Academia Altamira de la Isla Solaria – Planta Baja, Ala C – Laboratorio del Club de Ciencias, Salud y Tecnología
Las luces del corredor titilaban con un zumbido tenue mientras Sophia se deslizaba por la pared, agachada, apretando la chaqueta contra su pecho como si eso pudiera ocultarla de él.
Zephyr Blackthorn.
El nombre por sí solo le había helado la sangre. No sabía cómo, ni por qué él sabía de ella. Pero lo que era seguro… es que la estaba buscando.
Sophia (mental):
“¿Por qué yo? ¿Qué hice? ¿Qué quiere? No tengo nada especial. No soy Jake. No soy un duelista estrella. Solo quiero salir viva.”
Corrió hasta el final del pasillo de seguridad. La puerta metálica del Club de Ciencias, Salud y Tecnología se mantuvo cerrada… hasta que le acercó su credencial de asistente temporal, una que le habían otorgado hacía semanas para un proyecto que nunca terminó. Pitido. Acceso concedido.
Entró.
Y la puerta se cerró tras ella con un susurro suave y definitivo.
Dentro del laboratorio, el ambiente era completamente distinto al resto de la academia. Una penumbra blanca bañada por la luz de pantallas suspendidas. El zumbido de los generadores era casi reconfortante. El espacio olía a metales ionizados, polímeros y vidrio templado. Había humedad en el aire, como si las máquinas respiraran con ella.
Ella sabía que allí no encontraría humanos. Solo máquinas. Y quizá, eso era lo mejor.
Sophia (mental):
“Zephyr no entra a estos sitios. No le interesa lo que no puede destruir. Aquí… aquí puedo pensar.”
Se dejó caer junto a una consola desactivada, intentando recuperar el aliento. Solo entonces reparó en un detalle: una caja de seguridad aislada, abierta a medias, como si alguien se hubiera marchado con prisa. Dentro: prismas translúcidos flotando en pequeños soportes. No eran piedras comunes: cada uno tenía un núcleo que palpitaba lentamente, como si latieran.
Se acercó con cautela. Una tableta encendida aún mostraba un documento reciente, firmado digitalmente:
> Bitácora Personal – Aria Stephen (aprendiz)
“Prototipo CEES – Canalizadores de Energía Estelar Sintética
Los CEES están diseñados para capturar, comprimir y estabilizar partículas de radiación estelar latente mediante capas de silicio vibrante y núcleos sintéticos de trión de litio.
El principio base: presión energética.
Al igual que la presión de materia, donde la densidad fuerza a los átomos a ocupar un volumen mínimo, aquí comprimimos energía estelar bruta en una matriz subatómica que solo puede ser liberada al vincularse con un receptor orgánico compatible.
El cuerpo humano no puede contener energía estelar por sí mismo, pero el CEES actúa como una válvula catalizadora, soltando cargas dosificadas al sistema nervioso, muscular y linfático.
En resumen: el CEES convierte a su usuario en un vector de radiación canalizada.
Un arma biológica, sí. Pero solo si el usuario sobrevive a la adaptación.”
Advertencia: Uso no autorizado puede inducir colapso neurológico, fallo mitocondrial o destrucción celular espontánea.
Sophia tragó saliva. Dio un paso atrás… pero algo dentro de ella se movió.
Un pensamiento.
Una posibilidad.
Una voz.
Sophia (mental):
“¿Y si esto es justo lo que necesito?
No para pelear. No para ganar.
Sino para no volver a correr.”
Sus ojos buscaron entre los prismas. Uno de ellos, más tenue que los demás, comenzó a brillar al acercarse. Un haz de luz azul escaneó su rostro.
La pantalla de la caja de contención parpadeó:
> Sincronización espontánea detectada.
Candidato orgánico viable: SOPHIA JOHNSON
Adaptabilidad celular: 88.2%
Carga de prueba sugerida: 1.5 microciclos
La puerta de la caja se abrió. Y el CEES flotó hacia ella como si la reconociera.
Sophia extendió la mano. Lo tocó.
Y lo sintió entrar.
No fue físico. Fue como si algo se deslizara entre sus nervios, su espina dorsal, su columna. Una vibración. Luego presión. Luego una explosión de luz en su mente.
Sophia (jadeando, casi desmayada):
—¡AHHHH!
