Devuélvelo

La sangre aún hervía en el aire cuando Sophia se arrodilló junto a Jake. El suelo del coliseo era un lago seco de vísceras, huesos pulverizados y columnas caídas, cargado con un hedor metálico que no se disipaba. Raven había desaparecido por unos segundos, pero ella no iba a dejar que Jake muriera ahí. No hoy.

Lo sostuvo entre sus brazos. Su rostro seguía tenso, la mandíbula cerrada por el dolor. Tenía los ojos abiertos, pero no parecía ver nada.

—Aguanta, idiota… —susurró Sophia con un nudo en la garganta mientras canalizaba energía estelar en sus palmas. Las ondas brillantes le recorrían los brazos como riachuelos de luz temblorosa, pero su corazón ardía por la furia contenida. Cuando el cuerpo de Jake se estabilizó un poco, se lo echó al hombro y, con la respiración entrecortada, se impulsó fuera del coliseo.

Cada paso dejaba huellas de sangre ajena en las losas pulidas del camino. La noche había cubierto la academia y la luna, como una cicatriz sobre el cielo, alumbraba el trayecto hacia la plaza principal.

Al llegar, depositó a Jake con cuidado en el centro de una fuente sin agua, ahora seca y agrietada. A su alrededor, los vitrales rotos de los edificios y las estatuas decapitadas de antiguos sabios miraban en silencio. Sophia se arrodilló, enfocando todo su poder en sellar las heridas de él. No podía perderlo. No ahora. No así.

Entonces lo sintió. Esa presión sofocante. Esa pesadez en el aire que le erizaba la nuca. Giró, y ahí estaba. Raven. Caminando con calma desde las sombras, envuelto en una capa negra desgarrada por la batalla anterior. Su máscara, aunque astillada, seguía encendida con ese resplandor naranja que se filtraba como venas de magma.

—No sabes cuánto detesto que interrumpan lo inevitable —dijo Raven, su voz resonando con una calma artificial que cubría una tormenta interna. —No tendría que haber sido así, Sophia.

Ella se levantó, jadeando.

—Raven, dímelo. ¿Dónde estuviste los tres días antes del torneo? ¿Dónde demonios estuviste?

Raven se detuvo. Su silencio fue suficiente. Esa pausa cargada, ese microgesto en su respiración.

Sophia sintió cólera. Como un fuego nuevo que le taladró el pecho.

—¡Zephyr! ¡Ese maldito tiene algo que ver contigo! Lo sabía... Desde que apareciste, tu energía... No eres el mismo.

Raven levantó una mano.

—No digas su nombre con esa facilidad. No entiendes lo que hiciste al nombrarlo aquí.

Sophia no lo dejó terminar. Con un grito salvaje, arrojó una esfera comprimida de energía estelar directa al pecho de él. Raven se deslizó hacia un lado, apenas alterado. Sus pies rozaron el suelo con una gracia malsana y, al instante, se abalanzó contra ella.

El primer intercambio fue brutal. Puños envueltos en luz rasgando el aire. Patadas que rompían columnas al no impactar. Sophia lo enfrentaba con todo, pero en cada cruce podía sentirlo... su energía no se disipaba. No se gastaba. Al contrario, aumentaba.

—Tú elegiste esta vía —dijo Sophia, clavándole una rodilla en el estómago y lanzándolo contra una banca de piedra.

Raven se levantó, escupiendo sangre negra.

—Y tú elegiste resistirte a lo inevitable.

Las palabras eran cuchillas, pero más lo era su presencia. Sophia notó que su visión se emborronaba. Un segundo después, cayó de rodillas. Los Prismas CEES. A su alrededor, esos cristales invisibles comenzaban a drenarla.

—No puede ser...

Raven avanzó con paso firme. Sophia lo recibió con un salto, girando sobre su propio eje y lanzando una barrida impulsada por una onda de energía que lo empujó hacia el aire. Lo alcanzó con una serie de golpes encadenados que crujieron en sus costillas.

