En el interior hermético del Laboratorio de Ciencia, Salud y Tecnología, el suave pitido del escáner de Aria sobre el brazo de Jake era el único sonido que se atrevía a desafiar el silencio. Reiss, recostado en la camilla, observaba, su respiración aún superficial pero más regular. Aria fruncía el ceño ante las lecturas de la marca, y Jake sentía la pulsación latente bajo su piel, un recordatorio constante del misterio que portaba. Estaban absortos en su propia lucha interna, una batalla de ciencia contra lo desconocido.
Y entonces sucedió.
No fue un sonido. Fue una sensación. Una onda de choque energética, pura y brutal, que atravesó los muros reforzados del laboratorio como si no existieran. No era el calor de la energía estelar, ni la punzada gélida de la energía abisal que habían sentido antes. Era... otra cosa. Una explosión de potencial negativo, de antivitalidad, que resonó directamente en sus huesos. Los monitores de energía en el laboratorio se volvieron locos, las alarmas silenciosas destellaron en rojo en los paneles.
El escáner de Aria se disparó con una lectura tan alta que casi quema el circuito. Ella jadeó, retrocediendo de golpe, sus ojos muy abiertos tras el visor espectral. Reiss se encogió, un gemido de dolor escapando de sus labios mientras la onda parecía sacudir sus heridas astrales.
Jake sintió que la marca en su brazo estallaba en un dolor punzante, no físico, sino energético, como si un nervio astral recién expuesto hubiera sido golpeado. La pulsación se volvió violenta, sincopada, resonando con la energía que acababan de sentir. Sabía, con una certeza que helaba la sangre, que esa explosión venía del Coliseo. Y que significaba que todo había cambiado.
Mientras tanto, en los jardines exteriores, Sophia corría por la plaza principal desierta, el prisma CEES pesado y extrañamente tibio en su mano. La desolación bajo la luna y el Velo parpadeante apenas registraban en su visión periférica; su mente estaba fija en el Coliseo y los débiles sonidos del combate. La urgencia la impulsaba, un fuego frío en el estómago nacido del miedo por sus amigos y la rabia por lo que le había sucedido a Raven.
De repente, el aire se volvió incorrecto.
Una columna vertical de oscuridad visible, no humo, no sombra, sino una ausencia visual de luz y energía, brotó del centro del Coliseo, disparándose hacia el cielo nocturno como un faro impío. Era una erupción silenciosa pero impactante, que resonó no en sus oídos, sino en su propia esencia astral. La energía que emanaba de ella era abrumadoramente negativa, no solo carente de vida, sino activamente opuesta a ella.
Sophia se detuvo bruscamente, jadeando, sus ojos fijos en el fenómeno. Era masivo. Poderoso. Mucho más allá de cualquier cosa que hubiera sentido antes de Raven. Esto no era un ataque. Era... una transformación. Una regeneración.
El terror le apretó el pecho. Si Raven había desatado eso... si el profesor Aldrich lo había empujado hasta ese punto... El profesor estaba en un peligro mortal.
Apretó el prisma CEES con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos. —Más rápido —murmuró para sí misma, forzándose a reanudar la carrera, imprimiendo cada gramo de su agotada energía en sus piernas. El Coliseo parecía estar ahora a años luz de distancia, aunque estuviera justo frente a ella.
En el corazón destrozado del Coliseo, ajeno a las percepciones distantes, Raven Lockhart acababa de ponerse de pie, la energía abisal replegándose a su alrededor como un aura visible de ponzoña fría. Sus ojos brillaban con una luz oscura y vacía, la luz de la psicopatía pura y desatada, y una sonrisa lenta y terrible se extendía por sus labios.
—Hola, profesor. Soy tu peor error.
