La pesada puerta del laboratorio se cerró tras Jake con un golpe final, un eco resonante que cortó el vínculo con el zumbido de la ciencia, el aliento quejumbroso de Reiss y la mirada severa de Aria. Dejó atrás el refugio de la ciencia y el conocimiento por la promesa incierta del caos nocturno. El pasillo estaba oscuro y silencioso, manchado por las sombras danzantes que proyectaban las luces de emergencia lejanas. Cada paso resonaba, un sonido solitario en la vasta y herida estructura de la academia. El aire interior, enrarecido por los eventos recientes, se sentía pesado en sus pulmones. Las paredes blancas y lisas del pasillo científico, normalmente impolutas, ahora mostraban alguna grieta fina, prueba de la onda expansiva que había llegado hasta aquí.
La marca en su brazo derecho ardía ahora con una intensidad febril, no dolorosa, sino una pulsación violenta y constante, como un tambor bajo su piel que resonaba con el eco de la explosión de energía antinatural que acababan de sentir. No sabía si lo empujaba o simplemente reaccionaba, pero sentía que lo unía de forma intrínseca a la fuente de esa energía, al epicentro de la destrucción. Era una guía silenciosa y aterradora a través de la noche.
Salió al exterior, donde el aire frío de la noche acarició su rostro cansado. El olor a polvo, ozono y algo dulzón y metálico —la sangre de las estrellas, quizás, o la corrupción de Zephyr— flotaba en la brisa. La academia, antes un faro de conocimiento y potencial era ahora un campo de batalla mutilado bajo el manto opresivo de la noche. Árboles desarraigados, cráteres pequeños donde la energía había impactado, la fachada de los edificios marcada por cicatrices de energía abisal. El Velo de la Llama Eterna parpadeaba a lo lejos, una farsa patética de normalidad que solo subrayaba la cruda realidad.
La decisión de Jake no había sido impulsiva. Había sopesado los riesgos, su propio agotamiento, la incógnita de la marca. Pero la idea de Sophia corriendo sola hacia esa explosión de poder, la implicación de que el profesor Aldrich había sucumbido a un golpe devastador... La inacción se sentía como una traición a todo lo que representaban. Aria tenía razón, ella era vital para la investigación, Reiss estaba incapacitado. Él era el único que podía ir, el único que podía llevar el prisma del Fulcro Luminar de Aria –una esperanza frágil contra esa marea oscura– hacia donde pudiera ser necesario. Y la marca... la marca era un terror, sí, pero también, extrañamente, se sentía como una validación. Un 'estás ligado a esto, no puedes ignorarlo'.
Caminó a paso rápido, cada fibra de su ser tensa, anticipando un ataque desde cada sombra. La pulsación en su brazo se intensificó a medida que se acercaba al centro del campus. Sentía la energía residual de la plaza principal, aunque vacía, vibrando aún con la memoria del Torneo destrozado. La ruta hacia el Coliseo era un camino a través de la desolación.
Y entonces la vio.
Una figura corriendo en dirección opuesta, deteniéndose abruptamente, girando. Era Sophia. El aire alrededor de ella vibraba con su urgencia, con el impacto de la energía que había presenciado. Parecía agitada, su rostro pálido a la luz de la luna, pero sus ojos brillaban con una determinación febril. La misma determinación que la había impulsado a ir sola.
—¿Jake? —Su voz era un jadeo incrédulo, teñido de alivio y confusión—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¡Te dije que te quedaras!
Jake corrió hacia ella, la pulsación en su brazo resonando con la suya. —Y yo te dije que no podías ir sola —respondió, el aliento corto—. Sentiste eso, ¿verdad? Esa explosión. Vino del Coliseo.
La determinación en el rostro de Sophia flaqueó por un instante, reemplazada por una sombra de miedo crudo. —Sí. Era... enorme. Antinatural. Si eso fue Raven...
—Tenemos que ver —dijo Jake, sin dudar. No era el momento de discutir órdenes. Tomó la mano de Sophia –ella seguía agarrando firmemente el prisma CEES– y sintió su propia energía, agotada pero presente, conectarse brevemente con la suya, y con la fría potencia latente del Fulcro Luminar. La marca en su brazo pareció calmarse ligeramente al contacto, como si reconociera una energía familiar, o quizás simplemente la presencia tranquilizadora de Sophia.
Juntos, reanudaron el camino hacia el Coliseo. Sus pasos, antes solitarios, ahora se fundían. Dos figuras pequeñas y cansadas avanzando hacia la boca de la noche. La tensión se espesó con cada metro. El Coliseo se alzaba ante ellos, una mole ciclópea de piedra dañada contra el cielo nocturno, extrañamente silencioso ahora. La ausencia de sonido era más aterradora que cualquier grito de batalla. Significaba que la lucha había terminado.
Llegaron al umbral de la entrada principal, el mismo lugar donde Lysander se había detenido antes. El olor a muerte y a energía abisal era abrumador aquí, denso, casi tangible. Las ruinas interiores se extendían en la penumbra, el suelo sembrado de escombros y los cuerpos destrozados del Torneo. Pero sus ojos no se detuvieron en la carnicería dispersa. Buscaron una sola figura.
Y entonces lo vieron.
El profesor Lysander Aldrich.
