—¿Y si dijera que soy tu padre? —sus cejas arrugadas se estiraron lentamente y sus ojos se agrandaron.
—¿Qué? ¿Padre? —su corazón se sintió cálido.
—Sí hijo.
—Sus fríos ojos se llenaron de lágrimas—. Pero...
—No hay necesidad de hacer preguntas, he venido aquí por ti.
Sin dudarlo, Oberón rodeó con sus brazos a Alcide y lo abrazó calurosamente.
—¡Padre! —susurró.
Se quedaron así por un rato, antes de separarse.
—Madre... ella está...
—Tenía que venir —le palmeó la mano.
—¿Por qué? Os he perdido a ambos —negó con la cabeza.
—Seguimos contigo, solo que estamos contigo en otro lugar.
—Cómo desearía que ambos crecieran con vuestros nietos —se rió nerviosamente—. Dora tiene un hijo.
—Alcide suspiró—. El destino quería otra cosa, sin embargo, todo es para bien.
—Siento que esto es algún tipo de castigo. Cometí errores en el pasado, y fueron horribles.
—¿Qué hiciste?