El silencio que siguió a la partida de Jake era diferente al que había tras el cierre de la puerta. Ahora era un silencio cargado no solo de la ausencia, sino del eco persistente de la energía antinatural que los había sacudido. Reiss seguía en la camilla, sus heridas astrales reaccionando al remanente de esa onda expansiva, y Aria, aunque externamente compuesta, sentía que el suelo bajo sus pies se resquebrajaba. La pantalla del escáner seguía mostrando los gráficos indescifrables de la marca en el brazo de Jake, un recordatorio brillante y punzante de un misterio que se sentía cada vez más oscuro y personal.
Aria se alejó del panel de control, no por casualidad, sino con la precisión subconsciente de un péndulo que busca su centro tras un golpe. Caminó hacia el centro del laboratorio, un espacio rodeado de tecnología avanzada, de campos aislados, de conocimiento codificado en datos. Normalmente, este era su santuario, su dominio. Pero esta noche, se sentía como una jaula de cristal, frágil ante la voracidad que habían percibido.
Sus pensamientos, antes ordenados y lógicos, eran un torbellino de imágenes y sensaciones. La explosión de energía antinatural. La columna de oscuridad vista por Sophia. La forma en que esa energía había barrido el Trastorno del profesor Aldrich, esa técnica de Anulación Sináptica que ella tanto respetaba y estudiaba. La regeneración instantánea de Raven, no como una curación, sino como una reconstitución a partir de una fuerza que desafiaba la vida misma. Y la marca en el brazo de Jake, esa resonancia secundaria que Reiss comparó con la firma de Blackthorn, que ella había sentido como un eco de la figura oscura de su pesadilla infantil.
La lógica pura, su brújula infalible, le decía que Raven, tras haber sido reducido a la impotencia por Aldrich y luego haber desatado esa fuerza para reconstituirse, era ahora... algo más. Algo exponencialmente más peligroso que el muchacho corrompido que habían visto antes. La energía que había liberado no era una defensa desesperada; era una afirmación brutal de su nuevo estado, alimentado por el Abismo que Zephyr representaba.
Y el profesor Aldrich... Su mente de estratega calculó las probabilidades. El profesor era poderoso, sabio, dominaba las técnicas de control y disrupción. Pero la energía que Raven había manifestado era caos puro, antinatural, una fuerza que no buscaba luchar, sino anular la existencia misma. Como el golpe en su abdomen, un vacío que borraba la vitalidad. Si el profesor, con toda su experiencia, se había visto obligado a usar su Trastorno para contener a Raven, y aun así Raven había superado eso con esa explosión... era lógico, aunque desgarrador, deducir que el profesor no había salido ileso. Que esa quietud que se cernía sobre el Coliseo no era el silencio de la victoria, sino el silencio de la caída. De la derrota.
Su mirada cayó sobre el prisma CEES que Sophia se había llevado. El Fulcro Luminar. Su técnica. Concebida para canalizar energía estelar pura de forma concentrada, para ser una punta de lanza contra la corrupción. Pero era inestable. Peligrosa. Y Sophia, aunque valiente, no tenía la experiencia ni la energía para manejarla completamente. Jake... Jake estaba marcado por el enemigo, su propio potencial una incógnita ahora, agotado, dirigiéndose directamente hacia la fuente de esa resonancia antinatural. Reiss, herido, confinado al laboratorio por necesidad.
Y ella.
Aria Stephen. La científica. La estratega. La que se quedaba atrás, investigando, descifrando. Pero... la que portaba la sangre Aetheriana. La que había entrenado en secreto durante años, no solo para comprender, sino para usar la energía estelar a un nivel que otros no podían. No solo a través de la tecnología, sino con su propio cuerpo, su propia voluntad. La que había sentido la firma de esa oscuridad antes, en su infancia, y de nuevo en su pesadilla.
Siempre se había visto a sí misma como la mente. La que proporcionaba el conocimiento, la tecnología, las soluciones. La que diseñaba las trampas, la que analizaba al enemigo desde la distancia. Pero la distancia se había colapsado esta noche. El enemigo había entrado en su mundo de forma brutal. Y ahora... ahora había marcado a Jake. Había reducido al profesor Aldrich. Y Sophia... Sophia corría sola hacia ese vórtice.
Un sudor frío recorrió su frente. La lógica, despiadada y clara, le presentó la realidad: la investigación era crucial, sí. Entender la marca de Jake podría ser la clave a largo plazo. Pero si Jake y Sophia caían ahora, si esa Marea Oscura que acababa de sentir no era contenida, no habría largo plazo. El conocimiento sin la capacidad de actuar para protegerlo era impotencia.
Su entrenamiento. Los años dedicados a dominar los flujos de energía estelar, a moldearla, a concentrarla. No para crear grandes explosiones sin sentido, sino para golpear con precisión devastadora. Para evadir. Para resistir. Era diferente a la fuerza bruta. Era... una aplicación de la ciencia al combate a un nivel fundamental. Una capacidad que la sangre Aetheriana le había otorgado.
De repente, lo vio con una claridad desgarradora. No era suficiente quedarse. No era suficiente investigar mientras otros se sacrificaban. Si había alguna posibilidad, por mínima que fuera, de inclinar la balanza contra una fuerza tan antinatural y poderosa, esa posibilidad residía no solo en el prisma del Fulcro Luminar que llevaba Sophia, sino también en la persona que lo había creado. En la persona que compartía una conexión, extraña y aterradora, con la energía misma que estaba destruyendo su mundo.
Era ella.
El peso de esa realización cayó sobre sus hombros, pesado como una capa de plomo, pero también liberador. Toda su vida se había preparado para comprender los secretos del cosmos. Quizás, sin saberlo, se había estado preparando para esto. Para enfrentarse a la corrupción que amenazaba con engullirlo todo. Su lugar no estaba solo en este laboratorio, aunque fuera vital. Su lugar... era en el campo de batalla. Al lado de Jake y Sophia. Para luchar, no solo con conocimiento, sino con la habilidad que había mantenido en secreto.
La decisión cristalizó en su mente. Firme. Inquebrantable. El miedo seguía ahí, un nudo frío en el estómago, pero estaba subyugado por una necesidad más grande. El tiempo se agotaba. Cuanto más tiempo pasara Raven en ese estado regenerado, más profunda sería la influencia de Zephyr, más arraigada su Coreografía Negra, más difícil de detener. Cada segundo importaba. Jake y Sophia no podían enfrentarse a eso solos. Y el profesor... el profesor necesitaba que alguien llegara a él.
Aria Stephen, la científica, la hija de Aetheria, se puso de pie en medio del laboratorio. El zumbido del equipo científico se sentía ahora como la banda sonora de su resolución. Ya no era solo la investigadora. Era una pieza en el tablero que debía moverse. Su camino no terminaba aquí. Acababa de empezar, dirigiéndose directamente hacia la fuente de la resonancia antinatural.