Abismo

El alba en la isla Solaria trajo consigo un cielo teñido de tonos carmesí y dorado, un presagio de la batalla que estaba por comenzar. La academia Altamira hervía en actividad. Miles de voces se entrelazaban en un murmullo vibrante, una sinfonía de emoción que anunciaba el evento más esperado del ciclo: el Gran Torneo Estelar.

Las gradas estaban abarrotadas de estudiantes, profesores y figuras destacadas de la academia. En lo alto de la arena, ondeaban estandartes con emblemas dorados que representaban las distintas casas y especialidades de los combatientes. El suelo, una mezcla de piedra pulida y material reforzado con energía estelar, relucía bajo la luz matinal.

Jake Evernight, vestido con su uniforme de combate, permanecía en la zona de espera. Su uniforme era una obra de diseño funcional y estilizado: una chaqueta ajustada de fibra oscura con el símbolo de la academia grabado en el lateral izquierdo de su pecho. Las mangas estaban adornadas con líneas fluorescentes que reaccionaban a su flujo de energía, intensificándose con cada latido. Los pantalones, resistentes y flexibles, permitían movimientos ágiles sin restricciones. Un par de botas de suela adaptable completaban su atuendo, diseñadas para absorber impactos y mejorar su tracción en cualquier superficie. Su capa no existía; en su lugar, la vestimenta misma emanaba un aura de poder, un reflejo de su entrenamiento y determinación.

Frente a él, Reiss Vauren se ajustaba los guantes de su propio uniforme de combate. Su atuendo, en contraste con el de Jake, era una gabardina de alto rendimiento, abierta en la parte inferior para facilitar el movimiento, con placas de polímero reforzado sobre los hombros y el torso. El color predominante era un azul profundo con detalles plateados, un homenaje a la casa de los Vauren. Su pantalón, diseñado con la misma tela reforzada, le daba una apariencia de guerrero moderno, alguien que combinaba tradición con tecnología de punta. Su energía estelar pulsaba a través de patrones geométricos en su uniforme, signos de su linaje y control absoluto sobre su flujo de poder. Alrededor de ellos, el público gritaba con fervor. La intensidad del combate ya había superado las expectativas iniciales y apenas estaba comenzando.

—Jake Evernight contra Reiss Vauren. —La voz del anunciador resonó por toda la arena, arrastrando consigo un estruendo de vítores.

Jake entrecerró los ojos y se dirigió a la plataforma de combate. Frente a él, su contrincante ya estaba en posición.

Reiss era un tipo corpulento, de complexión atlética, cabello plateado y un porte de guerrero curtido. A pesar de ser un personaje secundario en la historia de la academia, era todo menos ordinario. Hijo de una familia de artistas marciales que estudiaban la energía estelar desde la disciplina del combate puro, Reiss no peleaba por vanidad, sino por un legado. Era alguien con quien el público podía empatizar, alguien con sueños, esfuerzo y una vida fuera del ring.

Mientras el anunciador daba la señal de inicio, la mente de Reiss viajó al pasado.

Años atrás...

El eco de los golpes resonaba en el dojo familiar de los Vauren. Las antorchas titilaban, proyectando sombras alargadas sobre los muros de piedra. En el centro, un joven Reiss caía por enésima vez sobre el suelo de madera. Su abuelo, un hombre de mirada severa y cuerpo tallado por la disciplina, lo observaba sin inmutarse.

—Levántate. —La voz del anciano era áspera, implacable.

Reiss apretó los dientes y se incorporó con dificultad. Sus brazos temblaban, su energía estaba casi agotada, pero no podía rendirse. No frente a él.

—No basta con lanzar golpes fuertes, Reiss. El verdadero combate es un arte, y el arte nace del control absoluto sobre tu energía y tu cuerpo. —El anciano caminó alrededor de él, midiendo cada movimiento—. Luchamos para preservar nuestro linaje, no por gloria ni venganza. ¿Entiendes?

Reiss asintió con esfuerzo. Su abuelo había sido uno de los guerreros más temidos y respetados en la historia de la familia Vauren, y aunque nunca le pidió seguir su camino, la expectativa estaba grabada en cada fibra de su ser.

