La máscara negra, aún humeante y partida en dos, yacía entre los charcos de sangre tibia. Los patrones anaranjados que antes pulsaban con una energía inquietante estaban apagados, rotos, como si algo más profundo se hubiese quebrado junto con ellos. Sophia temblaba. El eco de su ataque aún parecía resonar entre las paredes desnudas del coliseo. Sus dedos estaban agarrotados, y no sabía si era por la furia o por el horror.
—Raven… ¿eres tú?
Los ojos del joven ocultista, ahora al descubierto, tenían esa misma calma perturbadora que solía mostrar al hablar de mundos paralelos y geometrías imposibles. Pero ya no había asombro en ellos. Solo un vacío irónico, frío y lento, como una enfermedad que se arrastra sin prisa.
Jake permanecía inmóvil. La sangre resbalaba por las grietas del suelo, y el hedor a muerte era tan espeso que dolía respirar. No podía mirar a Raven y no recordar el momento exacto en que los cuerpos de los directivos, jueces y profesores colapsaron como marionetas destripadas. Los hilos de energía estelar, invisibles a simple vista, habían brotado desde los dedos de Raven y se enredaron en sus cuellos. Luego, con un movimiento casi perezoso, los exprimió uno a uno. Sus huesos crujieron como ramas secas.
Jake no dijo nada. Aún no entendía si lo que había visto era real. Parte de él esperaba despertar. Otra parte, más profunda, más rota, sabía que aquello era solo el comienzo.
Un crujido cortó la tensión como una daga. Desde un ángulo ciego, entre los restos humeantes de una columna derrumbada, Reiss emergió con los músculos tensos y el rostro desencajado por la rabia. No gritó. No dudó. Solo cargó.
Su puño, recubierto por una capa brillante de energía estelar, impactó el rostro descubierto de Raven con una violencia aterradora. El sonido fue sordo y brutal. La cabeza de Raven giró como si se le fuera a desprender del cuello, y una lluvia de sangre salió disparada hacia el suelo.
El golpe lo lanzó varios metros atrás, rebotando entre las losas rotas. Se arrastró por inercia, dejando un reguero rojo detrás de sí.
—¡¿Qué carajos hiciste?! —Reiss se acercaba, paso tras paso, cada uno más pesado que el anterior.
Raven escupió sangre. Sonrió. Sus dientes partidos brillaban como pedazos de vidrio en la carne abierta.
—Lo que tenía que hacer.
No hubo más advertencias. Reiss saltó sobre él, esta vez canalizando su energía hacia la pierna. Giró en el aire y descargó una patada como un látigo ardiente directo al costado de Raven. El impacto fue brutal. El sonido del quiebre óseo se propagó en el aire como un disparo. El cuerpo de Raven se dobló por el costado y volvió a estrellarse contra una columna destruida.
Aun así, seguía sonriendo.
Sophia no se movía. Su cuerpo parecía clavado al suelo. No por miedo, sino por algo peor: una mezcla amarga de traición y compasión. Aquel rostro herido, sangrante, seguía siendo el de su amigo. El que le habló una vez sobre cómo la oscuridad podía ser un refugio, no solo una amenaza.
—¿Por qué? —su voz salió quebrada, como si la pregunta se le hubiese atorado en el alma.
Raven alzó la mirada. Su ojo izquierdo estaba hinchado, apenas se mantenía abierto. Y aun así, habló como si nada de esto le afectara.
—Porque ellos no entienden, Sophia. Y tú... tú lo sabías.
Antes de que pudiera responder, Reiss volvió a cargar, esta vez con ambas manos extendidas hacia adelante. Una oleada de energía estelar lo rodeó en espirales erráticas, vibrando con cada paso que daba. El aire se deformaba a su paso, arrastrando polvo y sangre seca.
Raven levantó una mano, con los dedos crispados. El suelo bajo él explotó en un anillo de presión. Una barrera invisible bloqueó el avance de Reiss justo antes del impacto, arrojándolo hacia atrás como si hubiese chocado contra una pared de hierro.
Jake dio un paso al frente, por reflejo, pero sus piernas aún temblaban. No por miedo a Raven… sino por lo que significaba. Por lo que confirmaba. Que nadie estaba a salvo. Ni siquiera de los suyos.