Pero al descender, Raven se regeneró. Como si su carne se rearmara con la densidad del abismo mismo. Sus ojos brillaban con ese tono infernal. No era un simple combatiente. Era un emisario de lo que se escondía bajo la realidad.

—Todo esto por él, Sophia. Todo esto por alguien que nunca entenderá lo que llevas dentro.

—¡Calla!

Los dos volvieron a estallar en una danza brutal. Cada impacto era un estallido. Cada roce, un terremoto. El suelo de la plaza se agrietaba. Las estatuas caían. Las ventanas explotaban. Pero Sophia seguía. A pesar del dolor. A pesar de la fatiga. A pesar del vacío que la devoraba por dentro, por cada segundo que pasaba haciendo uso de los catalizadores.

El agotamiento le golpeó con la fuerza de un yunque. Sophia ya no podía ignorarlo: el constante flujo de energía estelar desgastada, los impactos, el forcejeo contra Raven, todo le pasaba factura. Su respiración se volvió errática, su brazo derecho le temblaba y sus piernas se negaban a obedecerle como antes. Cada movimiento parecía pesar toneladas. Raven lo notó, claro que lo notó.

—Ya no estás bailando con el mismo ritmo de hace unos minutos… —murmuró mientras avanzaba, lento, casi como un depredador que saborea su victoria.

Sophia retrocedió con torpeza. No le quedaba mucho. Pero entonces, desde su punto ciego, una ráfaga de energía le rozó el rostro a Raven, forzándolo a girarse.

—¡Apártate de ella! —rugió Jake, apenas manteniéndose en pie. Había recuperado la conciencia a duras penas y su presencia era una mezcla de rabia contenida y determinación. Con un rápido movimiento, sujetó a Sophia del brazo y la alejó de Raven, colocándose entre ambos.

Sophia apenas lo miró y le sonrió débilmente.

—Estás vivo… —susurró, y luego con una risa seca agregó—: Vaya, tu sentido del drama sigue intacto.

Jake le guiñó un ojo.

—Y tu blazer está hecho un asco, pero sigue entero… hasta eso te sale bien.

Ella rió, pero detrás de esa risa había algo que temblaba. Una grieta en su fortaleza.

—Idiota… ¿por qué siempre te lanzas así? —murmuró—. Eres como… ese hermano mayor fastidioso que nunca tuve.

Jake bajó un poco la mirada, con una media sonrisa torcida. No dijo nada. Solo sintió una punzada en el pecho.

Raven observaba la escena con sus ojos hundidos tras lo que quedaba de su máscara, la respiración pausada, esperando que acabaran.

—Bonito reencuentro —dijo en voz baja—. Pero no servirá de nada.

Jake lo miró de frente, y su voz fue un filo de acero:

—No sé qué te pasó, ni qué clase de infierno atravesaste en estos días… pero tú mismo dijiste que lo terminara. Así que eso haré.

La energía estelar se encendió a su alrededor, cubriendo su cuerpo como una tormenta sin forma. En su muñeca, justo detrás, una marca púrpura oscura se formó lentamente. No lo notó. Pero estaba allí. Como una advertencia muda.

Sophia, con pasos vacilantes, se alejó de ellos. Caminó hasta la salida de la plaza central, donde la enorme puerta dorada de la academia aguardaba. Pero no abrió. Una capa cristalina, transparente y viva, le impidió avanzar. Era la barrera.

—La llama eterna… —murmuró.

Nadie había entrado. Nadie había salido. Entonces entendió: estaban completamente sellados.

Intentó canalizar algo de energía para examinar el sello… pero no hubo respuesta. Su pecho se contrajo. Nada. Vacío. Y entonces, sus piernas flaquearon.

—No… no ahora…

Y cayó al suelo, desmayada.

Jake ni siquiera lo notó. Estaba demasiado concentrado. Su mirada se había afilado.

—Vamos, Raven… no voy a contenerme.

Y así comenzó. El primer impacto fue brutal. Jake desapareció de su posición y reapareció frente a su antiguo amigo con un puñetazo que llevaba toda su frustración acumulada. Raven lo bloqueó, pero aún así fue empujado varios metros. Ambos se lanzaron el uno contra el otro en un remolino de choques y destellos, energía estelar desbordándose, expandiéndose por la plaza como un grito contenido.