La consola pitó múltiples veces.
Las pantallas se encendieron solas.
> Adaptación biotecnológica en proceso.
Saturación energética inicial estabilizada.
Matriz energética activa.
Sophia cayó de rodillas.
Su cuerpo temblaba. Su visión se distorsionaba.
Pero lo más extraño era que no sentía dolor.
Sentía más.
Más velocidad en su pulso.
Más claridad en sus pensamientos.
Más agudeza en su percepción.
Como si el universo hubiera subido el volumen de todo.
Sophia (mental, con lágrimas):
“¿Esto es… lo que se siente no tener miedo?”
Una última línea apareció en la pantalla, como una firma final de Aria:
> “Si llegaste hasta aquí… ya no estás huyendo. Estás despertando.”
Y Sophia, por primera vez en días, sonrió.
No de felicidad.
Sino de certeza.
Porque en ese laboratorio de la planta baja, escondida del villano más peligroso del universo, había encontrado la única arma que no era ni espada ni técnica ni armadura.
Había encontrado su canal.
Y ahora…
solo quedaba abrirlo.
Cuando activó la secuencia desde la consola, los CEES comenzaron a vibrar en sincronía, cada uno modulando una frecuencia específica como si respondieran a un patrón oculto en el cuerpo de Sophia. Un campo de partículas brillantes se proyectó desde cada prisma, como si el aire se fracturara en líneas de código estelar. La luz no cegaba, pero lo iluminaba todo. El laboratorio entero pareció contener el aliento.
Sophia sintió primero un cosquilleo detrás de la nuca, luego un latido debajo del esternón, como si su cuerpo reconociera los dispositivos antes que su mente.
Uno a uno, los canalizadores flotaron lentamente desde la bandeja, alineándose con puntos precisos en su cuerpo —sin tocarla—, estabilizándose en una especie de órbita suspendida. Luego, como guiados por una fuerza invisible, se aproximaron y se "adhirieron" sin invadir la piel. No se incrustaron, no atravesaron nada. Simplemente... se fundieron con su campo bioeléctrico.
No hubo dolor. Solo un leve cambio de presión, como si el aire alrededor de su cuerpo se comprimiera ligeramente. Los CEES se sincronizaron con sus ritmos internos —su respiración, sus impulsos neuronales, la vibración de su energía estelar latente. Un tenue fulgor azul violeta los envolvía, pulsando al mismo ritmo que su corazón.
No me han invadido... me han aceptado.
Era como si cada uno de ellos construyera un canal interno que guiaba la energía estelar de forma elegante, sin dejar que se derramara o se desbocara. Sophia podía sentirlo: la diferencia era como contener una tormenta en una copa de cristal y, de repente, convertirla en un río de flujo perfecto.
Su cuerpo no había cambiado. Ninguna marca, ningún brillo permanente. Solo la atmósfera había mutado. Un aura translúcida la envolvía ahora, flotando apenas milímetros sobre su piel, como una exhalación constante de poder contenido.
Y por primera vez en días, Sophia Johnson se sintió... completa.
[PLATAFORMA A – Jake Evernight vs Vahn Elric]
La arena temblaba, como si la misma tierra estuviera siendo marcada por los ecos de los golpes, los rugidos de la multitud y el poder desatado que colisionaba entre los dos combatientes. Cada paso resonaba, cada movimiento una sinfonía de fuerza y determinación. Jake mantenía su postura, los ojos fijos en su oponente, el sudor deslizándose por su frente, sus músculos tensos como cuerdas a punto de romperse.
Vahn lo observaba con una sonrisa torcida, el rostro marcado por la arrogancia y la confianza de un guerrero experimentado. Pero había algo en su mirada, algo que Jake no pudo identificar de inmediato. Algo que dejaba entrever que este duelo no era solo físico. No era una lucha para demostrar quién era el más fuerte; era algo mucho más personal.
Jake bloqueó una patada directa al rostro con un destello de luz, una barrera estelar que se encendió justo en el momento exacto, apenas desviando el impacto. El golpe de Vahn había sido rápido, calculado, y por un instante, Jake pensó que podría haber sido demasiado tarde.
Vahn se rió entre dientes, una risa baja, llena de veneno, como si estuviera disfrutando de cada segundo.