La energía estelar no era solo poder, era un principio. Una herencia que debía proteger y honrar.

Esa noche, tras una agotadora sesión de entrenamiento, Reiss se sentó junto a su madre en la terraza del dojo. Ella, una mujer de facciones suaves, pero con la misma determinación en sus ojos, le ofreció un té caliente.

—Siempre intentas impresionarlo. —Su voz tenía un matiz de ternura.

Reiss tomó el té y suspiró. —Quiero ser fuerte. Quiero ser digno de esta familia.

Su madre sonrió, apartando un mechón de su cabello plateado. —La fuerza no se mide solo en golpes, hijo. Se mide en convicción.

Esa noche, bajo el cielo estrellado, Reiss hizo un juramento silencioso. Llegaría más lejos de lo que cualquiera de su linaje había llegado. Y lo haría bajo sus propios términos.

Pero no fue hasta la gran prueba de su abuelo que entendió lo que realmente significaba la fuerza.

Tres días después, lo llevó a las montañas que rodeaban el dojo. Allí, en medio de un acantilado donde el viento rugía sin piedad, el anciano lo desafió a mantener una postura de combate mientras enfrentaba los vientos gélidos de la cumbre.

—No quiero que golpees el aire. No quiero que esquives sombras. —El anciano se cruzó de brazos—. Solo resiste.

La nieve se acumulaba en su cabello, sus músculos ardían, y cada segundo que pasaba sentía que su cuerpo se rompería. Pero no cayó. Su convicción era más fuerte que el dolor. Cuando finalmente descendieron, su abuelo le puso una mano en el hombro.

—Ahora entiendo. —Sus ojos severos, por primera vez, reflejaban algo similar al orgullo—. No solo eres un Vauren. Eres algo más.

Desde ese día, Reiss nunca volvió a dudar.

Presente.

La voz del anunciador lo trajo de vuelta.

—He esperado este combate, Jake. —Reiss flexionó los hombros, dejando escapar un leve crujido en su cuello—. No pelearé para ganar, sino para demostrarte mi estilo.

Jake sonrió. —Entonces muéstramelo.

El anunciador bajó la mano y la arena entera contuvo la respiración.

—¡COMIENZA!

El suelo vibró bajo los pies de ambos combatientes. Reiss fue el primero en moverse. Su cuerpo se deslizó hacia adelante con una velocidad impresionante, y en un instante, su puño derecho estaba a centímetros del rostro de Jake.

Pero Jake no era un novato. Se inclinó ligeramente hacia atrás, sintiendo la ráfaga del golpe pasarle rozando la nariz. Sus ojos reflejaban la chispa de la emoción. La batalla había comenzado.

Reiss giró sobre su eje y lanzó una patada baja con precisión quirúrgica. Jake saltó en el aire, esquivando con la agilidad de un felino, y al aterrizar, canalizó su energía estelar en sus palmas.

—¡Impacto! —exclamó, enviando una onda de energía que estalló contra el suelo y levantó polvo a su alrededor.

Reiss entrecerró los ojos y utilizó su propio flujo de energía para disipar la nube de escombros, pero Jake ya no estaba allí.

—¡Arriba! —gritó alguien en las gradas.

Reiss alzó la vista justo a tiempo para ver la silueta de Jake descendiendo como un meteorito. Su puño brillaba con energía aetheriana pura, un golpe destinado a ser devastador.

Pero Reiss no estaba en la arena solo para perder.

—¡No tan rápido! —gruñó, canalizando su propio poder en un escudo de energía sólida. El impacto sacudió la arena, y por un momento, todo quedó en silencio.

Luego, la explosión de choque rompió el aire.

Los espectadores rugieron mientras la batalla continuaba, la emoción creciendo con cada movimiento. Y este era solo el primer combate.

La llama del torneo apenas había comenzado a arder.

Reiss aterrizó con fuerza, deslizando los pies para estabilizarse. Respiró hondo, sintiendo el temblor en sus músculos. Su escudo había resistido el impacto de Jake, pero no sin consecuencias. Su brazo derecho le ardía, la vibración del golpe aún persistía en su cuerpo.

