Aria Stephen permaneció inmóvil por un instante en el centro del laboratorio, el eco del grito silencioso de su decisión resonando solo en el vasto y recién descubierto espacio de su propia voluntad. La resolución cristalizó en ella, firme y fría, como el acero templado por la necesidad. El miedo no se disipó; persistía, un nudo helado en el estómago, pero su dominio sobre él, forjado en años de disciplina y entrenamiento secreto, era absoluto. Ya no era la científica confinada a la teoría y la investigación desde la distancia. Era la hija de Aetheria. Era una guerrera. Y su lugar no estaba aquí.
Se giró hacia Reiss, quien la observaba con una mezcla de aprensión por la energía sentida y una expectativa cautelosa tras la magnitud de la revelación que acababa de compartir. El dolor seguía marcado en su rostro, pero la curiosidad académica y la seriedad de la situación lo mantenían alerta.
—Sé lo que vas a decir, Reiss —dijo Aria, su voz tranquila pero cargada de una autoridad que él no le había oído antes—. Que es un riesgo. Que esa energía antinatural es demasiado potente. Que mi lugar es aquí, descifrando la marca de Jake. Y tienes razón, en teoría. Pero la teoría de nada sirve si no hay nadie en el campo de batalla para usar el conocimiento que descubramos.
Se acercó a él, y por un instante, su expresión dura se suavizó con algo que se parecía a... compasión. Hizo un gesto hacia sus heridas. —Tú no puedes moverte. Y Jake... y Sophia... van solos hacia... eso. La firma energética del profesor Aldrich se extinguió tras ese pico de energía antinatural. Todo indica... que ha caído.
Reiss palideció aún más ante la cruda lógica de su deducción, la implicación clara como el agua helada. —Pero tú, Aria... la energía... tu sangre... no sabemos cómo reaccionará tu conexión con esa fuerza antinatural a tan corta distancia. Podría ser una... una vulnerabilidad. Y el Fulcro Luminar... sabes lo inestable que es, y tú...
—Lo sé —lo interrumpió Aria de nuevo, pero esta vez con un asentimiento que era una afirmación de su comprensión, no una negación—. Sé el riesgo. Sé que mi conexión con la energía estelar me hace... visible de una forma que otros no lo son para esa oscuridad. Pero precisamente por eso debo ir. La resonancia antinatural que sentimos... es la firma de esa energía. Y mi sangre Aetheriana... es la resonancia de la energía estelar pura. Si algo puede oponerse o, al menos, comprender a un nivel fundamental esa fuerza, es alguien que encarna su opuesto. Quizás... quizás mi conexión no sea solo una vulnerabilidad. Quizás sea también una... una clave.
Su mirada se endureció. —Además, no solo soy... un recipiente de sangre antigua. He entrenado. Durante años. Me he preparado. No solo para entender el cosmos, sino para defenderme de lo que busca desequilibrarlo. Subestimar eso sería tan ilógico como subestimar la amenaza que Raven representa ahora.
Se apartó de la camilla de Reiss, su enfoque cambiando. Su mente, antes absorta en los gráficos de la marca, ahora calculaba distancias, tiempos de reacción, perfiles de energía conocidos. La urgencia era un latido febril bajo su piel.
Mientras caminaba hacia una sección específica del laboratorio, sus pensamientos se desviaron por un instante, como un asteroide saliendo de su órbita, hacia Jake. El chico imprudente del pasillo. El que se hacía el interesante con su carisma despreocupado y su sonrisa fácil. Lo había observado más de lo que admitiría. La forma en que su energía astral, aunque sin refinar, reaccionaba con una potencia sorprendente. La lealtad feroz con la que protegía a sus amigos, incluso corriendo ciegamente hacia el peligro. La calidez genuina que emanaba de él, un contraste desconcertante con la frialdad lógica que ella cultivaba. Había algo innegablemente... magnético en él. Algo que despertaba una curiosidad que iba más allá de la meramente científica. Una parte de ella, la parte que rara vez mostraba, sentía una punzada al reconocer la fuerza de su espíritu. Era el tipo de chico que... que atrapaba miradas. Que inspiraba lealtad. Que, quizás, ya había encontrado a quien proteger con esa misma intensidad. Y aunque la idea era un eco silencioso en el torbellino de su mente, la sensación de que el corazón de Jake latía al ritmo de otra lealtad (la de Sophia) era un muro sutil que ella percibía, una distancia que sentía que no podía o no debía cruzar. Era una observación lógica, desprovista de melodrama, pero con un toque de melancolía fría.
Pero no había tiempo para eso ahora. No había tiempo para contemplar conexiones que se sentían inalcanzables. Había una batalla que librar.