—Eres bueno… pero aún no has visto lo que yo he visto. —Su tono era grave, arrastrado por un aire de desdén, como si estuviera hablando desde las alturas de una montaña de experiencias, tan altas que nadie más podría alcanzar.
Jake apretó los dientes, sus ojos ardían con una furia que no podía ocultar. Se mantenía firme, pero dentro de su mente, una voz le susurraba que esta batalla era solo el principio. La sensación de que algo mucho más oscuro se estaba gestando se hacía cada vez más presente.
—¿Y eso incluye perder? —replicó Jake con fiereza, levantando la mano y lanzando una descarga de luz blanca que salió disparada en un resplandor cegador. La explosión de energía destrozó parte del hombro de Vahn, arrancándole parte de su armadura, la cual se desplomó al suelo con un sonido metálico.
Vahn no gritó. En cambio, su risa se hizo más fuerte, más macabra. Una risa que no provenía de un hombre, sino de algo más profundo, más oscuro. La risa de alguien que ya había conocido la derrota, pero que aún sentía que todo estaba bajo su control.
[PLATAFORMA B – Lyra Vex vs Kael Riven]
En la plataforma opuesta, el espectáculo continuaba. Lyra danzaba entre cristales rotos, cada paso un destello de belleza y violencia. Sus movimientos eran rápidos, casi imposibles de seguir, como si el viento mismo la guiara. Los cristales afilados se fragmentaban en su paso, pero ella no se detenía, sus ojos brillando con una determinación feroz.
Kael, por otro lado, estaba cubierto por una armadura elemental que parecía tener vida propia. Cada golpe que recibía hacía que la armadura se agrietara, pero Kael se mantenía en pie, su cuerpo de acero imparable a pesar de la sangre que brotaba de las heridas en su rostro. Cada palabra que salía de su boca estaba llena de dolor y desafío.
—No voy a ser la siguiente en caer —jadeó Lyra, luchando por mantener la concentración mientras sentía el cansancio comenzar a tomar su toll.
—Ya estamos todos cayendo —respondió Kael, escupiendo sangre sobre la arena, mirando a su alrededor con una mirada sombría—. Solo que tú aún no lo sabes.
La tensión se podía cortar con un cuchillo. Las plataformas estaban al borde del colapso, inclinándose peligrosamente hacia un abismo que se extendía más allá de las paredes del Coliseo. La multitud rugía, el sonido de miles de voces uniéndose en un solo grito. Cada segundo era una promesa de tragedia.
Pero entonces, algo cambió. Algo que hizo que el tiempo se detuviera.
El rugido del Coliseo se apagó de golpe, como si la misma arena hubiera dejado de respirar.
El cielo se partió en dos.
Una grieta afilada, tan brillante como la luz de un relámpago, rasgó la atmósfera sobre la arena central. De ella descendió una figura, una sombra flotante que parecía estar hecha de la misma oscuridad del universo. Su manto fluía, como humo pesado, y la máscara que cubría su rostro era como la de Zephyr, pero mucho más grotesca. Más tosca. De sus líneas naranjas brillaban luces que se movían como venas palpitantes.
No era Zephyr. Pero no importaba.
La presencia de la figura era innegable. Era como si la realidad misma temiera su existencia.
En su mano izquierda, colgaba un cuerpo inerte. Lucian. O al menos lo que quedaba de él. Cortado con una precisión que solo un ser sobrenatural podría lograr. La sangre caía en hilos gruesos, flotando en el aire, suspendida como si el tiempo estuviera roto. Los intestinos de Lucian ondeaban con el viento como estandartes macabros.
En su otra mano, la figura movió los dedos, trazando un arco en el aire.
Una línea oscura, mortal, surgió de sus dedos. No hubo luz, ni sonido, ni advertencia. Solo un movimiento, rápido como el parpadeo, y en ese segundo exacto, Vahn, Kael y Lyra cayeron. No hubo explosión, ni gritos. Solo la quietud mortal del impacto directo al corazón. Silencio absoluto.
Cayeron al suelo como muñecos rotos, sus cuerpos sin vida haciéndose eco en la arena. La mirada de todos estaba vacía, perdida en un abismo que ya no podía comprenderse.
