Sentía que caía rápidamente hacia una profundidad sin fin.
Caía y caía… no paraba de caer.
Mientras mis heridas se cerraban lentamente, el dolor era insoportable, pero aun así no podía mover ni un solo dedo de mi cuerpo.
No tenía energía. No tenía magia. Estaba completamente débil.
De pronto, escuché una voz dentro de mi mente. Me pregunté de quién podría ser.
¿Será aquella mujer que escuché cuando luchaba contra el ángel?
No… no era ella. Esta vez era una voz masculina.
Me hice esa pregunta, y la voz me respondió:
—Oye... ¿dónde están papá y mamá? Dímelo.
No supe qué responder. ¿Papá? ¿Mamá?
No recordaba a nadie a quien yo llamara así.
Intenté recordar algo de mi pasado… cualquier cosa. Pero nada.
Desde que desperté aquella vez en ese lugar oscuro, no tengo ningún recuerdo anterior.
¿Será que perdí la memoria? —me pregunté de nuevo.
La voz volvió a hablar:
—¿No recuerdas a papá y mamá? ¿Por qué los olvidaste? Juraste que nunca lo harías.
¿Acaso también olvidaste tus promesas?
Responde: ¿acaso ya ni siquiera sabes quién eres?
—Lo siento… lo siento… ¡pero olvidé todo! ¡Absolutamente todo!
No tengo recuerdos de mi pasado.
¡No tengo recuerdos de nada…!
¡Si tan solo supiera quién soy!
—Esa respuesta está en tu interior —contestó la voz—.
Tú sabes quién eres y por todo lo que has pasado.
Lo que ocurrió hace cien años es la cicatriz que tanto querías borrar, aquella que te niegas a recordar.
Pero debes recordar. Solo así podrás seguir luchando.
Esa determinación tuya… viene del pasado.
—¡Dímelo! ¡Dime quién soy!
—Está en tu mente.
Busca con atención y escucha a Vitae.
Ella es la llave.
Escucha tu corazón, y sabrás la verdad:
cómo comenzó esta masacre, los secretos del universo, y todo lo que te rodea…
porque tú eres el…
En ese preciso instante, desperté con un dolor punzante en la cabeza.
Mis hermanos estaban a mi lado. Todos… excepto Iko.
Él no estaba por ninguna parte.
Intenté levantarme, pero mis piernas no me respondían.
Caí al instante.
Mis hermanos me sostuvieron antes de que golpeara el suelo y me apoyaron con cuidado contra la pared de la cueva. Dijeron que debía descansar un poco más antes de que comenzáramos el ascenso por la grieta.
Daichi se acercó, puso su mano en mi hombro y se sentó a mi lado. Estaba temblando… pero no sabía si era por el dolor, el miedo… o la culpa.
—Tranquilo —me dijo con voz baja—. No te levantes todavía. Quédate sentado un rato.
Iremos a buscar a Iko. Tal vez nos esté esperando con el rey allá arriba.
Calculo que nos tomará unas doce horas salir de esta grieta, así que… solo descansa, ¿sí?
Si es necesario… yo te cargo.
—Está bien, hermano. Solo… dormiré un poco más.
Aún no tengo magia. No puedo moverme bien.
Me duele todo el cuerpo… jajaja, mierda… nos confiamos demasiado.
No luchamos con todo lo que teníamos. Somos unos malditos idiotas…
No podía aceptar lo que había pasado.
Habíamos perdido.
Y mientras nosotros estábamos atrapados aquí, en esta maldita grieta, los ciudadanos del reino humano…
probablemente ya estaban todos muertos.
Intenté levantarme de nuevo.
Caí otra vez.
Y de la nada… sentí un golpe seco en el cuello.
Todo se volvió negro.
[Mientras los hermanos y hermanas de Kurayami se preparaban para el ascenso, en el Reino de los Cielos los dioses se reunían para decidir el destino de los héroes humanos.]