se la pasaba detrás o en las orillas interviniendo de vez en cuando sin ningún peso, se le presenciaba como espectador. Se subió al mismo colectivo que tomé. Al parecer los dos íbamos hacia el mismo lugar. Cuando se dio cuenta de que estábamos en el mismo vehículo pude notar su intranquilidad y nerviosismo. No volteé en ningún momento para verlo. Yo estaba en el asiento delantero, de copiloto. Él, detrás del conductor.
Tan pronto como se permitió, le rogó al conductor que lo dejaran unas cuadras antes de su destino. No se bajó antes porque creía que era una coincidencia, pero tampoco se quería arriesgar viendo lo que sucedió en la mañana. Su existencia no me era de importancia. Yo solo miraba por la ventana las distintas casas y escenas que me ofrecían el sector de La Floresta. Pronto yo igual me tenía que bajar. Respiré profundamente y aguardé en una esquina, observando los vehículos que pasaban frente a mí. Dusty, quien se bajó antes. Giró en la esquina que me encontraba.
Conocía bien las calles. Pues era el mismo sector en donde vivía. Sabía que la única forma de que el llegara a su casa era pasando por ahí. Como vivíamos relativamente cerca en el mismo sector, pero en las distintas puntas de este, pude prevenir a donde se dirigía.
Su respiración se detuvo. Sintió cada milisegundo. En un parpadeo, me di cuenta de que se estaba tratando de huir por donde venía. Antes de que comenzara a correr, lo alcancé a agarrar del brazo. Se intentó soltar sin ganancias. Lanzó un intento de patada que no llegó a su objetivo.
Su inofensiva cara y su cobardía cuando se encontraba solo, me irritaba. Lo agarré del chaleco y lo arrojé a la calle con fuerza. Si hubiera venido un vehículo, probablemente lo hubiera arrollado. Trató de recuperarse, resbalaba solo y se desbalanceaba mientras procuraba poner de pie. Lo volví a sujetar. Esta vez de la mochila, antes de que se escapara. Giré en mí mismo para lanzarlo contra la vereda. Antes de soltarlo le dejé el pie puesto. Cayó de espaldas. Alcanzó a colocar sus manos en el suelo justo antes de que su nuca golpeara la orilla. Para que no se levantara, me interpuse sujetándolo de la camisa.
—¿Por qué estabas con ese tipo ese día?
—No puedo decirlo.
Mi mano se apretaba. Mis uñas se enterraban en mi palma a pesar de la tela.
—¿Por qué estabas con ese tipo en la fiesta?
—Era mi padre.
—¿Crees que soy imbécil?
—Sí —susurró entre dientes.
No creí que con su cobardía se atrevería a decir esas palabras. Si bien las dijo para el mismo, el silencio que se percibía en ese sector me dejo oírlo con claridad. Lo solté, listo para golpearlo. El cerró los ojos, listo para recibirlo. Por alguna razón mi mano se disolvió, así mismo el puño nunca azotó a su cuerpo. Me levanté por completo, analicé la situación. Su mirada preocupada me perturbaba. No me dejaba otra opción. Saqué la cuchilla lista para amenazarlo. Sus ojos se encendieron. La preocupación se convirtió en miedo, miedo a morir. Él no sabe si soy capaz, eso solo atribuye menos luz a la oscuridad. Tenía unos segundos antes de que se recuperara. La misma situación la había vivido, lo repudiaba. Su expresión era la misma que tuve en algún momento. La odiaba, la aborrecía. Una rabia se expandió por mi columna llegando a mis extremidades. Me impulsé sin razonar. Una patada acertó en su estómago y se mantuvo donde colisionó. Se escuchó un quejido de su parte. La respiración se le cortó. Me acerqué, el trataba de alejarse, pero solo podía mover la cabeza. El filo se mostró. Lo sometí desde la camisa. La cuchilla oprimió su cuello. Él sabía que moverse significaría un corte, por lo que tragó apenas.
—¡Estás loco!
Comprendí a lo que se refería, me dio igual.
—Si no me contestas el por qué estabas con ese tipo tendré que enterrarte el cuchillo.
Que tales palabras salieran de mi boca me sorprendió, me atemorizó. Mi expresión seguía siendo la misma, parecía un lunático, alguien dispuesto a asesinar.
—Él…
—¡Rápido!
—Es mi supervisor.
¿¡Supervisor!? ¿¡De qué!?
—¿Supervisor de qué?
—Él era mi supervisor, para ver si hacia todo como correspondía.
—No entiendo. ¿Sabes siquiera quien era ese sujeto?
—No muy bien. Solo he escuchado rumores.
Entonces si lo sabía.
—Y entonces, ¿por qué estabas con él? —comencé a desesperar
—Era mi supervisor, ya lo dije.
—Si no te explicas bien…
La cuchilla ejerció presión en su cuello.
—Estaba con él porque a los novatos, el primer mes los tienen que supervisar.
—¿Novatos?
¿De qué hablaba? Quería respuestas, no más dudas.
—Novatos, en la venta de drogas ilegales.
—¿Qué tiene que ver eso con ese sujeto?
—Él fue mi supervisor. Me dijeron que fuera a esa fiesta a vender pastillas, para ver si lo estaba haciendo bien o si no era para mí.
—Él es un asesino.
—No creo, sé que tiene mala pinta y se sobre los rumores, que ha matado a mucha gente, pero a diferencia de cómo se ve, no es alguien malo.
—¿Te estas escuchando? Él tenía una maldita pistola y es el….
—La pistola era falsa.
—¿Falsa?