Raven no esperó la respuesta de Lysander. Se abalanzó. No fue una carga lineal, no fue un golpe directo. Sus movimientos eran una pesadilla coreografiada. Torso rígido, pero extremidades que se movían con una velocidad y flexibilidad antinaturales, doblando las rodillas hacia atrás, girando el tobillo en ángulos imposibles, impulsándose de superficies inexistentes. Saltaba y se contorsionaba en el aire con una agilidad grotesca, como un títere cuyos hilos estuvieran siendo manipulados por una fuerza sádica que se burlaba de la física. Un instante estaba delante de Lysander, al siguiente su pie golpeaba una columna rota a diez metros, impulsándolo hacia un flanco con una velocidad absurda, una sonrisa congelada en su rostro mientras se movía, una burla silenciosa hecha movimiento.
Lysander evadió. Su propia agilidad era asombrosa, una danza de años de entrenamiento astral y físico. Se deslizó sobre las losas resbaladizas, giró sobre el talón con la gracia de un bailarín consumado, saltó sobre escombros con la ligereza de la energía estelar. Sus movimientos eran fluidos, precisos, arraigados en la comprensión del cuerpo y el espacio. Era el control absoluto contra el caos posesivo. Esquivó un latigazo de energía abisal que silbó donde su cabeza había estado un instante antes, se agachó bajo una patada alta que torció la rodilla de Raven en una dirección imposible durante el impulso.
Pero los movimientos de Raven no eran solo rápidos; eran impredecibles en su antinaturalidad. Parecían absurdos, pero cada contorsión improbable lo colocaba en un ángulo letal. Evadir era una constante tensión, un músculo apretado que no podía relajarse. Lysander sentía la presión, no solo de los ataques, sino de la presencia evidente de esa energía antinatural, intentando ahogar su propia conexión estelar.
Raven dio un salto mortal hacia atrás, aterrizando con una flexibilidad que desafiaba el esqueleto humano. Luego, en un movimiento instantáneo e incomprensiblemente rápido, se impulsó hacia adelante, no para golpear, sino para un gesto. Torció su torso bruscamente, los brazos extendiéndose a los lados, y luego los trajo hacia el centro del cuerpo de Lysander con una velocidad brutal. No fue un aplauso en su rostro, sino que sus manos se cerraron con fuerza en el espacio, justo a la altura del pecho de Lysander, generando una onda de choque concentrada de energía abisal pura.
No fue un impacto físico, fue una explosión de entropía dirigida a los sentidos astrales y físicos de Lysander. Por un instante, el mundo del profesor se desmoronó. Los colores se invirtieron, los sonidos se distorsionaron en un chillido agudo, la gravedad pareció desaparecer y regresar simultáneamente. Sus sentidos, afinados a la perfección por años de entrenamiento, se vieron sobrecargados por la disonancia antinatural. Tartamudeó, tambaleándose hacia atrás, la luz estelar en su palma parpadeando y muriendo.
Era todo lo que Raven necesitaba.
Con una velocidad aterradora, Raven se deslizó a través de la disrupción que acababa de crear. Su brazo se extendió, no para un puñetazo, sino con los dedos tensos y la palma abierta, como si fuera a empujar. La energía abisal se concentró en ese punto, visible como un halo oscuro y tembloroso. Y con una fuerza brutal, atravesó la guardia desorientada de Lysander, clavándose en su abdomen.
No hubo sonido de carne desgarrada. Fue un impacto seco y hueco, un golpe que se sintió en el alma más que en el cuerpo físico. La energía abisal no rasgó, sino que anuló la energía vital y astral en el punto de contacto. Lysander abrió los ojos, la luz en ellos empañándose con sorpresa y un dolor abrumador. Miró a Raven, la sonrisa gélida y los ojos vacíos grabándose en su mente. Su cuerpo se dobló sobre sí mismo, el impacto invisible dejándolo sin aliento, sin fuerza, la energía estelar colapsando por completo. Cayó de rodillas sobre los escombros, con las manos sobre el agujero invisible en su abdomen, su esencia vital disipándose en el aire gélido.
