El aire en el corazón destrozado del Coliseo seguía denso y cargado, no solo por el polvo de los escombros y el hedor metálico de la energía abisal, sino por el peso de la confrontación que pendía en el silencio. Raven Lockhart yacía entre fragmentos de piedra y trozos retorcidos de metal, su forma desmembrada y quebrada un macabro testimonio de la precisión implacable del profesor Lysander Aldrich. Los efectos del Punto de Ruptura Sináptica de Lysander aún se aferraban a Raven como un sudario helado, silenciando los espasmos erráticos de energía oscura que antes lanzaba. Sus miembros estaban doblados en ángulos imposibles, la sangre oscura marcaba las ruinas a su alrededor, y la petulancia que antes adornaba su rostro se había desmoronado en una máscara de dolor paralizado y confusión. Parecía derrotado. Quebrantado.
Lysander Aldrich se acercó lentamente, sus pasos mesurados resonando en el silencio sepulcral del Coliseo. No había triunfo en su rostro, solo una profunda y cansada tristeza. Su mirada, posada sobre la figura rota de su antiguo estudiante, llevaba el peso de innumerables años y el dolor de una esperanza perdida. La energía estelar danzaba sutilmente alrededor de sus manos, lista para el golpe final, pero su expresión no era la de un verdugo, sino la de alguien que realiza un acto necesario y doloroso.
Se detuvo a pocos metros de Raven, observando la carnicería. Los cuerpos de los combatientes y miembros del jurado, horriblemente mutilados por los hilos de Raven, yacían dispersos, un recordatorio silencioso de la depravación que la influencia de Blackthorn había desatado.
—Raven —la voz de Lysander era tranquila, pero llevaba la resonancia de la gravedad—. Mírate. Mira lo que has hecho. Y mira en lo que te han convertido.
Los ojos de Raven, velados por el dolor y el desconcierto del Trastorno, se fijaron débilmente en Lysander. Un gemido escapó de sus labios agrietados, una mezcla de agonía y rabia impotente.
Lysander suspiró, un sonido que parecía viejo y cansado. Bajó un poco la mano, el golpe final suspendido. Esto no sería solo el final de Raven Lockhart. Sería el final de un error terrible, de una semilla plantada en terreno fértil y regada con ponzoña cósmica. Y, quizás, una última oportunidad para hablarle al vestigio del muchacho que una vez conoció.
—Pensaste que la fuerza residía en la capacidad de destruir, en someter la voluntad ajena, en llenar el vacío con más vacío —comenzó Lysander, su voz alzándose ligeramente, llenando el vasto y ruinoso espacio con una autoridad tranquila pero inquebrantable—. Te mostraron un camino rápido hacia la potencia, una imitación burda del verdadero poder. Te ofrecieron llenar tu inseguridad, tu sed de reconocimiento, con una energía que no comprendes, que te usa en lugar de ser usada por ti. Zephyr Blackthorn no te elevó, Raven. Te encadenó a su propia oscuridad. Te convirtió en un títere de carne y hueso, movido por hilos que no ves, con una voluntad que crees tuya pero que resuena con la ponzoña de un abismo al que nunca debiste mirar.
Se inclinó ligeramente, su mirada penetrante. —El verdadero poder, muchacho, no reside en cuánto puedes doblegar el mundo exterior a tu capricho. Eso es tiranía, no fuerza. La verdadera fuerza nace del dominio de tu propio interior. De la capacidad de encontrar la armonía en el caos, de canalizar el potencial sin ser consumido por él, de comprender que la fragilidad no es debilidad, sino la condición misma de la vida, la cual merece ser protegida, no destrozada con una indiferencia bárbara. He pasado mi vida intentando comprender los ecos de las estrellas, no para imponer mi voluntad sobre ellas, sino para encontrar mi lugar dentro de su vasta y humilde sinfonía. Tú... tú solo has escuchado el grito discordante del vacío, y lo has amplificado.
Lysander hizo una pausa, el silencio regresando, cargado de la inmensidad de sus palabras. Raven lo miraba, la confusión en sus ojos batallando con una rabia impotente que aún no lograba liberarse de las ataduras del Trastorno.
—Te vi, Raven. En el torneo. Sentí la corrupción en ti incluso antes de que desataras esto. Un potencial formidable... mal dirigido. Mal cultivado. Te dejaste seducir por la promesa de una grandeza fácil, sin entender el precio. Creíste en la ilusión de un poder absoluto sin comprender que lo absoluto, en este universo, es el cambio constante, la interconexión... y la capacidad de cada ser de elegir su propio camino, incluso cuando ese camino desciende a la oscuridad. Es una tragedia, Raven. Una tragedia de tu propia elección... y la de quien te susurró al oído.
Levantó la mano de nuevo, una luz estelar pura y concentrada comenzando a reunirse en su palma, destinada a disipar la corrupción que aprisionaba a Raven, a liberarlo de la única forma que parecía posible ahora. La tristeza en sus ojos se profundizó, pero la resolución era firme. —Esto termina ahora. No por venganza, sino para detener el daño. Para liberarte del monstruo que te ha reclamado.
Justo cuando la luz en la mano de Lysander alcanzó su máximo brillo, el aire alrededor de Raven se desgarró. No con un sonido, sino con una implosión y una expulsión simultáneas de energía. La oscuridad abisal, antes restringida y errática, estalló hacia afuera en una onda de choque invisible y palpable, desgarrando los últimos vestigios del Trastorno de Lysander de su carne y su mente como harapos. El aire se volvió gélido, punzante, cargado con la ponzoña visceral que había sentido Jake en la plaza.
Las extremidades retorcidas de Raven se enderezaron con un crujido antinatural, los huesos rotos sanando a una velocidad imposible, los tejidos desgarrados cerrándose, las quemaduras astrales desapareciendo. Una negrura palpable lo envolvió por un instante, condensándose y luego disipándose, dejándolo ileso. O peor que ileso.
Raven Lockhart se puso de pie en medio de los escombros, ya no como una marioneta rota, sino con una rigidez y una gracia antinaturales. La frustración y el dolor habían desaparecido de su rostro, reemplazados por una calma total... y una frialdad que helaba la sangre. Sus ojos ya no reflejaban confusión ni rabia impotente. Brillaban con una luz oscura y vacía, la luz de la psicopatía pura y desatada. Una sonrisa lenta y terrible se extendió por sus labios, una sonrisa que no alcanzaba sus ojos muertos.
Miró a Lysander Aldrich, el sabio profesor que acababa de ofrecerle un sermón sobre el verdadero poder y la humildad cósmica. La burla gélida danzaba en sus ojos.
—Hermosas palabras, profesor —siseó Raven, su voz había cambiado. Ya no era la voz de un muchacho corrompido, sino un susurro helado que parecía provenir de las vastas y vacías extensiones entre las estrellas—. Tan llenas de sabiduría. De comprensión. De... lástima.
Se inclinó ligeramente, un gesto que en otro momento habría sido respetuoso, pero que ahora era pura mofa.
—Pero incluso el más sabio de los hombres, en su pedestal de conocimiento y compasión... —La sonrisa se amplió, revelando dientes que parecían demasiado afilados en la penumbra—. ...oculta una arrogancia mucho más profunda que la del necio. La arrogancia de creer que comprende todo. De creer que puede juzgar. De creer que puede redimir... o destruir... lo que el abismo ha reclamado.
Sus ojos brillaron con una intensidad aterradora, y la energía abisal a su alrededor pareció asentir con él.