—¿Cómo pudiste…? —murmuró Jake, sin que nadie lo oyera.
Raven se irguió de nuevo, aunque su cuerpo estaba doblado por los golpes, cubierto de moretones y cortes. Pequeños hilos de energía salían de sus muñecas, danzando en el aire como tentáculos translúcidos, buscando nuevos objetivos.
—Este mundo necesita una purga —dijo con una calma que dolía más que cualquier grito.
Los hilos se tensaron en el aire, listos para atacar de nuevo.
Pero esta vez, Sophia ya no dudaba.
—Te voy a detener con mis propias manos —dijo, bajando la mirada mientras una esfera de energía estelar comenzaba a latir entre sus palmas. Su luz era pura y blanca, palpitante como un corazón encendido.
Y Jake, aún temblando, apretó los puños.
El silencio se rompió.
Y el coliseo volvió a temblar.
Los hilos de energía estelar que flotaban desde sus muñecas se replegaron lentamente, como si fuesen conscientes, como si respiraran. Y fue entonces que algo en el aire cambió.
Jake lo sintió primero. Un escalofrío, seco y rastrero, que se deslizó desde la base de su nuca hasta su espalda baja. Como si una presencia se deslizara por debajo de la piel del mundo, rasgando las fibras de la realidad desde adentro. Un zumbido, apenas audible, empezó a llenar el coliseo. No venía de ningún lado en particular. Estaba en todo.
La sangre que manchaba el rostro de Raven comenzó a vibrar. Gotas que habían escurrido por su mentón se elevaron, suspendidas en el aire, como si una fuerza invisible se negara a dejarlas caer. Sus heridas, antes abiertas y rojas, comenzaron a cerrarse lentamente, como si el tiempo se hubiese dado la vuelta solo para él. La carne desgarrada se fusionaba con un sonido viscoso y pegajoso, los moretones se deshacían bajo su piel como humo aplastado, y el hueso partido de su costado sonó como una roca encajando en su lugar.
Una niebla oscura, apenas perceptible, brotó de sus poros. No era niebla real. Era algo más denso, más sucio. Como una mancha del universo que había encontrado forma. Su energía ya no era como la nuestra. No palpitaba como lo hace la estelar. Era un abismo frío, sin latidos ni luz. Y sin embargo… estaba viva.
—¿Ves lo que soy, Reiss? —dijo con voz hueca, pero cargada de una calma insoportable—. Esto no es un simple poder. Es una liberación. Una ruptura definitiva con esa estructura podrida que ustedes llaman moral.
Reiss no respondió. Ya no estaba para hablar. Había sentido el cambio. Su cuerpo lo reconocía antes que su mente. El enemigo frente a él ya no era un estudiante trastornado. Era algo distinto. Algo que no debía existir.
El siguiente segundo fue un borrón. Raven se desvaneció del lugar donde estaba y reapareció justo detrás de Reiss, sin sonido, sin aviso. El aire no tuvo tiempo de arrastrar el movimiento.
El primer golpe fue seco, directo a la columna vertebral.
Un sonido hueco, brutal, llenó el coliseo cuando los nudillos reforzados con energía de abismo impactaron con precisión quirúrgica en la base de la espalda de Reiss. El cuerpo del muchacho se arqueó hacia adelante como si una fuerza invisible le hubiese doblado por la mitad. La onda de impacto hizo vibrar las piedras del suelo. El aliento se le fue de inmediato. Un quejido, ahogado y primitivo, escapó de su garganta.
Antes de que pudiera caer, Raven lo sujetó del cuello con una sola mano. No apretó. Solo lo sostuvo, como un gato con su presa. Su mirada era tranquila, como la de un médico preparando una incisión lenta y necesaria.
—Te metiste donde no debías —dijo, mientras lo levantaba sin esfuerzo del suelo—. No tienes ni idea de la magnitud de lo que estás intentando frenar.
La energía de abismo se concentró en la palma que sujetaba a Reiss, y comenzó a burbujear como brea hirviente. Se extendió lentamente por el cuello del muchacho, dejando una marca negra como carbón encendido. Las venas bajo su piel comenzaron a marcarse, primero azules, luego negras, como si lo estuvieran drenando desde adentro.