Los restos del coliseo aún ardían bajo las brasas humeantes y la sangre caliente que empapaba cada grieta del concreto despedazado. La plaza principal, aunque menos devastada, no ofrecía descanso: el aire seguía cargado de tensión, y el eco de la violencia reciente aún vibraba en las piedras. Jake avanzaba, sintiendo el frío del suelo filtrarse por las suelas de sus zapatos mientras el polvo se mezclaba con el olor metálico de la sangre.

Raven lo esperaba. Su silueta alta y firme se recortaba contra las estructuras ennegrecidas del fondo, como una estatua oscura. Sin máscara ahora, su rostro estaba marcado por una expresión indescifrable, pero sus ojos... sus ojos irradiaban algo que Jake no había visto nunca en él: determinación corrompida.

—Nunca imaginé que llegarías tan lejos —dijo Raven, su voz como un filo cruzando el silencio.

Jake se detuvo. Su respiración era estable, pero por dentro hervía.

—Yo tampoco imaginé que tú… terminarías de este lado.

No hubo más palabras. Solo acción.

Jake se impulsó con una torsión limpia de su cuerpo, su brazo derecho rozando el aire como una lanza. Pero Raven no era lento. Con una rotación elegante, casi como un bailarín, se desvió, dejando que la mano de Jake pasara apenas rozándole la mejilla. La contraofensiva fue inmediata: Raven clavó su rodilla en el costado de Jake con una fuerza tan precisa que le cortó la respiración por un segundo.

Jake retrocedió. Rodó por el suelo y se puso de pie de nuevo, usando su inercia. La palma de su mano brilló, y una corriente de energía estelar brotó desde su centro como una descarga directa. El impacto se lanzó hacia Raven, un rayo recto de luz blanca envuelta en tonos púrpura.

Pero Raven lo absorbió con una sola mano. La energía se disipó entre sus dedos como si fuera humo, y sin esperar, lanzó hilos de energía oscura desde su antebrazo. Jake apenas logró zafarse con un salto lateral, pero uno de los hilos se enredó en su tobillo, arrastrándolo con brutalidad contra un muro derrumbado.

Jake escupió sangre.

—No sabes nada del poder que yo… que nosotros cargamos ahora —murmuró Raven. Luego levantó una mano, y señaló con su dedo índice hacia el cielo.

—¿De verdad crees que estás peleando contra algo al mismo nivel que tú? Apenas rozas el dos por ciento de lo que poseen ciertos individuos… y tú, Jake, ni siquiera eres consciente del peso que cargas.

Jake respiraba agitado. No podía negar que cada fibra de su cuerpo gritaba de dolor. Pero debajo de eso… sentía algo más. Como un escudo invisible envolviéndolo. Como si la energía que Sophia le había transferido durante su curación lo siguiera protegiendo. Fluía dentro de él como un remanente cálido, como si sus emociones fueran un canal directo de fuerza.

—Puede que no entienda del todo lo que está pasando… pero sí sé algo —Jake se impulsó hacia adelante—. Tú me enseñaste a no retroceder. Me dijiste que si algo se salía de control, tenía que acabarlo.

Su puño chocó con el de Raven. Un estallido seco los separó. Jake giró en el aire, usó el rebote de una columna caída y aterrizó tras Raven, conectando una patada en la espalda que lo desequilibró por primera vez. Raven se volteó y en el acto trató de ensartar su codo en el rostro de Jake, pero éste se agachó y giró su cuerpo completo en un ángulo bajo, rozando el suelo con su mano para impulsarse y dejarle un corte diagonal con su energía concentrada.

Chispas oscuras salpicaron del corte. Raven se tensó, pero sonrió.

—Así que sí estás aprendiendo a improvisar.

Jake se acercó, esta vez con un ritmo distinto. No se trataba de velocidad bruta, sino de control. Hacía movimientos como si danzara con la gravedad, rompiendo los ángulos predecibles de ataque. Cruzaba su energía estelar con movimientos de giros, impulsos que nacían de los talones y se liberaban con precisión quirúrgica.

