En medio de los preparativos para el torneo, Jake caminaba tranquilamente por los pasillos del instituto, distraído por la cantidad de decoraciones y carteles que cubrían las paredes. Otro día más..., pensó con cierto aburrimiento, aunque una parte de él estaba emocionada por el torneo que estaba a la vuelta de la esquina.
Doblando la esquina de uno de los pasillos, de repente sintió un impacto fuerte contra su costado. Antes de procesarlo, ya estaba en el suelo, con varios papeles y lo que parecía ser un microchip volando por el aire. Cuando levantó la mirada, se encontró con una chica rubia, de ojos azules y mirada afilada, que vestía una bata de laboratorio sobre su uniforme, recogiendo sus cosas del suelo apresuradamente.
—¡Mira por dónde vas! —exclamó, visiblemente molesta.
Jake, aún un poco aturdido, se levantó del suelo mientras sacudía el polvo de su ropa.
—¿Yo? Tú fuiste la que chocó conmigo—respondió, frunciendo el ceño.
La chica lo miró con una mezcla de frustración y desdén. Él había visto a esta chica antes, pero nunca habían hablado. Aria Stephen..., recordó vagamente. No participaba en el torneo, pero era conocida por su inteligencia y dedicación en el club de ciencias.
—Si fueras un poco más atento, evitarías estas situaciones —replicó ella mientras recogía el último de sus papeles—. Tengo cosas más importantes que perder el tiempo en esto.
—Claro, porque chocar con alguien en medio del pasillo es mi culpa... —Jake cruzó los brazos, irritado.
Mientras Aria murmuraba algo ininteligible, Jake se fijó en ella de nuevo. Era bastante atractiva, algo que no podía negar, pero la actitud que tenía le quitaba todo el encanto en ese momento. Sin embargo, una parte de él sentía algo más. Tal vez era su fuerte personalidad o simplemente el hecho de que nunca había tenido una interacción tan... particular con alguien como ella. Sentía algo de atracción, aunque al mismo tiempo, la situación le parecía absurda.
—Deberías tener más cuidado, especialmente con esos... chips o lo que sea —dijo Jake, señalando uno de los microchips que aún estaba tirado.
—¿Microchips? —respondió ella con sarcasmo mientras lo recogía con delicadeza—. Son parte de un proyecto de investigación importante para el club de ciencias, computación y medicina. Algo que, probablemente, no entenderías.
—¿Y qué haces corriendo por los pasillos con eso? —Jake no pudo evitar lanzar el comentario, ya que la situación le seguía pareciendo ridícula.
Aria lo miró un segundo con los ojos entrecerrados, como si estuviera evaluando si valía la pena seguir hablando con él.
—Porque algunos de nosotros priorizamos cosas más importantes que los torneos, como... no sé, ¿descubrir cosas que puedan cambiar el mundo?
Jake no pudo evitar sonreír levemente ante la arrogancia de la respuesta.
—Vale, Einstein. No te detengo más.
Ambos se quedaron en silencio por un momento, y Jake notó una leve tensión en el aire, aunque no era del tipo incómodo. En parte, le divertía la manera en que Aria lo trataba, pero también sabía que no se llevarían bien tan fácilmente.
—Bueno... ¿tienes algo más que decir o te puedo dejar seguir "descubriendo el mundo"? —bromeó Jake, arqueando una ceja.
—Por supuesto que no —respondió ella, finalmente guardando sus cosas—. Y, por si te interesa, espero que pierdas en el torneo.
Jake soltó una risa.
—Ah, claro, gracias por el ánimo. Me aseguraré de no decepcionarte.
Aria se dio la vuelta y, con un último vistazo altivo, continuó su camino. Mientras Jake la veía alejarse, no pudo evitar pensar que había algo más en ella, más allá de la actitud. Aunque la interacción fue corta, había despertado una curiosidad en él que no esperaba sentir. Además, la atracción inicial que sintió hacia ella no había desaparecido del todo.
El pasado de Aria: Una Sombra del Ayer
Cuando Aria llegó a casa ese día, se desplomó en su cama, exhausta. El día había sido agotador, y el encontronazo con Jake solo le había añadido más tensión. Sin embargo, sus pensamientos empezaron a divagar, llevándola a un recuerdo que prefería olvidar...