Reiss reunió sus fuerzas y golpeó el rostro de Raven con todas sus ganas. Un puñetazo directo al pómulo. Su puño estelar resplandeció un instante. El impacto resonó como un tambor roto. Pero Raven no se movió ni un centímetro.
La sonrisa que le respondió no tenía nada de humana.
—¿Eso es todo?
Y entonces lo estrelló contra el suelo.
Una, dos, tres veces. Como si intentara borrar su existencia de la tierra. Las piedras crujieron. La sangre brotó desde el cuero cabelludo de Reiss, salpicando en espiral. Su cuerpo golpeaba como una muñeca de trapo arrojada contra un muro.
Luego lo arrojó lejos, como quien se cansa de jugar con su comida. Reiss rodó por el suelo, dejando una línea de sangre detrás de él, hasta detenerse boca abajo. Jadeaba, pero ni siquiera podía levantar la cabeza.
Sophia gritó su nombre. Intentó correr hacia él, pero la presión del campo de energía que Raven emanaba era como una pared invisible, aplastante. La detuvo en seco. Sus piernas temblaron. No podía moverse.
—Esto… esto no está bien… —murmuró Jake, sintiendo cómo la rabia y el miedo se fundían en su pecho como un ácido corrosivo.
Raven se acercó lentamente a Reiss, cuya respiración ahora era irregular, espesa, como si le costara mantener los pulmones funcionando. Se agachó junto a él.
—¿Aún crees que eres un héroe? —susurró al oído del muchacho que ya no podía responder—. Mira lo que lograste. Una lección. Una advertencia. Para ti… y para todos los que crean que pueden interferir.
Se levantó, y sin volverse, caminó de nuevo hacia el centro del coliseo. El suelo a su paso se agrietaba ligeramente. No por su peso, sino por el estremecimiento de la energía que fluía dentro de él, desordenada, maldita.
Jake dio un paso. Solo uno.
Raven no lo miró. Solo alzó una mano y chasqueó los dedos.
Reiss… no se movía.
Pero seguía respirando.
A duras penas.
El aire se volvió más denso.
Jake dio ese paso. Luego otro. El cuerpo se le sentía lejano, como si caminara dentro de agua hirviendo. No podía ignorarlo. Reiss, su compañero, su amigo… estaba tirado en el suelo como un animal sacrificado. Y Raven… Raven seguía ahí, tan tranquilo como si todo eso no fuese más que un juego torcido que había planeado desde el principio.
—Raven… —dijo entre dientes. Su voz salió rasgada, como si algo le apretara la garganta—. ¿Qué carajos hiciste?
La figura de Raven se detuvo justo antes de cruzar el centro del coliseo. Se giró, lento, teatral, como si le hubiese dado pereza girarse del todo.
Sin previo aviso, apareció frente a Jake en menos de un parpadeo.
El puño impactó con la precisión de una flecha. Un golpe seco al abdomen, sin técnica compleja, sin energía añadida, solo pura fuerza cruda y despiadada.
Jake sintió como si su estómago hubiese sido desgarrado desde adentro. Todo el aire salió disparado de sus pulmones con un sonido gutural. Sus piernas temblaron, su cuerpo entero se dobló en seco, y cayó de rodillas mientras el mundo giraba de lado. No podía respirar. No podía pensar. Solo sentía. Dolor. Crudo, punzante. Real.
—Ahí estás —murmuró Raven, apenas inclinándose para susurrarle al oído—. Bienvenido de vuelta a la realidad, Jake.
El mundo dejó de sonar.
Sophia, que había quedado paralizada por segundos, vio caer a Jake y todo dentro de ella colapsó.
Algo se rompió. No era solo rabia. Era desesperación. Impotencia. Era el dolor de ver a alguien que quieres siendo doblegado sin siquiera poder defenderse. El grito que salió de su boca fue más animal que humano. Una mezcla de llanto y furia, de amor y pérdida.
Y en un destello de luz dorada con tonos plateados, se lanzó hacia Raven como una lanza viviente.