Raven empezaba a retroceder. No por miedo, sino por estudio. Lo observaba, analizaba. Y entonces soltó:

—No creas que puedes deducir todo solo con pelea…

—¿Dónde estuviste esos días antes del torneo, Raven? —interrumpió Jake, sin dejar de atacar. Su puño pasó al costado de la mandíbula del otro, pero su rodilla conectó en el estómago con fuerza. Raven se tambaleó.

—No importa.

—Sí importa.

Jake cambió el ritmo de nuevo. Dio un giro en el aire como si el combate fuera una danza ensayada y desde arriba lanzó una patada descendente que Raven bloqueó con ambos antebrazos, aunque el suelo crujió bajo sus pies. Jake aprovechó el contacto para empujar, se coló por el flanco y sujetó a Raven del brazo.

—¿Por qué te fuiste justo cuando todo empezó? ¿Por qué volviste así?

Raven gruñó.

—Porque descubrí que lo que creía saber… no era nada. Necesitaba más. Necesitaba verlo por mí mismo.

—¿Ver qué?

—No lo entenderías —respondió, soltándose con una ráfaga oscura. Su energía barrió a Jake unos metros.

Jake aterrizó de pie, resbalando sobre losas rotas. Le dolía el brazo, pero sus ojos estaban fijos en los de su oponente.

—Dime al menos esto —Jake apretó los dientes—. ¿Quién estuvo detrás de todo esto? ¿Fuiste tú solo?

La respuesta no llegó. Pero Raven vaciló. Su mandíbula se tensó, y aunque no dijo el nombre, sus ojos miraron un punto invisible sobre el hombro de Jake. Como si allí, en ese espacio vacío, estuviera la sombra del verdadero responsable.

Jake lo entendió. Y lo odió.

El combate continuó. Más rápido. Más violento. Más técnico.

Los dos eran como corrientes en una tormenta. Golpes que cortaban el aire, movimientos que parecían dibujar líneas en el espacio. Raven usaba más técnicas de manipulación: sus hilos, sus ráfagas, incluso cristales oscuros que generaba con su sangre mezclada con energía. Jake respondía con potencia pura, sincronía, y una capacidad de adaptarse en tiempo real que sorprendía incluso a su oponente.

El eco hueco de los pasos de Raven cruzó la plaza con un ritmo inhumano. Su figura, despojada ya de toda máscara, parecía envuelta en una quietud anormal. Una ráfaga de viento seco arrastró polvo entre los dos. Jake respiró profundo, sintiendo cómo el ambiente se comprimía, como si el aire pesara toneladas. Todo se ralentizó por un instante.

Y entonces, Raven se desvaneció.

Una fricción invisible cortó el espacio, y Jake apenas giró la cabeza cuando una sombra se le vino encima. Se lanzó hacia un costado. El golpe le pasó por el hombro como una guadaña ardiente. El aire silbó, comprimido, y un bloque de piedra del suelo estalló al recibir el impacto.

—¿De verdad va a matarme? —Jake ladeó la cabeza, la respiración acelerada, sintiendo el pulso en los oídos.

La mirada de Raven no titubeaba. Con un giro antinatural, atacó otra vez, esta vez con una serie de movimientos encadenados: un puñetazo giratorio que alzó una corriente de polvo y un barrido descendente que partió el suelo en dos.

Jake se cubrió con los antebrazos, pero el embate lo arrojó varios metros hacia atrás, chocando contra una de las columnas caídas. El impacto le sacudió los pulmones, dejándolo sin aire por un segundo.

—No hay señales de contención. Esto… esto ya no es un combate entre conocidos —pensó, poniéndose de pie de un salto inestable, con el pecho sacudiéndose.

Raven avanzó sin pausa, sus pasos eran veloces pero sin esfuerzo aparente, como si no pisara realmente. De su antebrazo emergió una extensión de energía irregular, con forma de garra de obsidiana y plasma. El filo vibraba con un zumbido visceral.