Era una tarde tranquila en Solaria, el sol se reflejaba en los edificios altos, tiñendo la ciudad de tonos cálidos. Aria, con apenas 12 años, caminaba de regreso a casa junto a su madre y su hermana menor, Alicia. Aquel día, todo cambió.
Una figura oscura apareció de la nada, moviéndose como una sombra, rápido y letal. Aria apenas pudo reaccionar antes de sentir un frío intenso recorrer su espalda. La atacaron sin aviso, dejándola inconsciente casi al instante.
Cuando abrió los ojos, estaba en un lugar desconocido, rodeada de seres con aspecto de guerreros, algunos con armaduras brillantes que reflejaban la luz de las estrellas. Intentó moverse, pero una herida en su costado la hacía estremecerse de dolor. Un grupo de médicos la rodeaba, pronunciando palabras que no lograba entender.
—Tranquila —dijo uno de ellos con una voz calmada—, estamos aquí para sanarte. Somos de Aetheria.
La palabra resonó en su mente. Aetheria. No sabía qué significaba, pero desde entonces, ese recuerdo la perseguía. Fue salvada por esos misteriosos guerreros, pero el ataque... nunca lo había podido olvidar.
De vuelta en su habitación, Aria apretó los puños. Sabía que algo grande estaba ocurriendo, y tenía la sensación de que todo estaba conectado. El torneo, el caos, las extrañas energías... Nada de esto era casualidad.
El sol estaba comenzando a ponerse en el horizonte, cubriendo el inmenso patio trasero de la casa de Aria con un brillo dorado. Era uno de esos atardeceres perfectos de Solaria, donde el cielo parecía un lienzo de colores cálidos, fusionando el naranja con el morado. Aria se encontraba sentada en medio del césped, con las piernas cruzadas, en un profundo estado de meditación. El viento suave acariciaba su rostro, y su respiración era lenta y controlada.
Cerró los ojos y dejó que la calma la envolviera, pero sabía que, bajo esa aparente serenidad, algo más profundo fluía en su interior. La sangre Aetheriana.
Todo había comenzado cuando aquellos guerreros la salvaron aquel día, dándole una segunda oportunidad de vida. No solo la habían sanado de las heridas, sino que le habían hecho una transfusión de sangre Aetheriana, una herencia de aquellos guerreros que habían prometido proteger las estrellas. Esa sangre no solo la había curado, sino que también le había otorgado algo más: una conexión poderosa y directa con la energía estelar.
Aria abrió los ojos lentamente, levantándose de su posición de meditación con una gracia inusual. A un lado de ella, el diario que le habían dejado los guerreros estaba abierto. Era un diario antiguo, cubierto de símbolos y palabras que había tardado años en descifrar. Pero ahora, cada línea tenía sentido para ella.
Tomó una posición de combate, flexionando las piernas y alineando los brazos, como había aprendido en los años desde que empezó su entrenamiento. La energía estelar fluía por su cuerpo con naturalidad. Era algo que había aprendido a controlar y a usar con precisión. Con una respiración profunda, levantó una mano hacia el cielo y concentró su energía.
De inmediato, una ráfaga de luz naranja comenzó a formarse en la palma de su mano, vibrando suavemente con una fuerza cálida. Era como sostener un pequeño sol en la palma de su mano. La energía estelar de Aetheria era diferente, más intensa, más pura. Su sangre la había transformado, permitiéndole acceder a niveles de poder que incluso la mayoría de los estudiantes de Solaria jamás alcanzarían.
Con un movimiento rápido, lanzó la esfera de energía hacia un árbol al final del patio, pero antes de que golpeara el tronco, Aria hizo un giro elegante y el proyectil cambió de dirección, volviendo hacia ella. Con una destreza impresionante, lo atrapó entre sus manos, disipando la energía al instante. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro.
Jake jamás podría hacer eso, pensó, sintiendo un leve orgullo. Luego, frunció el ceño, exasperada. ¿Por qué pienso en él? Aquel chico la volvía loca, y no en el buen sentido. Es tan... básico, suspiró, recordando el tonto encuentro en los pasillos. ¿Cómo alguien tan distraído y despistado podría sobrevivir en un torneo serio?
