El crujido del Coliseo, ahora el resonar de una mandíbula cósmica abriéndose, se tragó cualquier esperanza de tregua. Jake y Sophia retrocedían, sus pasos desesperados, la marea antinatural de Raven lamiéndoles los talones. El aire se había vuelto una pasta densa y gélida, pegándose a sus pulmones con el hedor a ozono y algo putrefacto, un miasma que no solo asfixiaba la vida, sino que prometía anularla. La marca en el brazo de Jake, un tormento pulsante, le susurraba al oído las visiones fracturadas del Vacío, un abismo de conciencia antigua que ahora tejía la propia realidad del Coliseo a través de Raven.
Las rocas danzaban. No caían; se alzaban, se torcían en nudos imposibles y luego, con la precisión de un verdugo, se estrellaban donde Jake y Sophia habían estado un instante antes. Raven se deslizaba entre la destrucción que orquestaba, una silueta de perfección fría y letal, sus movimientos una coreografía macabra. Era el silencio andante, el terror sin voz, la encarnación misma de la Coreografía Negra de Zephyr.
Jake tiró de Sophia, esquivando por milímetros un pilar destrozado que se materializó de la sombra. El Fulcro Luminar en la mano de Sophia brillaba con una luz parpadeante, una chispa de rebelión contra la marea. Sus ojos estaban fijos en la salida, en la promesa de un escape que se sentía ilusorio.
Pero antes de que pudieran alcanzar el umbral, una ráfaga de viento, limpia y cargada con la promesa de algo más allá del polvo y la corrupción, los golpeó. No era la brisa del campus; era un aire purificado, resonando con la energía estelar. La oscuridad del Coliseo, que parecía un manto inquebrantable, parpadeó, por un instante, como si una estrella fugaz hubiera chocado contra ella.
Y entonces la vieron.
No era una aparición etérea, sino un impacto visual, concreto y feroz. Desde la entrada, una figura se lanzó hacia ellos, no corriendo, sino surcando el aire con una gracia precisa, una línea recta de carmesí brillante y propósito inquebrantable. Era Aria Stephen. Pero no era la Aria de la bata de laboratorio, la de la mente calculadora y la distancia impoluta. Era la hija de Aetheria, desatada.
Su Nano-Astral Suit, un tejido de energía condensada y nanofibras, resplandecía con un carmesí tan profundo que parecía absorber la luz circundante y reemitirla multiplicada. El negro de sus botas y medias largas se fundía con la noche, pero la chaqueta pirata de corte entallado, la blusa de cuello sencillo con su listón rojo y broche dorado, y la falda plisada con ribete rojo, eran un grito de batalla contra la desolación. El brillo dorado en los puños blancos de su chaqueta y en los cierres de sus botas no era solo estético; era la manifestación física de la energía estelar que ahora la envolvía, pura y controlada. Su cabello dorado, como un sol en miniatura, caía intacto sobre el uniforme. Sus ojos azules, antes fríos y analíticos, ahora brillaban con una determinación que podía quemar.
Jake, jadeando, se detuvo. La mandíbula se le cayó. Abierta. Descaradamente. Sin pensarlo dos veces. La visión era tan… impactante. No era solo que estuviera vestida de forma sorprendente; era cómo esa ropa, ese "traje", se fundía con su esencia. Parecía la encarnación de la justicia, la furia estelar condensada en una forma heroica, como si una diosa de las estrellas hubiera descendido para la batalla. En medio de los escombros y la desesperación, la imagen de Aria lo golpeó con la fuerza de un rayo, disipando por un segundo todo el terror que Raven inspiraba. ¿De dónde diablos había sacado eso? ¿Y cómo podía alguien verse tan... así... en medio del fin del mundo?
Sophia, que se había detenido junto a él, notó la expresión de Jake. Su propia boca, aunque no boquiabierta, se curvó en una mueca. Sus ojos, rojos por las lágrimas y el cansancio, se entrecerraron y lanzaron a Jake una mirada cargada de reproche y puro juicio. Era la mirada de "Jake, de verdad, ¿estamos en esto? ¿Ahora mismo?" El tipo de mirada que podía congelar el mismísimo infierno o, al menos, a un adolescente hormonado en medio de un apocalipsis.
Jake, sintiendo la punzada psíquica de la mirada de Sophia (y probablemente de su pie golpeando el suyo), parpadeó, su boca cerrándose con un chasquido audible. El sonrojo le subió hasta las orejas, no por vergüenza de la situación, sino por la abofeteada astral que acababa de recibir. "Vale, vale, mal momento," pensó, sintiendo un pinchazo de humor absurdo en medio del horror. Sophia, con su Fulcro Luminar aún brillante, rodó los ojos. La exasperación era casi tangible.
Pero no había tiempo para el bochorno. Aria no se detuvo. Su impulso era una flecha.