Jake intentó esquivar, pero esa garra descendió con precisión quirúrgica. Apenas logró desviar el ataque usando su antebrazo izquierdo, sintiendo cómo la presión le quemaba los músculos por dentro. Su brazo quedó entumecido, vibrando por el choque.

Raven no esperó. Se movió detrás de él y conectó una rodilla directa al abdomen. Jake se dobló, escupiendo saliva teñida de rojo, con los ojos temblando al borde del desmayo. Su cuerpo fue levantado del suelo, suspendido por el impacto, hasta que cayó como un saco vacío.

—Tendrías que estar inconsciente —dijo Raven con voz monótona, como si narrara una ecuación matemática. Extendió su mano derecha con una lentitud ritual, lista para rematarlo.

—¡Maldito seas…! —gruñó Jake entre jadeos, incorporándose a duras penas. Un hilillo de sangre le caía del mentón, pero su expresión se mantenía lúcida, feroz.

—"¿Por qué lucha así? ¿Por qué ahora no hay pausa, ni duda? Antes vaciló… ¿qué cambió?" —reflexionó mientras sentía la quemazón de los músculos y el ardor bajo la piel rota.

Raven lo alcanzó otra vez. Esta vez, lo sujetó del cuello y lo alzó con una sola mano. Jake pataleó, pero no era suficiente. La presión en su tráquea era tan precisa que solo un hilo de aire pasaba.

—No entiendes nada… —susurró Raven, con un tono cargado de... ¿culpa?

—¡Entonces háblame, joder! —escupió Jake, sintiendo las pulsaciones en el rostro por la falta de oxígeno—. ¡Si todo esto es por algo más grande, entonces dilo! ¡Deja de ser un maldito títere elegante!

Raven tensó el brazo. Su otra mano se alzó, apuntando directo al cráneo de Jake, cargando energía.

Y justo entonces, todo se detuvo.

El brazo permaneció extendido… pero congelado. Sus dedos temblaban, y el fulgor en sus ojos vibraba con irregularidad. Por un segundo, Raven estaba luchando contra sí mismo.

—¿Qué estás haciendo...? —Jake lo miró de frente, con los párpados caídos y la visión borrosa, pero con los sentidos despiertos.

El cuerpo de Raven empezó a temblar levemente, no por agotamiento, sino por contención. Como si algo dentro de él gritara para no cruzar esa línea.

—No puedo... no puedo hacerlo —dijo Raven en un murmullo apenas audible. Bajó el brazo. Jake cayó al suelo con fuerza, tosiendo mientras se llevaba la mano al cuello. Las marcas rojas empezaban a florecer en su piel.

—"Ese titubeo… fue real. Fue suyo. A pesar de todo lo que está ocurriendo, aún hay algo de él… no sé si lo suficiente, pero lo hay" —Jake pensó mientras escupía sangre al costado y se levantaba tambaleante.

Raven retrocedió un paso. Su rostro, aunque firme, mostraba una mínima distorsión en la comisura de los labios, como si algo invisible le doliera.

—No debería haber sido así —dijo finalmente, sin mirar a Jake. Sus dedos crujieron al cerrarse—. Nunca quise esto. Pero... es tarde.

—¿Tarde para qué? —preguntó Jake, con la voz apenas estable—. ¿Para redimirse? ¿Para detener esta locura? ¿Para recuperar lo que eras?

Raven cerró los ojos un instante. El aire pareció detenerse con ese gesto.

—Para mí, ya no hay camino de regreso. Tú… tú aún puedes elegir.

Y con eso, giró lentamente la cabeza hacia él, con una mirada más turbia que antes. No era odio. No era pena. Era vacío.

Jake respiró hondo, ignorando el ardor en sus costillas y la sangre en la boca.

—Entonces no voy a parar —declaró, alzando de nuevo los puños, aunque el cuerpo le gritara que se detuviera—. Porque si tú no puedes detenerte… alguien más tiene que hacerlo.

La plaza quedó suspendida en un hilo de tensión. Dos figuras. Dos historias entrelazadas. Una de ellas a punto de quebrarse desde adentro.