Jake se quedó allí, inmóvil, el único que permanecía en pie. El aire estaba denso, el peso del momento aplastando su pecho. Sabía que la batalla había cambiado, pero no entendía cómo o por qué.
La figura flotó hacia él, deslizándose como una sombra sobre el Coliseo. Sus ojos, invisibles tras la máscara, se clavaron en él con una intensidad tan penetrante que parecía que podía leer cada rincón de su alma.
—Jake Evernight… —dijo la figura, su voz profunda y cargada de un tono que podría haber sido burlón, pero también estaba impregnado de una calma siniestra, como si estuviera hablando desde el vacío.
—No es personal. Solo… necesitaba tu atención. —La figura no se apresuró. Cada palabra era medida, como si disfrutara de la reacción que su presencia causaba en el joven.
Sin previo aviso, la figura arrojó el cadáver mutilado de Lucian hacia Jake. El cuerpo voló en el aire como una marioneta rota, cayendo con fuerza hacia él.
Jake intentó moverse, pero su cuerpo estaba paralizado, la horrorosa imagen de Lucian en sus manos lo mantenía fijo, como si el peso de la tragedia lo hubiera atrapado.
Pero justo cuando pensó que iba a ser aplastado por la brutalidad de lo que quedaba de su amigo, algo sucedió.
La figura levantó su mano, cerrando los dedos con desprecio.
Una chispa naranja brilló en el aire, y en el siguiente segundo, Lucian desapareció. No quedaba nada de él. Ni carne, ni huesos, ni sangre. Solo una nube de polvo cálido que se deshizo en el aire, como si el mundo mismo hubiera borrado su existencia.
Jake temblaba, las piernas casi cediendo bajo su peso. El horror se apoderaba de él. Pero la figura, sin inmutarse, lo observaba con una calma aterradora.
—Ahora sí… ¿tienes mi atención? —preguntó, su voz suave, casi susurrante.
Y antes de que Jake pudiera reaccionar, la figura se desvaneció. No dejó rastro. No hubo sonido, ni aire roto, ni huella. Como si jamás hubiera existido.
El Coliseo quedó en absoluto silencio.
La multitud, paralizada. Los comentaristas, llorando desconsolados. La brutalidad de lo sucedido les dejó sin palabras.
Jake, de pie entre los cuerpos sin vida de sus compañeros, sintió algo más allá del miedo. Sintió que ya no era el protagonista de esta historia.
Era el detonante de algo mucho más grande.
[ACADEMIA ALTAMIRA – SECTOR LABORATORIOS – INTERIORES]
La puerta del laboratorio se abrió de golpe. No explotó, no crujió. Solo se rindió ante el peso de una decisión irreversible.
Sophia salió como si hubiera despertado de un coma lleno de dolor. El resplandor azul de su núcleo estelar vibraba debajo de su piel, y su mirada ya no era de una estudiante… sino de un cometa buscando algo que arrasar.
Silencio absoluto.
No había un alma en los pasillos. Ni instructores. Ni alumnos. Ni ecos.
Solo ella y sus pisadas resonando como metrónomos del fin.
—Zephyr… —murmuró mientras su mano se cerraba y respondía con un leve zumbido cósmico—. No tengo idea de qué estás haciendo… pero lo voy a romper todo si hace falta para encontrarte.
Un zumbido agudo le atravesó el oído. Una alteración en el campo estelar del ala norte.
Él estaba cerca.
Y ella lo sintió.
Sin dudarlo, giró en seco, deslizándose como si su cuerpo flotara a centímetros del suelo. Su energía estelar se amplificó al instante: trazos de luz azul y blanca la envolvieron como un aura viva. En segundos, se perdió en las sombras del pasillo, rumbo a su objetivo.
[EXTERIOR – PATIO INTERMEDIO – LÍMITE ENTRE SECTOR DE CIENCIAS Y LOS INVERNADEROS]
Él estaba allí. De pie. En medio del vacío.
Zephyr.
O lo que parecía serlo.
Traje negro de líneas púrpuras. Máscara afilada, de cristal oscuro surcado por filamentos que vibraban como circuitos sanguíneos. Imperturbable.
Sin moverse.
Como si la hubiera estado esperando.
Sophia aterrizó frente a él con la fuerza de un rayo impactando la tierra. El suelo se fracturó bajo sus pies, y un halo de energía celeste se expandió desde su núcleo.