—¡Retrocedan! —Su voz cortó el aire como una cuchilla de luz. No fue una súplica, fue una orden. Cada palabra llevaba el peso de una voluntad que no aceptaba discusión.
Raven se giró de inmediato. Sintió la irrupción como una grieta en su sinfonía de sombras. La oscuridad en sus ojos se volvió más densa, como si intentara absorber la luz que irradiaba Aria. La Coreografía Negra, esa danza precisa con la que manipulaba el Coliseo, titubeó. Solo por un segundo… pero fue suficiente. La presencia de Aria no era solo poder; era una contradicción viva, un golpe directo a la esencia de Zephyr. Una fisura en su control absoluto.
Aria no atacó con explosiones desmedidas. Lo suyo era precisión. Era cirugía. Extendió la mano, y desde su palma brotó una ráfaga de energía estelar pura, del mismo carmesí intenso que cubría su traje. No fue una explosión: fue una onda quirúrgica. Una negación activa de la Coreografía. Donde tocaba, las sombras se disolvían sin estruendo, deshaciéndose como si jamás hubieran existido. Las rocas suspendidas caían, no destruidas, sino liberadas de la fuerza que las sostenía.
Era el orden deshaciendo el caos. No con violencia, sino con certeza.
Raven se adelantó, creando una barrera de sombras solidificadas que se elevaban del suelo. Aria se lanzó a través de ellas. Sus movimientos eran de una velocidad y precisión asombrosas, un ballet letal de luz y sombra. No chocaba; danzaba a través de los ataques de Raven. Evitaba las espinas de oscuridad, se deslizaba por debajo de los brazos sombríos, mientras sus manos, ahora focos de energía, liberaban pulsos de energía estelar que parecían desenredar la Coreografía Negra que Raven tejía.
Jake y Sophia observaban, atónitos. Habían visto a Aria en el laboratorio, habían presenciado su inteligencia. Pero esto… esto era la encarnación del poder, la aplicación física de la ciencia astral a un nivel que jamás hubieran imaginado. Jake sentía la marca en su brazo vibrar no solo con dolor por la cercanía de Raven, sino también con una extraña sensación de asombro por la demostración de poder de Aria. Era como si su propia "conexión" con la energía antinatural le permitiera apreciar mejor la magnitud de lo que Aria estaba haciendo.
—¿Quién… qué demonios es ella? —murmuró Jake, más para sí mismo que para Sophia. Su boca seguía ligeramente abierta, pero ahora por puro asombro por la batalla, no por admiración inapropiada.
Sophia, sin quitar la vista de Aria, murmuró, su voz un susurro ronco: —Aria Stephen. Una caja de sorpresas y muy, muy buena en lo que hace. Menos mal que no se quedó en el laboratorio.
El combate se convirtió en una sinfonía. Aria era la melodía principal, un aria de luz y gracia. Raven era el contrapunto oscuro, un ritmo discordante de destrucción. Cada pulso de energía estelar de Aria desdibujaba los límites de la realidad que Raven intentaba reescribir. No buscaba aniquilarlo de inmediato, sino desmantelar su control, pieza por pieza.
En un momento, Raven desató una oleada de energía tan densa que el propio aire se volvió opaco. Aria, en lugar de esquivar, levantó ambas manos. El Nano-Astral Suit en sus brazos se iluminó, y de sus palmas brotó una cúpula de energía estelar que, en lugar de chocar, se enrolló alrededor de la oleada de oscuridad. La energía pura actuó como un imán para la corrupción, conteniéndola, compactándola, hasta que colapsó en un punto único que se disipó sin un sonido. No fue una explosión, sino una implosión controlada de la oscuridad.
La tensión era palpable, pero Jake sintió una pequeña punzada de humor amargo. Aria, con su precisión de cirujana, era básicamente la versión más extrema de "organización" en un lugar de puro caos. Podía casi oírla regañar a Raven por su "Coreografía desordenada".
Jake y Sophia, viéndola en acción, comenzaron a moverse, ya no en retirada, sino buscando una forma de apoyar. Sophia levantó el Fulcro Luminar, preparando un pulso de energía para golpear a Raven si Aria abría una ventana. Jake, sintiendo la energía de la marca arder, pero también la extraña conexión con la "coreografía" de Raven, intentó discernir patrones, buscando cualquier fisura que pudiera explotar.
La llegada de Aria no era solo un alivio; era una revelación. Había más en Solaria de lo que jamás habían imaginado, y ella, la científica distante, era la prueba más sorprendente. El Coliseo era ahora el escenario de un baile mortal, una sinfonía de furia estelar contra la oscuridad primigenia, y el destino de su mundo pendía del filo de la hoja de ese ballet. La guerra, lejos de terminar, había adquirido una nueva y deslumbrante dimensión.