Aiko se acercó hasta donde yacía Iko, quien ya había despertado del golpe. Intentaba tomar su espada con la mano izquierda, mientras su cuerpo comenzaba a sanar lentamente de las profundas heridas.
—¡Vamos, maldito! ¡Pelearemos hasta el final! ¡Hasta que uno de los dos quede en pie!
—¡Esa es la actitud que me gusta de los humanos! ¡Luchen hasta que sus cuerpos no den más!
Iko atacó de nuevo, intentando cortar el brazo derecho del enemigo. Este, sin embargo, detuvo el golpe con su hacha, obligándolo a retroceder.
Pero Iko no se rindió. Volvió a atacar con decisión.
Aquel hombre volvió a detener su espada con facilidad. Mientras tanto, mis otros diez hermanos y yo luchábamos contra el dragón, que no dejaba de lanzar llamaradas, carbonizando a muchos de nuestros soldados.
Maldición, este dragón es demasiado resistente. Sus escamas son como hierro, pensé mientras intentaba cortar su espalda.
—Kurayami, ve a ayudar a Iko y Aiko. Yo usaré magia de fuego para distraer al dragón —gritó Hana.
—Ve, Kurayami —añadió Daichi—. Nosotros lo distraeremos. Protege a nuestros hermanos.
Corrí lo más rápido que pude hacia la dirección de mis hermanos. Iko y Aiko seguían enfrentándose al extraño enemigo.
Se movía tan rápido que Aiko apenas podía seguirle el ritmo. Desde un punto ciego, el hombre logró herirlo por la espalda… cortándolo a la mitad.
Iko, al ver caer a su hermano, estalló de rabia. Sus ataques se volvieron más feroces, impulsados por el dolor.
Yo también corrí con desesperación hacia Aiko. Al llegar, comprobé que su corazón no había sido alcanzado, lo cual me alivió un poco.
—Menos mal que no fue el corazón. Quédate aquí, hermano. Sana tus heridas… yo me encargaré de apoyarlo.
Me lancé al ataque, clavando mi espada en su espalda. Iko aprovechó el momento y lo hirió de frente, atravesándole el abdomen.
El hombre escupió sangre, pero en lugar de caer, soltó una carcajada escalofriante.
Con un movimiento rápido de su hacha, me cortó la mano derecha.
—¡¿Por qué justo la que sostenía la espada?! ¡Maldición!
Retrocedí con el dolor, mientras Iko, enfurecido, retiraba su espada del abdomen enemigo y lo atacaba en el pecho, haciéndole un corte menos profundo.
—Retrocede, Kurayami. Espera a que tu mano se regenere. Luego vuelve.
—Sí, hermano… así lo haré.
Me alejé de la pelea, esperando que mi brazo se recuperara.
—Mierda… esto se está poniendo feo… ¡Aaaah!
De pronto, el hombre comenzó a dibujar un círculo mágico en el suelo con su propia sangre. Luego se colocó en el centro.
—Esto ya me está tomando demasiado tiempo. Terminemos con esto… ¡Habilidad especial: Espada de los Cuatro Elementos!
El círculo de sangre comenzó a brillar intensamente, y de él emergió una espada que irradiaba una luz amarilla.