—¡ZEPHYR! —gritó, con la garganta hecha fuego—. ¡¿Tú también formas parte de esta jodida pesadilla?!
Él no respondió. Solo inclinó levemente la cabeza.
Eso bastó.
Sophia cargó de inmediato, envolviendo su cuerpo en una capa de cristales estelares. Sus puños eran meteoritos. Sus ojos, cuchillas.
Zephyr apenas bloqueó el primer golpe.
Pero el segundo le atravesó el hombro.
La pelea estalló.
Ella lo despedazaba con una brutalidad quirúrgica:
—Codo giratorio estelar, a la mandíbula.
—Patada invertida, con detonación de núcleo en el talón.
—Gancho triple impulsado por líneas gravitacionales.
Cada golpe dejaba un trazo de luz en el aire y un crujido en el cuerpo del falso Zephyr. Su máscara vibraba con cada impacto, deformándose levemente.
—¡¿Te parece gracioso mirar cómo destruyen a los demás desde las sombras?! —bramó ella, girando sobre sí misma y conectando una rodilla ascendente que lo lanzó contra una pared—. ¡¿Y ni siquiera tienes el coraje de hablarme?!
Zephyr se levantó. Su hombro izquierdo colgaba descolocado, y su respiración era mínima, apenas audible.
Entonces movió los dedos.
Un sello.
Rápido. Impecable. Como una flor que se cierra.
—Ya es tarde para tus amigos de la arena. —dijo con una voz vacía, como una copia mal hecha del original—. Y tú lo sabes. No nos volveremos a ver.
—¡¿QUÉ MIERDA SIGNIFICA ESO?! —gritó Sophia, corriendo hacia él.
Pero era inútil.
Una cortina de niebla oscura surgió del suelo y lo envolvió. Zephyr… desapareció.
Como si nunca hubiera estado.
Sophia quedó sola. Respirando con violencia. Sus nudillos ensangrentados. El rostro desencajado. Y algo más importante:
Una certeza que la partía en dos.
—Jake…
Sus ojos se abrieron de golpe. Algo vibraba en el aire. Como un susurro desde el núcleo del planeta.
Una explosión.
Una vibración.
Un rugido distante.
Y después… un grito colectivo.
Desde el otro extremo de la academia, un brillo rojizo se alzaba como el sol enloquecido. Sophia no pensó.
Simplemente corrió.
[COLISEO DE ALTAMIRA – INSTANTES DESPUÉS DEL INCIDENTE]
Cuando Sophia llegó, el caos ya había empezado.
Uno de los techos de las gradas estalló en mil fragmentos, aplastando decenas de cuerpos que aún no terminaban de gritar. Sangre. Humo. Chispas.
Y él estaba allí.
El enmascarado.
No Zephyr. Otro.
Una figura más corpulenta, envuelta en un humo negro que giraba como serpientes furiosas. Su máscara era un cascarón deformado, con líneas anaranjadas pulsando como nervios abiertos.
En su mano… una energía densa. Como la de un sol muerto.
Sophia no lo pensó. Se elevó.
—¡VOOOOY POR TI, BASTARDO! —gritó con furia estelar.
Se lanzó en picada.
Su cuerpo estalló en una danza de partículas azules, y todo su núcleo brilló como si fuera a quemarse por dentro.
Impactó contra el ser con una fuerza tectónica, directa al rostro.
La explosión fue absoluta.
El enmascarado salió disparado hacia el centro del Coliseo, y su máscara se rompió en mil pedazos… revelando un rostro que no parecía humano. Piel grisácea. Ojos sin pupila. Una sonrisa rota.
Sophia aterrizó frente a él, jadeando, aún humeante.
—¿Quién demonios… eres tú?
El ser la observó. Tosió algo viscoso. Y sonrió.
—¿Importa? —dijo—. Tú ya llegaste tarde.
[COLISEO DE ALTAMIRA – CENTRO DE LA ARENA – MINUTOS DESPUÉS]
El polvo aún no se había asentado.
El enmascarado, ahora sin su máscara —rota por el impacto de Sophia—, se irguió entre los escombros, con la media cara descubierta, bañado en sombra… y con un hilo de sangre morada deslizándose desde la comisura de sus labios.
La multitud no sabía si gritar o no moverse.