Aunque la verdad era otra. Jake tenía talento, solamente que le costaba admitirlo. Pero lo que más le molestaba era que, a pesar de sus habilidades, no podía dejar de pensar en él de vez en cuando. Como ahora, mientras entrenaba. Aria agitó la cabeza rápidamente, tratando de quitarse esa idea de la mente.
—¡Concéntrate, Aria! —se reprendió a sí misma en voz alta, como si eso pudiera borrar la imagen de Jake de su cabeza.
Dio un salto, impulsándose con una agilidad impresionante hacia una roca cercana. Aterrizó suavemente sobre ella, y una corriente de energía estelar fluyó por sus piernas, dándole el impulso suficiente para volver a saltar al aire, esta vez más alto.
En pleno vuelo, giró sobre sí misma, formando un arco con sus brazos y concentrando la energía en torno a su cuerpo. El aire a su alrededor chisporroteaba, como si el mismo ambiente sintiera el poder que Aria estaba generando.
La energía fluye a través de mí..., pensó mientras sentía cada célula de su cuerpo vibrar con una fuerza inigualable. Es parte de mí, como si siempre hubiera estado ahí, esperando ser despertada.
Cuando aterrizó de nuevo en el suelo, la energía estelar se disipó lentamente, dejando una leve estela luminosa a su alrededor. Se quedó de pie, respirando profundamente, sintiendo la satisfacción de haber completado un entrenamiento más.
La sangre de Aetheria me ha dado este poder, pero también una responsabilidad..., pensó, mirando hacia el cielo estrellado que comenzaba a aparecer. Soy más fuerte que la mayoría aquí en Solaria. No puedo permitirme fallar.
Miró de nuevo el diario a su lado, recordando las palabras de los guerreros que la habían salvado. Sabía que su destino estaba atado a algo mucho más grande que ella misma, algo que aún no lograba comprender del todo. Pero lo que sí sabía era que tenía que seguir adelante, mejorar, fortalecerse.
Y aunque Jake la sacaba de quicio, no podía evitar preguntarse si él también estaba destinado a algo más grande. Tonto, se dijo a sí misma de nuevo, aunque esta vez con una leve sonrisa.
El sueño envolvía a Aria en una neblina espesa y opaca, como si la realidad misma se hubiera convertido en una capa de sombra. En su mente, el mundo se desvaneció en un horizonte de inquietud y desasosiego. A medida que avanzaba, el cielo se tornaba gris oscuro, y el aire se cargaba con un peso invisible y opresivo.
Aria se encontró de pie en el centro del club de ocultismo, un lugar que había comenzado a conocer a través de sus investigaciones sobre las fluctuaciones de energía estelar.
El ambiente era más siniestro de lo que recordaba, bañado en una penumbra constante que parecía absorber la poca luz que quedaba. Las paredes estaban adornadas con símbolos arcanos y pergaminos antiguos, todos iluminados por una luz tenue y parpadeante que emanaba de unas velas antiguas dispuestas en círculos.
Un escalofrío recorrió su espalda cuando notó un cuerpo tendido en el suelo del club, justo en el centro del círculo de velas.
El cadáver era un joven de piel pálida y fría, con una expresión de horror congelada en su rostro. Su cuerpo estaba rígido, y sus ojos estaban vacíos y sin vida, mirando hacia el vacío con una intensidad aterradora.
Aria se acercó con pasos lentos, sus sentidos alertas a cada sonido sutil en el aire. La sensación de que algo estaba fuera de lugar, de que la realidad se estaba distorsionando, la invadió.
De repente, Zephyr Blackthorn apareció de la nada, como si hubiera surgido de las mismas sombras. Su presencia era tan imponente como siniestra, y el aura púrpura de su máscara iluminaba su rostro de manera inquietante. Aunque Aria nunca había tenido un encuentro directo con él, había notado fluctuaciones inusuales en la energía estelar que parecían asociarse con su presencia. Sin embargo, ahora, en el sueño, la sensación era mucho más intensa y perturbadora.
Zephyr se acercó al cadáver con un paso deliberado, y su aura púrpura parecía danzar alrededor del cuerpo, como si estuviera absorbiendo algo de él.
Aria sintió un impulso de terror paralizante al ver que el cadáver comenzaba a retorcerse y a cambiar de forma bajo la influencia de la energía oscura que emanaba de Zephyr. Las sombras parecían cobrar vida, envolviendo el cuerpo en una especie de danza macabra.