Llegó a una unidad de almacenamiento vertical incrustada en la pared. No era un simple armario; era una unidad de contención de energía sellada. Deslizó su mano sobre un panel, ingresando una secuencia de códigos astrales y numéricos que solo ella conocía. La unidad emitió un suave zumbido, el sello de energía se disipó con un destello invisible y un compartimento oculto se abrió, revelando...
No una armadura. No un arma convencional.
Era un pequeño disco metálico. Intrincado. Pulsando con una energía contenida. Era el núcleo. El punto de anclaje de uno de sus proyectos más ambiciosos, diseñado en secreto para el día en que sus habilidades requirieran una manifestación física y adaptable en combate. Su propio Traje de Combate Nano-Astral.
Tomó el disco, su superficie fría. Lo llevó a su hombro derecho y lo presionó suavemente contra el tejido de su uniforme de laboratorio. El disco emitió una luz suave y pulsante. Y entonces comenzó.
No fue una transformación instantánea. Fue una cascada. Desde el disco en su hombro, un material flexible y oscuro, apenas visible al principio, comenzó a desplegarse. Fluyó por su brazo, por su espalda, por su torso, envolviéndola. No como tela, sino como... nanofibras energéticas que se tejían y reconfiguraban a una velocidad asombrosa sobre su piel y su ropa. Se sentía como una segunda piel, ligera pero fuerte. La energía estelar, canalizada por la sangre Aetheriana y dirigida por su voluntad, daba forma a la materia.
El material se extendió, cubriendo su cuerpo. En segundos, la bata de laboratorio desapareció, subsumida por la reconfiguración. Primero, se formó la base. Luego, sobre ella, los detalles comenzaron a cristalizarse.
En sus piernas, el material se convirtió en medias largas de un negro profundo, ciñéndose perfectamente hasta justo debajo de la rodilla. En sus pies, se moldearon botas cortas de un negro robusto, con detalles que sugerían hebillas, brillo dorado en los cierres, dándole una base firme y ágil.
En su torso, la reconfiguración se aceleró. La camisa blanca de cuello sencillo se materializó primero, con líneas limpias y definidas. En la base del cuello, justo donde se unía, un listón rojo vibrante comenzó a tomar forma, un moño o corbatín perfecto, bien formado, contrastando contra el blanco. En su centro, un pequeño detalle dorado, como un broche en miniatura, se manifestó, añadiendo un toque de distinción.
Finalmente, la parte superior. Desde el hombro, el material rojo comenzó a crecer y a estructurarse. Se convirtió en una chaqueta de corte entallado, un estilo pirata moderno y elegante. La tela roja, flexible pero con la apariencia de un tejido fino y resistente, se extendió hasta sus muñecas, formando puños anchos de un blanco inmaculado con detalles dorados, vueltos hacia afuera en el clásico estilo. La parte frontal de la chaqueta se cerró con una doble fila vertical de botones dorados, dándole un aire marcial. La parte inferior se dividió, abriéndose como una levita corta o frac, dejando a la vista la falda plisada blanca que se había formado debajo, con un borde fino de color rojo en el bajo.
Su cabello, color dorado como el sol de Solaria, permaneció intacto, enmarcando su rostro serio. Sus ojos azules, brillantes y decididos como el mar, observaban la transformación, una mezcla de familiaridad con su propia creación y la confirmación de que estaba lista. El lazo rojo que siempre llevaba al costado, si lo tenía puesto, se integró perfectamente con el look, un toque personal en el uniforme de combate.
La energía dejó de fluir. La transformación estaba completa. Aria Stephen, la científica, se había vestido con el potencial oculto de Aetheria. El Traje de Combate Nano-Astral era sofisticado, heroico, juvenil, una fusión visual de su mente analítica, su herencia arcana y su decisión de actuar. Se sentía ligera. Fuerte. Lista.
Miró a Reiss una última vez. —Cuídate —dijo, una promesa silenciosa en sus ojos azules.
Reiss asintió, pálido, pero con un brillo de fe y preocupación en sus ojos. Su papel era esperar. El de ella, ir.
Aria se dirigió hacia la puerta pesada del laboratorio. Su paso era firme ahora, ya no incierto como el de Jake al salir. Sobre sus hombros y cuerpo, llevaba la manifestación de años de secreto y preparación.
El aire frío de la noche la recibió de nuevo. El olor a destrucción y energía antinatural. Pero ya no era solo la víctima potencial que lo percibía. Era una fuerza que se dirigía hacia él. Hacia el Coliseo. Hacia el vórtice.
El oro estaba siendo forjado.