Él giró justo a tiempo para cruzar los antebrazos y bloquear el primer impacto. El estallido de energía fue tan violento que las piedras bajo sus pies se fracturaron en mil líneas delgadas como venas. Sophia empujó con todas sus fuerzas, su cuerpo cubierto por un aura que chispeaba como fuego líquido.
—¡¿Qué te hicieron, maldito?! ¡Tú no eras así! ¡TÚ ERAS MI AMIGO!
Raven no respondió con palabras. Se impulsó hacia atrás y, en pleno vuelo, giró en el aire como un felino, aterrizando con una gracia antinatural. Ni un jadeo. Ni una expresión de esfuerzo.
—Yo sigo siendo el mismo, Sophia. Tú eres la que nunca quiso ver lo que había detrás de la máscara.
Ella cargó de nuevo, esta vez bajando el centro de gravedad, lanzando un golpe ascendente dirigido al mentón de Raven. Él esquivó con un leve movimiento lateral y respondió con una patada baja al tobillo de ella, que la obligó a saltar para no caer. Sophia giró en el aire, disparando una ráfaga de proyectiles estelares con las manos, cada uno más veloz que el anterior.
Raven alzó una sola mano.
La energía de abismo absorbió los proyectiles como si se los tragara un pozo sin fondo. Las luces se apagaron al contacto. No hubo explosión. Solo oscuridad.
—Tu poder brilla, Sophia… pero lo hace como una vela frente a un pozo —murmuró mientras caminaba hacia ella.
—Prefiero ser una vela que quemarme con algo como lo tuyo —gritó, descargando una patada giratoria que él atrapó con una mano. Pero no la esperaba con un puñetazo directo al rostro con la otra. El impacto fue limpio.
Raven retrocedió unos pasos, el labio partido. Por primera vez, algo parecido a sorpresa brilló en sus ojos.
—Interesante —dijo, limpiándose la sangre con el dorso de la mano—. ¿Te dolió más ver caer a Jake, o que fuera yo quien lo hiciera?
Sophia volvió a atacar. Pero esta vez no gritaba. No hablaba. Solo golpeaba.
Su rabia hablaba por ella. El puño derecho trazó un arco que desató una onda de presión tan potente que partió un pedazo del coliseo detrás de Raven cuando esquivó. Él contraatacó con un codazo que ella bloqueó con el antebrazo envuelto en luz estelar. El choque generó chispas como si fueran acero fundido.
Cada movimiento era un mensaje.
Cada golpe, una historia sin palabras.
Sophia se movía con urgencia, como si luchar fuera la única forma de no quebrarse. Raven respondía con una calma inhumana, como si anticipara cada ataque. Como si ya hubiera vivido esta pelea en otro tiempo, en otro mundo.
—Estás peleando como si creyeras que todavía puedes salvarme —murmuró, atrapando su muñeca en pleno ataque y girándola en el aire hasta estrellarla contra el suelo.
—¡NO! —rugió ella, levantándose de inmediato con un giro rápido. Lanzó una explosión de energía desde su pecho, obligándolo a cubrirse.
Cuando el polvo bajó, ambos estaban jadeando.
La mirada de Raven no mostraba enojo. Era más triste que otra cosa. Como si supiera que esa pelea era necesaria, pero odiara que tuviera que ser contigo.
—No lo entiendes, Sophia… no es que haya cambiado. Es que por fin me quité las cadenas.
—Entonces voy a ponértelas de nuevo —espetó, alzando los puños una vez más—. Aunque tenga que romperte los huesos uno por uno.
Raven sonrió. No con arrogancia. Con dolor.
—Entonces empieza.
Y volvieron a lanzarse el uno contra el otro.
Como dos cometas destinados a chocar en medio de un cielo sin estrellas.
La energía estelar crujió entre los dedos de Sophia mientras se lanzaba a una velocidad bestial hacia Raven. Cada paso que daba resonaba como una detonación en el aire, como si el mundo mismo se estremeciera ante su furia. La punta de su pie se deslizó contra el suelo y despegó en un salto violento. Una lanza de luz brotó desde su palma y se estrelló contra el rostro de Raven… o al menos eso intentó.