—Este no es el final —susurró Zephyr con una voz que parecía resonar desde lo más profundo del abismo. Sus palabras eran un eco de desesperanza, un aviso de que algo aún más oscuro estaba por venir.
Aria quiso gritar, pero su voz quedó atrapada en su garganta. El aire a su alrededor se volvió denso, casi tangible, y cada respiración se convirtió en un esfuerzo monumental. Los símbolos en las paredes parecían distorsionarse, girando y cambiando de forma, como si la realidad misma estuviera siendo descompuesta ante sus ojos.
De repente, el cuerpo en el suelo comenzó a desmoronarse en un torrente de sombras y fragmentos de luz, mezclándose con la energía estelar que parecía haberse corrompido. La combinación de elementos arcanos y estelares creaba una escena de caos indescriptible, una amalgama de horror y belleza distorsionada.
Aria sintió una presión creciente en su pecho, como si el mismo miedo estuviera tratando de aplastarla. Zephyr se volvió hacia ella, sus ojos intensos atravesando la oscuridad y encontrándola. La sensación de ser observada por algo maligno y omnipresente era abrumadora.
Justo cuando Aria sintió que su cordura estaba a punto de quebrarse, la escena comenzó a desvanecerse. El club de ocultismo y Zephyr se desmoronaron en un torbellino de sombras y luces intermitentes, y la presión en su pecho se aligeró.
Aria se despertó con un sobresalto, el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. La habitación estaba en calma, el sueño había sido solo eso: una pesadilla.
A medida que se incorporaba en su cama, se dio cuenta de que el club de ocultismo y el cadáver no eran reales. Pero el miedo y la inquietud que había sentido permanecían con ella, como una sombra persistente.
Se puso de pie, sus piernas temblando ligeramente. La pesadilla había sido demasiado vívida, demasiado aterradora para ignorarla. Aria sabía que los sueños a veces revelaban verdades ocultas o advertencias. Miró hacia el diario que estaba en su escritorio, recordando las palabras de los guerreros que la habían salvado.
La conexión con la energía estelar, la influencia de Zephyr, el cadáver... todo parecía un rompecabezas complejo que aún no lograba entender completamente.
La imagen de Zephyr, su presencia intimidante y la sensación de oscuridad envolviéndolo, seguía presente en su mente. Aria frunció el ceño, intentando despejar los pensamientos confusos.
¿Qué significaba todo esto? ¿Era una advertencia, un reflejo de sus temores más profundos, o algo más ominoso que estaba por suceder?
Con un suspiro de exasperación, se dirigió hacia la ventana, buscando consuelo en el cielo nocturno que comenzaba a despejarse. Las estrellas brillaban con una claridad serena, como si intentaran recordarle que la calma y la claridad estaban al alcance, incluso después de la tormenta en su mente.
A medida que la brisa nocturna acariciaba su rostro, Aria sintió un leve consuelo. El sueño había sido perturbador, pero también era una señal de que debía mantenerse alerta. El torneo, las energías oscuras, y la conexión con Zephyr eran más que simples coincidencias; había algo más grande en juego.
Con la mente aún agitada pero decidida, Aria se preparó para enfrentarse a lo que estaba por venir. Sabía que el entrenamiento y la preparación eran esenciales, pero también lo era comprender las advertencias que el universo parecía estar enviándole.
Aria volvió a su diario, buscando respuestas entre las páginas llenas de símbolos arcanos. La noche prometía ser larga, pero estaba dispuesta a enfrentarla con la misma determinación que había mostrado durante su entrenamiento. La pesadilla había sido una prueba, y estaba decidida a superar cualquier desafío que se le presentara, sin importar cuán oscuro o aterrador fuera.
La ceremonia de inauguración del Gran Torneo Estelar se llevó a cabo esa misma noche. La junta directiva de la academia había tomado la decisión de hacerla nocturna por razones que, en un principio, parecían simplemente logísticas, pero que en el fondo escondían una estrategia más calculada. No solo buscaban darle un aire solemne y majestuoso al evento, sino que querían aprovechar la atmósfera de la noche para amplificar la emoción de los estudiantes y los espectadores.