Los directivos, ubicados en el palco de autoridades, empezaban a retroceder, entre murmullos, jadeos y órdenes apresuradas por comunicadores rotos.
El hombre los miró.
Una mirada sin emoción. Sin prisa. Sin culpa.
Y alzó la mano.
—…Tch.
Los hilos surgieron de su palma como fibras etéreas, casi invisibles.
Docenas.
Se desplegaron como telarañas furiosas, abrazando los cuellos de todos los jurados, líderes de casa, coordinadores, y funcionarios de alto rango.
Antes de que alguien pudiera gritar, él giró los dedos…
—Crack.
—Crack.
—Crack.
—CRACK.
—CRAACK…
Los cuellos se torcieron como si exprimiera ropa mojada.
Uno tras otro.
Las vértebras tronaron.
Los ojos se abrieron al máximo.
Los cuerpos colapsaron entre estertores.
Muertos. Todos.
El asesino observó el charco de sangre crecer sin pestañear. Luego, soltó un suspiro leve… y dijo, con tono casual, casi fastidiado:
—…Pensé que el profe Aldrich estaría aquí.
Como si lamentara que su plato favorito no estuviera servido.
Solo entonces, sus ojos se encontraron con los de Jake.
Y Jake... Jake sintió que se congelaba desde el alma hacia afuera.
Esa cara.
Esos ojos.
Ese aura oscura mezclada con energía estelar en estado corrupto.
Lo conocía.
—…Raven…
El asesino le sonrió. Con los labios manchados de púrpura. Con la calma de quien siempre supo que este momento llegaría.
—Lamento que tenga que ser así, Jake.
—No había escapatoria.
—Pero acabaré con esto… lo más rápido posible.
[ENTRADA PRINCIPAL DE LA ACADEMIA ALTAMIRA – ESE MISMO INSTANTE]
Aria Stephen llegó al borde del empedrado, justo donde la verja alta y ornamentada de la academia comenzaba. Sus botas resonaban con eco seco en el suelo mientras sus ojos recorrían el paisaje frente a ella.
Todo… estaba perfecto.
Demasiado perfecto.
No había humo. No había ruido. No había ni una sola alma a la vista más allá del portón.
El cielo era sereno, como si el tiempo mismo se hubiese detenido para posar como un cuadro.
Pero su estómago se revolvía como si algo dentro de ella gritara.
—No... —dijo en voz baja, apretando los puños—. Esto no es normal.
Dio un paso más. Estiró la mano. Y sin aviso—
¡THUMP!
Su palma se estrelló contra una barrera invisible.
—¡¿Qué rayos?! —retrocedió, mirando su mano, luego el espacio delante de ella. No había nada. Pero podía sentirlo… una densidad en el aire, algo que latía y presionaba hacia afuera.
Volvió a tocar. Nada visible. Ninguna señal. Solo una solidez absoluta. Como si el aire estuviera hecho de acero.
—Esto no es una ilusión… no es un campo de energía estándar… —se dijo, empezando a sentir que su voz temblaba más de lo normal—. ¿Qué clase de… truco barato…?
Golpeó. Golpeó con ambas manos. Pero el impacto se apagaba como si se hundiera en algo vivo.
De pronto, otra persona llegó. Y luego otra. Y otra. Estudiantes, instructores, ciudadanos.
Un chico lanzó una piedra: ¡clac!
Rebotó en el aire, flotó un segundo y cayó al suelo.
—¿¡Qué es esto!? —gritó alguien.
—¡¿Por qué no podemos entrar?! —dijo otra voz, desesperada.
—¿Y los que están adentro?
—¡Oigan! ¡¿Hay alguien ahí adentro?!
El murmullo empezó a subir como una ola, cargada de ansiedad.
Aria no respondía. Solo observaba, paralizada.
Y entonces lo sintió.
Una presencia.
Allí adentro. Algo indescriptible. Algo... antiguo, como si una fuerza se hubiera despertado y se negara a ser vista por el mundo.
Su garganta se cerró.
No por falta de aire.
Sino por miedo.
—Jake… —susurró. No gritó. No lloró. Solo dejó que su alma se partiera un poco mientras su mente se negaba a aceptar lo obvio.
Algo terrible estaba ocurriendo.
Y nadie podía entrar.