De vuelta en el silencio tenso del laboratorio, el pico de energía antinatural se disipó tan rápido como apareció, dejando tras de sí una quietud cargada de preguntas sin respuesta. El suave zumbido de los monitores regresaba a la normalidad, pero la clara sensación de dread permanecía, notoria. Aria miró el escáner, luego a Reiss, sus rostros pálidos reflejando el choque de la onda energética que los había atravesado. La marca en el brazo de Jake seguía latiendo violentamente, su calor aumentando, como si la energía externa la hubiera "alimentado", la resonancia antinatural que portaba confirmada ahora como un eco de esa monstruosidad desatada en el Coliseo.
Jake sintió el pánico inicial ceder, reemplazado por una fría determinación. Miró su brazo, la marca que lo unía de alguna forma a esa oscuridad. Pensó en Sophia, sola, corriendo hacia ese estallido de energía. Pensó en el profesor Aldrich, cuya energía no habían sentido en esa explosión de regeneración, lo que solo podía significar una cosa terrible.
—No puedo quedarme aquí —dijo Jake, su voz firme, cortando el silencio cargado. Se levantó de la camilla, el cuerpo aún agotado, el brazo ardiendo, pero impulsado por una necesidad imperiosa.
Aria frunció el ceño. —¿Jake, qué estás diciendo? Viste esa explosión. Sentiste esa energía. Es... monumental. Y tu brazo... no sabemos qué es esa marca o cómo reaccionará a estar cerca de esa fuente de energía. Es demasiado arriesgado.
—Lo sé —respondió Jake, mirándola directamente. No había impetuosidad juvenil en sus ojos ahora, sino una seriedad forjada en el miedo y la responsabilidad—. Sé que es arriesgado. Sé que esa marca es un problema. Pero si esa energía vino de Raven... y Sophia va hacia allí... y si el profesor Aldrich ya no... —No terminó la frase, la implicación demasiado dolorosa. Miró a Reiss, aún débil en la camilla—. Tú no puedes moverte, Reiss. Aria, tú eres nuestra única esperanza de entender qué es esta marca y qué demonios está sucediendo realmente a nivel energético.
Dio un paso hacia la puerta metálica, su postura cansada pero resuelta. —Pero yo... yo puedo moverme. Quizás la marca sea una debilidad. Quizás sea un objetivo. Pero también... también siento que está ligada a todo esto de una forma que no entiendo. Quizás sea la única forma en que pueda acercarme. No lo sé. Pero lo que sí sé es que no puedo sentarme aquí, a salvo, sabiendo que Sophia va sola hacia esa... esa monstruosidad, y que el profesor está en peligro o peor.
Miró a Aria, buscando comprensión más que permiso. —Esto no es ser un héroe estúpido, Aria. Esto es reconocer que alguien tiene que ir. Y ahora mismo, con mis limitaciones y mi... mi extraña conexión... puede que yo sea el único que pueda tener una oportunidad, por mínima que sea, de hacer algo. De alcanzar a Sophia. De ver si el profesor... si está vivo. No voy a pelear contra esa cosa. No puedo. Pero no puedo dejarlos solos.
Se detuvo ante la puerta. Su determinación era evidente. No era la bravuconería del cliché, sino la sombría resolución de alguien que elige el camino más difícil y peligroso porque siente que es el único posible. La marca en su brazo palpitaba con una intensidad febril, como si estuviera de acuerdo.
Aria lo miró, sus labios apretados en una fina línea. Vio la lógica brutal en sus palabras, la necesidad desesperada que lo impulsaba. Vio que la decisión estaba tomada, arraigada en la situación y en la persona en la que Jake se estaba convirtiendo.
—Jake... —comenzó Reiss, su voz apenas audible, intentando protestar o advertir.
Jake le ofreció una pequeña sonrisa, una mezcla de gratitud y disculpa. —Cuídate, Reiss. Aria... descifra esto. Lo que sea que esté en mi brazo... si es importante, la academia lo necesitará. Yo iré a donde la energía estalló.
Se giró hacia el panel de control de la puerta, su mano moviéndose hacia el dial. El laboratorio, su breve santuario de investigación, se quedaba atrás. Afuera, la noche desgarrada por la energía antinatural esperaba, y Sophia corría sola hacia ella. Jake, marcado por un misterio y armado solo con determinación y un prisma que quizás nunca usaría, la seguiría.