La luz artificial nunca podría igualar la grandeza de un cielo estrellado, y ellos lo sabían. La combinación del crepúsculo con la luminiscencia de las constelaciones creaba una sensación de inmensidad, como si el universo mismo estuviera observando el evento. Además, la energía estelar-el fundamento de las artes marciales de la academia-se veía particularmente impresionante bajo la oscuridad del firmamento, cuando los destellos de poder de los combatientes contrastaban con la noche. Era puro espectáculo.
Pero había un detalle aún más sutil en todo esto. Programar la inauguración en la noche también servía para controlar los ánimos de los estudiantes. La euforia de un evento de este calibre podía ser peligrosa si se desbordaba a lo largo del día. De esta forma, al terminar la ceremonia, la mayoría de los asistentes estarían agotados, y la adrenalina se disiparía al llegar a sus dormitorios. Una medida sencilla, pero efectiva, para evitar conflictos innecesarios antes de los combates oficiales del día siguiente.
Jake caminaba despreocupado por uno de los pasillos iluminados tenuemente por lámparas de cristal estelar cuando una voz familiar lo sacó de sus pensamientos.
-Hey, ¿por qué tienes esa cara de haber estado peleando con una pared?
Se giró y encontró a Sophia, con su característico tono burlón y una sonrisa ladina.
-No fue una pared -replicó él, suspirando-. Fue Aria Stephen.
Sophia arqueó una ceja, interesada.
-¿La del club de ciencias?
-Computación y medicina también. Al parecer tienen un nombre larguísimo para hacer que suene más sofisticado.
-Sí, definitivamente suena como ellos -rió ella-. Pero espera, ¿qué pasó?
Jake exhaló con pesadez y apoyó un hombro contra la pared.
-Me la encontré en el pasillo, o más bien, nos encontramos el uno al otro... de frente y a toda velocidad.
-¡¿Qué?!
-Tal cual. Nos chocamos y sus cosas salieron volando por todo el lugar. Papeles, microchips, quién sabe qué más. Hasta creo que vi un pequeño dron intentando escapar del desastre.
Sophia soltó una carcajada.
-Dime que no te quedaste como un idiota viendo todo en cámara lenta.
-No, peor -Jake pasó una mano por su cara-. Me quedé congelado unos segundos tratando de entender qué demonios había pasado, y cuando me di cuenta, ella ya estaba recogiendo todo con una velocidad que daba miedo.
Sophia se cruzó de brazos, tratando de contener otra risa.
-¿Y qué hiciste?
-Obviamente, la ayudé -gruñó él-. Pero casi me arranca la cabeza con la mirada. Supongo que estaba apurada o algo.
-O tal vez te odia -bromeó Sophia.
-No sería la primera -Jake resopló-. Pero bueno, después de eso me fui antes de que me lanzara un bisturí o algo así.
Sophia sonrió con diversión, pero luego su expresión cambió ligeramente, como si algo le hubiese cruzado la mente de golpe.
-Por cierto, ¿has visto a Raven últimamente?
Jake parpadeó.
-¿Raven?
-Sí -Sophia frunció el ceño-. Hace días que no lo veo. Normalmente lo encuentro en la biblioteca o en el jardín, pero nada.
Una sensación incómoda recorrió la espalda de Jake, como un escalofrío sin razón aparente.
¿Raven... desaparecido?
No era la primera vez que su amigo se esfumaba por un tiempo, pero algo en la forma en que Sophia lo dijo le dio una mala espina.
Tal vez se fue a meditar otra vez en el club de ocultismo... o simplemente está en su dormitorio.
Sí, tenía que ser eso. Raven siempre había sido un tipo peculiar, con sus propios rituales extraños y su obsesión por las energías estelares más oscuras. Pero algo no encajaba.
La incomodidad se instaló en su pecho como un peso invisible.
-Seguramente está en su dormitorio -dijo finalmente, intentando sonar despreocupado-. Ya sabes cómo es. A veces se aísla para... concentrarse o algo así.
Sophia lo observó en silencio por un momento, como si intentara leer su mente.
-Supongo... -murmuró.
Jake forzó una sonrisa y se empujó de la pared.
-De todos modos, mañana es el torneo. Seguro aparece antes de que empiece la primera ronda.
Pero por dentro, la inquietud seguía ardiendo como una chispa imposible de ignorar.