—Era falsa. Pido perdón por la situación en la que te puse, pero él solo quería asustarte.
No entiendo. ¿Era Broma? ¿Una pistola falsa? El asesino de mi familia.
Me estaba irritando. No sabía si estaba jugando conmigo o si era un completo inepto.
—Incluso me apuntó con ella y me disparó como broma. Me sentí aterrado, pero no era de verdad. Ni siquiera era a fogueo. Igualmente, no es justificación por provocarte un accidente. Pero…
—¡Cállate! —terminé gritando.
Nos quedamos en silencio. Tenía que comprender algunas cosas. ¿Por qué hablaba de él como si fuera alguien decente? Algo si tenía claro. Él no sabe lo de mi familia. Si no, no estaría con ese tipo, ¿O sí? No creo, ¿quién en su sano juicio se juntaría con un asesino? Aunque el quizá buscaba protección de alguien capaz de todo.
¡¡Ahg!! Voy a explotar.
—¿Puedes explicarme quién es él y darme su nombre?
—No creo que deba.
—¿Eres tonto?
Tenía muchas ganas de golpearlo. Un vehículo paso tocando la bocina. No se detuvo a contenernos, así que continué.
—Si no me explicas te voy a clavar la cuchilla en la mano.
Le aplasté la mano con el pie y alejé la cuchilla de su cuello para apuntar al próximo destino.
—Se supone que él es un contrabandista de productos ilegales. Creo que era narcotraficante en algún país asiático y como tratado, fue importado por cómo se manejaba, o eso es lo que dicen los rumores, aunque otros creen que es porque estaba loco y querían deshacerse de él, aunque nadie sabe si quiera si es realmente asiático. Habla mucho y esta algo loco; inventa cosas, pero nunca habla del trabajo, ni de su vida…
¿Qué mierda dice? ¿A quién le importan los rumores o lo que se diga de él?
—Dime su nombre.
—No me lo sé.
—Dímelo.
Le aplasté la mano. Su sufrimiento se vio reflejado.
—¡No lo sé! No usamos nombres, usamos apodos para evitar problemas. A él le dicen Tachi.
Cada vez que hablaba lo encontraba más absurdo. Parecía una mentira recién inventada.
—Si no me dices la verdad…
—¡No mentiría! —dijo evaluando el filo de la navaja
—¿Crees que te creería?
—Podré ser lo que quieras, pero jamás un mentiroso
Todo el mundo miente. Puede que el omita información. Según su perspectiva bien podría ser un superdotado si así lo pensara.
—Si no me crees, puedes confirmarlo con el de la farmacia.
—¿Qué farmacia?
—Ellos son los que me dan la dirección de las drogas.
No sé si su intención era desviarme tema por tema o si lo hacía sin ser consciente.
—Me da igual quien te de las malditas drogas. Quiero saber cómo puedo contactar con el tipo ese.
—No lo sé…
—Me estas desesperando.
—De verdad no lo sé, los supervisores vienen la primera vez para comprobar como lo hace uno, nunca vuelve al mismo lugar.
—¿Quieres decir que nunca antes lo habías visto?
—No, como te dije, era la primera vez que me metía en ese tema. Por eso no supe cómo actuar cuando te reconocí, así que salí corriendo.
—¿¡Por eso casi me atropellan!?
—Eso…
—¡Hey! ¡¿Qué hacen?! —gritó un extraño.
Me volví. Era un vecino del lugar. Era viejo, por lo que suponía le era imposible intervenir físicamente. Aun así, era mejor sepárame de mi víctima. Esto se va a agrandar si continuó y es lo que menos quiero en este momento. Consideré terminar la consulta antes de marcharme, pero al ver que otro vecino cercano también salió a su patio a ver que sucedía, me vi en la obligación de detenerme por completo.
De todos modos, parecía que la conversación no llegaría a ningún lado. Sentía que estaba perdiendo el tiempo hablando con él y estaba lo suficientemente enojado como para continuar el interrogatorio, él demasiado asustado como para hablar con coherencia. Sabía que no podría huir para siempre, le volvería a encontrar. Ya tendría otras oportunidades para sacarle información, con algún mejor método. Al menos logré obtener algo y también puedo asegurar que sabe de mi existencia.
Me fui para dejarlo en su mundo. Uno de los vecinos se acercó a auxiliarlo. Le acababan de pasar un montón de cosas. Tendrá tiempo para recapacitarlo todo, es justo lo que quiero, una vez tenga las ideas claras, volveré a contactarlo. Ya no es que quiera respuesta, las necesito. Necesito encontrar una manera de acércame al asesino de mi familia, una en la que me pueda permitir devolverle mi desgracia, no me importa lo irreal que suene, de alguna manera lo lograría, era una promesa de la que no pensaba deshacerme. Le mostraría lo que él me mostró.
Su propia muerte.
Al volver al departamento, no encontré ningún alma. Aun así, el saber que había alguien viviendo bajo el mismo techo, dejaba las cosas menos desalentadoras. Esmeralda todavía no llegaba, al parecer su trabajo no era nada sencillo. Su trabajo. Asesinatos, drogas, negocios, vida, muerte, felicidad, rencor. Parecen cosas tan lejanas entre sí, pero están arraigadas una de la otra.
Abrí el cajón con las pastillas que acepté el día de la fiesta. Tanto caos por estas cosas.
Quizá si la pruebo… Puede que entienda. Nunca me llamaron la atención. No sentía necesidad de probarlas, si curiosidad, nada más allá de querer inténtalo. Las dejé donde estaban. Cerré el cajón con una rabia irrazonable y me recosté con mi mente en el techo.