Él la desvió con una mano, girando apenas el cuello. Un golpe de palma en diagonal chocó contra la muñeca de Sophia y desvió su brazo, pero la chica rotó el cuerpo con una gracia mortal, y con la pierna extendida lo pateó directo al pecho. El impacto hizo temblar el aire. Raven se deslizó varios metros hacia atrás, sus botas abriendo surcos sobre las losas rajadas del coliseo.
—¿¡Qué hiciste con Jake!? —espetó Sophia, jadeando, con los ojos encendidos de rabia—. ¿¡Por qué lo golpeaste así, maldito!?
—Porque necesitaba despertar —respondió Raven con calma antinatural—. A veces el dolor es el único puente entre la fantasía y la realidad.
Sophia frunció el ceño. Apretó los dientes mientras una esfera vibrante se formaba en su mano, girando con filamentos afilados. Su respiración era como el zumbido de un trueno contenido. Se impulsó de nuevo.
El choque entre los dos fue un estallido. Rodilla contra antebrazo. Codo contra clavícula. Energía contra energía.
Raven arremetió con los dedos como garras, atrapando el hombro de Sophia, y trató de estamparla contra el suelo. Pero ella giró como una sierpe brillante, se soltó en el aire y le dio una patada ascendente al mentón que lo hizo levantar la cabeza hacia el cielo.
—¡¿Dónde estuviste los tres días antes del torneo?! —gritó Sophia, ahora con la voz rota por algo más que furia.
Raven se detuvo.
Apenas por una fracción de segundo. Lo suficiente.
—No importa —musitó él. Pero sus ojos—esos ojos pálidos y casi inhumanos—titilaron. Su labio inferior tembló con una mueca apenas perceptible.
Y para Sophia, eso fue más que suficiente.
—¡Zephyr…! —susurró ella, como si le hubieran drenado el alma—. ¡¿Tuviste contacto con él?! ¡¿Qué te hizo?!
La expresión de Raven se endureció. Se lanzó hacia ella con violencia renovada, como si el solo nombre de Zephyr lo hubiese quemado por dentro. Sus manos se envolvieron en un humo oscuro y resplandeciente: energía de abismo estelar concentrada, girando como un remolino hambriento. Su puño rompió la barrera de defensa de Sophia, una, dos, tres veces.
Ella escupió sangre, pero seguía luchando.
—¡Él te corrompió! ¡Lo sé! ¡Yo estuve contigo cuando querías proteger a todos! ¡Tú no eras así!
—¿Y tú qué sabes lo que yo era? —gruñó Raven con la voz distorsionada, como si hablara con una segunda garganta oculta detrás de la carne—. No entiendes lo que hay allá fuera… lo que hay debajo.
Se deslizó a su alrededor con velocidad inhumana, dejando líneas de oscuridad a su paso, como grietas en la realidad. Golpeó a Sophia en el abdomen, luego en la mandíbula, luego un rodillazo en la espalda la hizo caer de rodillas, pero ella volvió a levantarse, envuelta en un aura brillante y temblorosa, el rostro manchado de tierra y sangre.
—¿Debajo de qué? —escupió ella—. ¿Del miedo? ¿De tu propia cobardía? ¿Del poder que te prometieron a cambio de destruir todo lo que eras?
Raven alzó la mano. La energía del abismo estelar comenzó a cubrirlo como una capa negra y ardiente, con raíces resplandecientes saliendo de sus muñecas, como venas vivas. Su máscara estaba rota en la mitad, dejando ver parte de su rostro: un ojo lleno de rabia, el otro… el otro lloraba sin llanto.
—Calla —susurró.
Sophia arremetió otra vez, con más rabia que antes, más dolor que rabia. Y mientras el duelo continuaba, entre cada golpe, entre cada esquiva milimétrica, entre cada grito ahogado y cada destello de luz o sombra, se deshacía lentamente algo más que sus cuerpos: se deshacía la amistad, se deshacía la historia que compartían, se quebraba la inocencia de lo que una vez creyeron que eran.
Y al final de ese fragmento de batalla, con ambos empapados de heridas y recuerdos que dolían más que los huesos rotos, Sophia entendió algo: Raven no solo había sido corrompido por Zephyr.
Había elegido caer.