La plaza central de la academia, el corazón palpitante de aquel mundo de prodigios, era un océano de luces y movimiento. Lo que en el día era un amplio espacio rodeado de columnas de mármol y estatuas de antiguos maestros, ahora se había transformado en un escenario de ciencia y arte, un coliseo futurista donde lo ancestral y lo vanguardista se fundían en un solo espectáculo.
Las gradas modulares se habían desplegado con precisión milimétrica, expandiéndose desde el suelo como pétalos metálicos. Sobre ellas, miles de estudiantes y espectadores aguardaban expectantes, sus rostros iluminados por el resplandor de los proyectores holográficos que flotaban en el aire, proyectando imágenes vibrantes en un cielo sin nubes.
Un silencio expectante se apoderó del lugar cuando las luces descendieron en intensidad, dejando la plaza en una penumbra estratégica. Y entonces, el suelo mismo cobró vida.
Desde el centro de la plaza, un círculo de energía estelar se encendió con una tonalidad azul profundo, expandiéndose en ondas concéntricas. Un segundo después, pilares de luz se alzaron a su alrededor, como si el mismísimo cosmos hubiera descendido para bendecir el torneo.
El primer acto comenzó con una coreografía marcial: un grupo de estudiantes de último año, ataviados con túnicas adornadas con filamentos de luz, ejecutó una danza de combate donde cada golpe y cada movimiento liberaban destellos de energía estelar, dibujando patrones en el aire como pinceladas fugaces en un lienzo invisible.
Luego, la banda oficial de la academia tomó el escenario, pero no era una banda común. Sus instrumentos estaban modificados con tecnología estelar, y cada nota musical resonaba con una vibración palpable, formando ondas de sonido que se manifestaban en colores danzantes sobre el público. Cuando los tambores comenzaron a retumbar, los espectadores sintieron el impacto en sus propios pechos, como si el mismísimo espíritu de la batalla les llamara.
El siguiente acto elevó el espectáculo aún más. Un escuadrón de estudiantes con propulsores de energía se lanzó al aire, realizando acrobacias imposibles mientras generaban estelas brillantes tras de sí. Sus movimientos trazaban constelaciones efímeras en la cúpula de la noche, y cuando descendieron, lo hicieron en perfecta sincronía, aterrizando con precisión quirúrgica en el suelo recién transformado en arena de combate.
Y entonces, la voz del director resonó por toda la plaza, amplificada por la red de altavoces cristalinos incrustados en las columnas.
—¡Bienvenidos, combatientes y espectadores, al Gran Torneo Estelar!
El clamor del público fue ensordecedor.
La plaza ya no era la misma. El suelo, antes liso, se había dividido en plataformas dinámicas, con circuitos de energía corriendo bajo ellas. Cada combate tendría lugar en un terreno que podía alterarse en tiempo real, desafiando la adaptabilidad de los luchadores.
Pero lo que captó la atención de Jake no fue la majestuosidad del evento, sino la figura que se alzaba junto a la junta directiva en la tarima principal.
Zephyr Blackthorn.
Estaba ahí, imponente, como una sombra que había escapado de las mismas profundidades del cosmos. Su máscara negra, con aquellas grietas iluminadas por un aura púrpura, destellaba bajo las luces del evento, absorbiendo la atención de cualquiera que posara la mirada en él. Sus ojos, oscuros y penetrantes, analizaban la multitud con la precisión de un depredador al acecho. Pero no estaba solo.
A su alrededor, miembros de la junta directiva de la academia intercambiaban palabras y sonrisas con él, como si se tratara de un ilustre benefactor y no de un enigma envuelto en sombras. ¿Cómo demonios un tipo así ha conseguido ser patrocinador del torneo? pensó Jake, con un malestar difícil de ignorar.
Y entonces, Zephyr movió ligeramente la cabeza.
Por un instante, Jake sintió que aquellos ojos vacíos se clavaban en él a través de la máscara. Fue apenas un segundo, pero el escalofrío que recorrió su espalda fue suficiente para hacerle apartar la vista.
Esto no es bueno.
El rugido del público lo sacó de su ensimismamiento. Sobre la tarima, el director había levantado un brazo, señalando el final de la ceremonia. El espectáculo había terminado, y ahora solo quedaba esperar la llegada del verdadero evento: el combate.
Pero Jake no podía sacudirse aquella sensación de que algo estaba fuera de lugar. Que algo, en algún rincón oscuro de la academia, estaba esperando el momento justo para moverse.