La batalla se desataba con una ferocidad que jamás hubiera imaginado.
Thalor se lanzó contra nosotros, y por un instante, el grito desgarrador de Rin resonó en el aire. La vi caer al suelo… su pierna derecha había sido cercenada. En un abrir y cerrar de ojos, Daichi la lanzó hacia la grieta.
El miedo y las dudas se apoderaron de mí. No entendía por qué Daichi estaba arrojando a todos mis hermanos hacia el abismo.
Él, consumido por la rabia, era un torbellino de emociones, lanzándose contra Thalor sin piedad. Pero todo parecía inútil.
—¡Desgraciado! ¡Te voy a matar! ¡¡Aaaaaah!!
Mientras Daichi luchaba con Thalor, Kurayami se acercó a mí. Me tendió la mano para ayudarme a levantarme; sin que me diera cuenta, mis heridas ya se habían curado. Me entregó su espada y me dijo que debíamos unir fuerzas para derrotar a los dos enemigos. En ese instante, recogió otra espada del suelo, aún manchada de sangre.
De inmediato comenzamos a luchar contra Draekon. La presión era abrumadora. Sentía cómo la fatiga comenzaba a hacer estragos en mis músculos.
Aiko, que llevaba luchando desde hacía rato, mostraba signos de agotamiento. Sabía que no resistiría mucho más.
La angustia en su voz me llenó de preocupación. Tenía que actuar rápido, pero Draekon era astuto. Esquivaba nuestros ataques con una agilidad sobrehumana, y ni siquiera había usado aún la espada que había invocado con su habilidad especial. Cada uno de sus movimientos parecía burlarse de nosotros.
La batalla se volvió más sombría.
Daichi seguía enfrentando a Thalor, pero el destino le daba la espalda. Su espada se rompió de golpe… y vi cómo Thalor le atravesaba el abdomen sin la menor piedad.
La escena quedó grabada en mi mente como una pintura maldita, imposible de olvidar.
—¡Ken! ¡Rápido! ¡Córtale la cabeza a ese Dios, ahora! ¡Vamos!
El grito de Daichi me sacudió por dentro. Pero el horror se intensificó al ver a Ken caer ante Draekon, quien lo desarmó con un solo movimiento.
La impotencia me desgarraba. No podía aceptar que ninguno de mis hermanos pudiera hacerle frente a esos monstruos.
La desesperación me nublaba. Aiko cayó al suelo, exhausto, pero en cuestión de segundos se levantó nuevamente, empuñando su espada con determinación.
Cada golpe que Thalor le daba a Daichi era devuelto con otro más…
Pero la sonrisa de Thalor era aterradora. Con cada embestida, Daichi parecía más aturdido, más desgastado.
En un arrebato de furia, Kurayami se lanzó contra Draekon, intentando cortarle la garganta. Sin embargo, este reaccionó a tiempo y activó su espada invocada.
Kurayami bloqueó el golpe con la suya, pero la espada comenzaba a resquebrajarse.
No podía seguir quieto.
Corrí hacia donde estaban Aiko y Kurayami y los empujé hacia el borde de la grieta para salvarlos del siguiente golpe de Draekon. En ese instante, llegaron también Daichi y Ken.
Los cinco nos quedamos al borde del abismo… al límite de la esperanza.
Y cuando todos bajaron la guardia, aunque fuera solo por un momento, aproveché para empujarlos.
Empujé a mis cuatro hermanos hacia lo profundo de la grieta…
...allí donde ya habían caído los demás antes.
Para que ellos vivieran.