Jake, en cambio, aterrizó con elegancia, su postura aún relajada. Pero en sus ojos había reconocimiento.

—Nada mal. —Jake sonrió de lado—. Pocas veces alguien bloquea eso de frente.

Reiss exhaló, con una sonrisa de determinación. —Soy un Vauren. No caemos tan fácil.

Con una explosión de energía estelar, ambos se lanzaron nuevamente al combate, dispuestos a llevar su enfrentamiento a un nivel aún mayor.

—¡Punto para Jake! —bramó el presentador con una voz eléctrica, amplificada por todo el coliseo.

Reiss gruñó, retrocediendo con el brazo entumecido por el impacto. Jake, por su parte, apenas bajó la guardia. Respiraba agitado, la energía estelar a su alrededor chispeando con un azul cada vez más profundo. Un segundo más y Reiss podría contraatacar. Todo era tensión y ruido...

...excepto para Sophia.

Ella ya no miraba la pelea.

Algo frío le había corrido por la nuca como un susurro invisible. Una punzada, un presentimiento. Sus ojos buscaron en la plataforma de los jueces y ahí lo vio.

Zephyr.

Se estaba levantando.

Despegó las manos del regazo con un movimiento tan suave que pareció flotar. Su túnica osciló con elegancia, negra con tonos púrpura tan oscuros que parecían absorber la luz. Pasó junto a los otros jueces sin intercambiar palabras. No saludó, no miró atrás. Tomó un pasillo lateral, casi imperceptible para los espectadores... y se desvaneció en la penumbra.

—¿Qué…? —murmuró Sophia, frunciendo el ceño.

Nadie más parecía notarlo.

El rugido del combate la envolvía, pero ya no lo escuchaba. Solo sentía ese escalofrío en espiral bajando por su columna.

Y un recuerdo. La última vez que había hablado con Raven.

—"¿Ves esto?" —le dijo él en la biblioteca semanas atrás, mostrándole un cuaderno de cubiertas negras con bordes desgastados—. "No es un grimorio… al menos no todavía. Está en blanco. Jake debe llenarlo con lo que descubra. Lo que sienta."

—"¿Le regalaste un diario?" —había dicho ella, entre risas.

—"Le di una semilla. Lo que crezca depende de él."

No lo había vuelto a ver desde entonces. Y ahora Zephyr se marchaba como si algo le llamara desde las sombras.

Sin pensarlo más, Sophia se deslizó entre la multitud. Saltó las gradas, avanzó por detrás de los bastidores, evitando a los supervisores y a los técnicos de energía. Nadie reparó en ella. Todo el mundo tenía la vista en la pelea.

Excepto ella.

Excepto Zephyr.

El pasillo al que él había entrado era antiguo, casi abandonado. No tenía iluminación automática. Las baldosas estaban cubiertas de polvo, aunque ahora mostraban huellas frescas. Las suyas. Las de él.

Sophia tragó saliva y entró.

Los sonidos de la arena desaparecieron detrás de ella.

Solo quedaba el eco de sus pasos y el golpeteo acelerado de su propio corazón. Las paredes estaban cubiertas de vitrales antiguos, pero la luz que una vez los atravesó ahora era nula. Todo parecía sumergido en un crepúsculo perpetuo. Como si ese lugar no perteneciera al mismo tiempo que el resto de la academia.

¿A dónde vas, Zephyr...? ¿Qué hay aquí que no pueda esperar al final del combate...?

Se detuvo. Un sonido. Como si algo se arrastrara por la piedra más adelante.

Sophia pegó la espalda a la pared. No había invocado su aura. Estaba completamente vulnerable.

—"Raven... si tenías razón sobre él..." —susurró apenas, su voz trémula, "... ¿por qué nadie más lo ve?"

Pasó al siguiente pasillo. Y lo vio.

Zephyr estaba de espaldas, frente a una puerta enorme, sellada con runas olvidadas que no aparecían en ningún tomo moderno. Él no hacía nada. Solo... miraba.

