Pulsaciones

La entrada de la academia, ahora bañada por la lenta agonía de un anochecer que parecía teñir el alma de melancolía, se alzaba como una fortaleza espectral, olvidada por el favor de cualquier divinidad. El cielo, despojado de su brillo diurno, se vestía de tonos púrpura y grisáceos, como un corazón herido sangrando lentamente hacia la oscuridad. Frente a ella, flotando con una quietud engañosa que punzaba el pecho con una premonición silenciosa, se extendía el Velo de la Llama Eterna: una barrera de energía estelar que palpitaba suavemente, como el último suspiro de un aliento contenido en medio de la nada. No era el fuego que devora, ni la magia que se conjura con palabras; era algo más ancestral, una presencia que parecía absorber el dolor del crepúsculo y devolver una mirada cargada de secretos.

Aria se detuvo en seco a unos pocos pasos del velo, su rostro reflejando la tensión sombría del entorno, sus labios entreabiertos como si buscaran una palabra perdida en la inmensidad del silencio. Desde que el eco helado de la alerta de emergencia sacudió los cimientos de la academia, una certeza amarga se había instalado en su interior: el tiempo, ahora más que nunca, era un lujo cruelmente negado. Aun así, por más que su mente luchaba por encontrar una brecha, una lógica en aquel enigma luminoso se sentía tan perdida como una lágrima en la lluvia. Extendió una mano, con una lentitud casi dolorosa, permitiendo que sus dedos rozaran la superficie incandescente. Una vibración sutil, pero cargada de una advertencia ancestral, la recorrió como un escalofrío que calaba hasta los huesos, una sensación protectora, casi maternal, en medio de la desolación.

No basta con desearlo con la fuerza de la desesperación —murmuró para sí misma, su voz apenas un hilo en el vasto silencio—. Tienes que… sentir la misma frecuencia que este lugar.

Cerró los ojos, buscando refugio en la oscuridad interior, intentando conectar con el núcleo de su ser en medio de la angustia. Su energía estelar, un tenue resplandor azul en su pecho, latía con la fragilidad de una llama solitaria en la noche. Intentó moldearla, proyectarla hacia sus manos como una plegaria silenciosa, pero al rozar el velo, era rechazada con una firmeza inquebrantable, como si su esencia no perteneciera a la elegía de aquel lugar. No era una defensa simple, un muro físico. Era una membrana sensible, que solo permitía el paso a aquello que vibrara en su misma sintonía, indiferente a la fuerza bruta o a las súplicas nacidas del miedo.

Un leve crujido de pasos, rompiendo la quietud opresiva como una astilla de hielo, la devolvió bruscamente al presente. Se giró de inmediato, adoptando una postura defensiva, aunque su corazón latía con la fatiga de la espera, pero la figura que emergió de las sombras no portaba amenaza, sino una familiaridad agridulce, moviéndose con la parsimonia de quien ha aprendido a leer las señales del ocaso.

—Otra vez tú por aquí, ¿en serio? —soltó Aria con un suspiro que arrastraba el peso de la frustración y una punzada de sorpresa.

Aldrich se detuvo a su lado, su silueta recortándose contra el tenue brillo espectral del velo. Su rostro era una máscara de serenidad impenetrable, aunque en sus ojos se adivinaba la sombra de incontables amaneceres y ocasos presenciados. Su presencia no era de esas que te aplastan, pero irradiaba una autoridad silenciosa, una certeza que te hacía sentir que él ya había descifrado el truco. Y, a la vez, conservaba esa chispa intuitiva, esa capacidad de leer entre líneas que muy pocos se molestaban en cultivar.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí, dándole vueltas al asunto? —preguntó ella, su voz aún marcada por la urgencia que le carcomía por dentro.

—Lo suficiente para darme cuenta de que estás forcejeando con el velo en lugar de intentar conectar con su rollo —respondió él con una sonrisa tenue, casi imperceptible, como si compartiera un secreto con la penumbra—. No se trata de derribarlo a la fuerza. Se trata de convencerlo de que tu lugar está al otro lado.

Aria arqueó una ceja, una mezcla de escepticismo y un fastidio que le quemaba en el pecho. —¿Y tú tienes una idea más iluminada de cómo se supone que debo "convencer" a una pared de energía cósmica de que soy persona grata?

Aldrich avanzó hacia el velo con una calma que contrastaba con la tensión palpable de Aria, mostrando las manos abiertas, sin ningún gesto de desafío. Su energía estelar comenzó a emanar de él con una suavidad pasmosa, expandiéndose a su alrededor como una ola de luz tranquila. No era una explosión de poder, sino una armonía palpable. En cuanto su energía rozó el velo, este vibró, no con la resistencia de quien se defiende, sino con la resonancia de quien reconoce una vieja melodía.

—No se trata de imponer tu voluntad —dijo, casi en un susurro, como si temiera romper el hechizo del momento—. Es una prueba de sintonía. De pertenencia intrínseca a este lugar, a esta energía.

—¿Y qué demonios se supone que significa eso? ¿Tengo que ponerme mística ahora? —preguntó Aria, su impaciencia luchando por no desbordarse.

Aldrich giró apenas su rostro hacia ella, sus ojos transmitiendo una sabiduría tranquila. —Significa que si realmente quieres cruzar… tienes que dejar de luchar contra la corriente del mundo. Y empezar a escuchar su pulso. A sentir cómo fluye la energía a tu alrededor.

Por un instante, una sombra de amargura cruzó el rostro de Aria. Esas palabras resonaban demasiado hondo, tocando heridas que aún supuraban. Dejar de luchar… una paradoja cruel cuando cada segundo contaba. Cerró los ojos, buscando un resquicio de paz en la tormenta interior. Respiró hondo, intentando calmar el temblor que la sacudía. Y, esta vez, no lanzó su energía como un golpe desesperado, sino que la dejó fluir suavemente, como un río que cede ante los obstáculos, buscando el camino más natural.

El cambio fue inmediato, casi imperceptible al principio, pero innegable.

El velo, antes una barrera infranqueable, comenzó a ondular con una suavidad etérea, respondiendo a la delicadeza de la energía de Aria. Lentamente, una apertura se formó en su centro, un portal luminoso, justo lo suficiente para que dos figuras pudieran deslizarse a través.

—¿Lo ves? —dijo Aldrich, comenzando a avanzar hacia la abertura con una tranquilidad que contrastaba con la agitación interna de Aria.

Aria no respondió de inmediato. Sus ojos permanecían fijos en el hueco que se había materializado, su mente luchando por asimilar la sencillez de la respuesta que se le había escapado. Escuchar… sentir… ¿era así de simple? Con una mezcla de orgullo herido y un alivio que le aflojaba la tensión en los hombros, siguió a Aldrich, cruzando el umbral hacia lo desconocido, hacia el corazón de la academia que ahora parecía palpitar con un misterio aún más profundo.