No estaba de pie. No se movía. Yacía inmóvil sobre las losas rotas, no muy lejos de donde Raven se había regenerado. Su postura era retorcida, antinatural. Sus ojos estaban abiertos, fijos en el vacío, pero la luz que siempre había brillado en ellos... se había empañado, casi extinguido. Había una marca oscura y helada en su abdomen, no sangrienta, sino como si la energía vital hubiera sido anulada en ese punto. Un agujero invisible de ausencia energética. Un punto muerto en su cuerpo.
Sophia soltó un grito ahogado, su mano libre cubriendo su boca. Jake sintió que el aire abandonaba sus pulmones, una punzada aguda de shock y negación. El profesor. El sabio, el tranquilo, el increíblemente poderoso Lysander Aldrich. Derrotado. Reducido a esto. La implicación del poder que Raven ahora empuñaba, de la entidad que lo controlaba, les golpeó con una fuerza abrumadora. Si Aldrich había sido reducido a este estado...
Corrieron hacia él, arrodillándose a su lado en medio de los escombros. Sophia extendió una mano temblorosa, sin atreverse a tocar la piel cerúlea y fría. Las lágrimas corrían libremente por su rostro, calientes contra la frialdad del Coliseo.
—Profesor... —murmuró Jake, la voz rota, extendiendo una mano hacia la marca antinatural en su abdomen. La energía residual era una picadura gélida incluso a través de su ropa. Era la misma resonancia que sentía en su propio brazo, magnificada, concentrada, un eco de la aniquilación energética.
¿Estaba vivo? Se inclinaron desesperadamente, buscando un signo de aliento, un pulso débil. Su respiración, si existía, era demasiado superficial para sentirla en su rostro. Buscaron el pulso en su cuello, en su muñeca... Si había un latido, era débil hasta lo imperceptible. Su piel estaba fría. Estaba vivo, apenas. En un estado de coma o shock profundo, al borde mismo del abismo.
El golpe de Raven no había sido una simple agresión; había sido una anulación dirigida de su energía vital y astral. El profesor Aldrich, el sabio, el portador de un poder milenario, había sido dejado en un estado que desafiaba su comprensión médica o astral.
El silencio del Coliseo, sin embargo, era lo más aterrador. Significaba que Raven ya no luchaba. ¿Se había ido? ¿O estaba mirando? La sensación de estar expuestos, vulnerables, en el epicentro del poder de la criatura, era abrumadora. Podían sentir la memoria de la energía abisal en el aire, la resonancia antinatural que ahora también portaba Jake. Era una firma. La firma de quien había ganado.
—Tenemos que... tenemos que sacarlo de aquí —dijo Sophia, su voz temblorosa, pero con un atisbo de resolución desesperada. Intentó agarrar uno de los brazos de Lysander, pero su cuerpo estaba pesado, inerte, y sus propios músculos agotados apenas respondían.
—No podemos —dijo Jake, la voz igualmente tensa, la realidad aplastándolo—. Está... no podemos moverlo. Estamos demasiado cansados... y él... está muy mal.
Miró la marca en el abdomen del profesor de nuevo. No era una herida que pudieran vendar. Era la ausencia de energía. Intentar moverlo parecía casi una profanación en su estado. Además, el peligro era inmediato. Si Raven regresaba... o si nunca se había ido...
La marca en el brazo de Jake ardió de nuevo, una advertencia silenciosa. La resonancia antinatural en el aire se sentía más fuerte. Estaban tardando demasiado.
—Tenemos que irnos —dijo Jake, la palabra dura, casi imposible de pronunciar. Dejar al profesor. Dejarlo así. Se sentía cobarde, una traición imperdonable.
Sophia lo miró, las lágrimas corriendo por su rostro, su resolución flaqueando ante la enormidad de la pérdida y el peligro. La idea de abandonar al profesor, de dejar su cuerpo inerte en medio de los escombros y los horrores, era insoportable. Pero la lógica brutal de las palabras de Jake se impuso. Quedarse era morir o ser capturados. Intentar moverlo en su estado era fútil y quizás peligroso para su frágil vida.
—No podemos... —repitió Sophia, la voz quebrándose—. Dejarlo... así...
—Lo sé —dijo Jake, la garganta apretada por la emoción—. Lo sé. Pero él... está inerte, Sophia. No responde. Necesita ayuda que no podemos darle aquí. Y nosotros... nosotros todavía sí. Y Raven... podría estar cerca. O algo más.
Levantarse requirió un esfuerzo agonizante. Cada músculo protestó, cada herida astral latente en sus cuerpos gritó. Alejarse del cuerpo inmóvil de Lysander fue aún peor. Cada paso era un acto de abandono forzoso a la brutalidad de la situación. Miraron hacia atrás una última vez, grabando la imagen desoladora del profesor, la marca antinatural en su abdomen brillando débilmente incluso en la oscuridad, un testigo silencioso de la victoria de la sombra.
Salieron del Coliseo, regresando al silencio tenso de los jardines exteriores. La noche no se había vuelto menos opresiva, solo más aterradora. Habían encontrado al profesor, pero la verdad era casi tan terrible como si hubiera muerto. El pilar había caído a un estado crítico. Y el peso de la lucha, el peso de la noche ahora recaía completamente sobre sus jóvenes y cansados hombros. No sabían qué hacer, a dónde ir, o cómo enfrentarse a una amenaza que había reducido al más sabio de ellos a este estado. Solo tenían el uno al otro, el prisma inestable de Sophia y la marca inexplicable y resonante en el brazo de Jake, brillando débilmente en la oscuridad, un recordatorio de que la sombra ya había encontrado un camino hacia dentro. El verdadero horror apenas comenzaba.