La penumbra se condensaba a su alrededor, girando como una niebla viva. Y por un segundo, Sophia vio una sombra brotar de sus pies como una segunda capa de su cuerpo. Algo que no tenía forma... ni nombre.

Un zumbido la sacudió. Dolor sutil detrás de los ojos. Como si el aire mismo estuviera tratando de entrar en su mente.

No... no te acerques más... no lo mires directo...

Pero no podía dejar de mirar. No podía moverse.

Entonces, él habló.

No se volteó. Solo pronunció, con una voz imposible, lejana, como un eco en otra realidad:

—"Veo que tú también caminas sin ser vista."

Sophia retrocedió un paso. Pero el suelo no estaba. Cayó.

Caía.

El eco de sus pasos resonaba con violencia en los pasillos pulidos de la academia. No había nadie. Nadie.

El torneo rugía a lo lejos, con su energía estelar disparada como fuegos artificiales. Y sin embargo... Sophia sentía que el verdadero peligro no estaba en la arena. Estaba detrás de ella.

¿Cómo fue que llegué a esto...? ¿Por qué él...?

—Zephyr... —murmuró entre dientes. Su voz se sentía ajena, débil, como si no fuera suya.

La persecución no era física. Zephyr no corría. Zephyr no necesitaba correr. Solo caminaba.

Pero ese paso lento, firme, invisible, era suficiente para quebrarle el alma.

¿Dónde estás? ¿Qué eres...?

Recordó por un instante la voz tranquila de Raven, días antes de desaparecer.

—"Hay presencias que no se pueden analizar... solo se sienten. Como cuando algo dentro de ti te dice que un sitio ya no es seguro."

Y lo peor de todo, pensó Sophia con un nudo en la garganta, era que no había entendido esas palabras hasta ahora.

Una esquina.

Un corredor lateral.

Y al fondo... una puerta de vidrio opaco.

El laboratorio del Club de Ciencias, Salud y Tecnología.Iluminado. Accesible. Normal.

Demasiado normal.

No se lo pensó dos veces. Canalizó la energía en sus dedos con un movimiento rápido y lanzó una serie de destellos—pequeños puntos de luz estelar que se bifurcaron en distintas direcciones por el pasillo. Trampas visuales. Ecos falsos. Casi imperceptibles por el estruendo lejano de la batalla en la arena.

Y entonces, se desvió.

Abrió la puerta del laboratorio con un solo tirón y se deslizó dentro como una sombra.

Click. Cerró.

Las luces se apagaban automáticamente al no detectar movimiento. Perfecto.

Contuvo el aliento mientras se agazapaba tras una estantería de químicos y contenedores térmicos. Todo en orden. Todo brillante. Y sin embargo...

¿Por qué se siente tan... sucio aquí...?

El silencio era absoluto, salvo por el tenue zumbido de las máquinas en reposo.

Sophia contuvo las lágrimas. No de tristeza. De rabia; de impotencia.

—"Ese libro… no tenía letras. Era... como si me dijera: 'Escribe tú lo que debe existir'."—"Sophia, a veces el hechizo más fuerte es lo que decides dejar por escrito."

Raven le había dicho eso. No había broma en su mirada. No había ligereza.

¿Sabía algo? ¿Intentaba advertirnos sin hacerlo directamente...?

¿Fue por eso que Zephyr lo buscó...?

Se abrazó las piernas. Tragó saliva. Su mente comenzaba a agrietarse, pero su espíritu aún resistía.

Zephyr no entró.

Pasaron segundos, minutos. No lo sabía.

Tal vez... había comprado algo de tiempo. Tal vez... él creyó que los destellos eran reales.

O tal vez simplemente no le interesa matarme todavía.

—Jake... —susurró. Su voz no hizo eco—. Si estás sintiendo algo... por favor, reacciona.

Le dolía admitirlo, pero estaba sola.Y aunque había escapado por ahora, no lo había perdido.

Zephyr ya no era solo una sospecha. Era una amenaza latente. Un depredador vestido de autoridad.

Y ella...

Era solo una chica respirando al borde del pánico, en un laboratorio donde todo parecía normal… menos su sombra.