La sinfonía de destrucción que Raven tejía encontró su contrapunto en el resonar combinado de tres voluntades, tres fuegos que, por un breve y esperanzador instante, parecieron capaces de desafiar la noche. Aria, en su Nano-Astral Suit carmesí, era un torbellino de precisión, cada movimiento una ecuación resuelta contra el caos. Su energía estelar, purísima y controlada, no buscaba el impacto bruto, sino la disrupción de la Coreografía Negra de Raven. Lanzaba pulsos que no solo golpeaban, sino que deshilachaban las líneas de sombra y las deformaciones espaciales que Raven creaba, haciendo que el entorno retorcido a su alrededor se estabilizara momentáneamente, como si la realidad recuperara su coherencia.
Sophia, a su lado, era una marea creciente. El Fulcro Luminar en su mano pulsaba con una luz constante, un faro de furia contenida. Donde la energía de Aria era como el bisturí del cirujano, la de Sophia era la embestida del ariete. Sus explosiones de luz pura no buscaban borrar, sino impactar, repeler, romper. Cada estallido resonaba con una fuerza que empujaba a Raven, obligándolo a retroceder, a disipar sus formaciones de sombra o a reconstruir su forma.
Y Jake, entre ellos, era el trueno. Su energía, aún sin refinar, era un eco del caos, pero canalizada por su instinto y el vínculo forzoso con la marca. No operaba con la precisión de Aria ni con la pureza de Sophia, sino con una resonancia bruta. Sus golpes astrales, aunque desordenados, eran impredecibles, y la marca en su brazo, aunque ardía con un dolor que le nublaba la vista, le otorgaba una punzante comprensión de los patrones de energía de Raven, permitiéndole anticipar sus movimientos y golpear con una fuerza que lo sorprendía incluso a él mismo. La pulsación de la marca ya no era solo dolor, sino un eco del poder mismo de Raven, permitiéndole sentir cada quiebre en su Coreografía.
La combinación era letal. Aria desorganizaba, Sophia repelía, Jake golpeaba aprovechando las fisuras. El Coliseo se convirtió en un campo de batalla dinámico, un ballet letal de luz, sombra y los repentinos destellos de energía que rompían la monotonía. Raven, que antes había sido una fuerza imparable, ahora se veía forzado a la defensa, a reaccionar. Se deslizaba por las ruinas con más velocidad, sus manos tejiendo defensas de sombra y contraataques de energía, pero el avance de los tres era innegable.
Por un momento, la esperanza floreció en el corazón de Jake, un atisbo fugaz de que podían ganar. Raven se tambaleó bajo un golpe coordinado de Sophia y Jake, explotando una apertura que Aria había forzado. Su forma se distorsionó violentamente, la oscuridad arremolinándose como tinta en agua.
Pero Raven no era un adversario ordinario, ni su origen era simple. Era un recipiente. Un heraldo. Y la Coreografía Negra de Zephyr, la que lo había transformado, no era un mero conjunto de habilidades, sino una expresión de la anulación. La forma retorcida de Raven no solo se recompuso, sino que lo hizo con una velocidad y una maleabilidad aterradoras. La fisura que habían creado se cerró. La oscuridad se solidificó. Y la presión que ejercía sobre el Coliseo se volvió más intensa, más opresiva.
Raven levantó sus manos, pero esta vez no para tejer un ataque visible. Los pilares destrozados que antes había animado con sombras se desintegraron en motas de polvo oscuro que, en lugar de caer, se unieron en una nube opaca y gélida. La nube se lanzó hacia ellos, no con la fuerza de un proyectil, sino con la silenciosa voracidad de un vacío. No era solo oscuridad; era la ausencia misma.
La energía pura de Sophia, canalizada a través del Fulcro Luminar, se lanzó para disipar la nube. El haz de luz debería haberla pulverizado, como un cuchillo en la mantequilla. Pero en lugar de disiparse, la nube se retorció. No hubo explosión. No hubo un impacto directo. La luz de Sophia, su energía estelar pura, comenzó a ser arrastrada hacia el centro de la nube oscura, succionada, atenuada. El Fulcro Luminar, que antes vibraba con fuerza, ahora emitía un zumbido de alarma, como un motor luchando por no calarse.
Sophia sintió una punzada helada, no en su cuerpo, sino en su espíritu, una sensación de despojo. Era como si algo le estuviera extrayendo la vitalidad del Fulcro, como una esponja absorbiendo agua. —No… —jadeó, sus ojos muy abiertos por el horror.
Jake también lo sintió. La marca en su brazo gritó. No de dolor por un ataque, sino de una sensación de sifonamiento. Era una vibración extraña, un tirón. La energía astral que fluía a través de él, incluso la energía dispersa de su propia resonancia, estaba siendo aspirada hacia Raven. Y con ella, los ecos de los recuerdos que la marca le había dado sobre Zephyr, sobre la anulación, se volvieron más claros, más nítidos, más terribles. Raven no solo se regeneraba. Se alimentaba. Cada ataque de energía pura que le lanzaban, cada manifestación de luz estelar, era un banquete para Zephyr. Se hacía más fuerte.
Aria, cuyos sentidos Aetherianos eran de una sensibilidad extrema, percibió la transferencia de energía. Vio cómo los hilos de luz de Sophia, y las partículas de la resonancia de Jake, eran absorbidos por la forma de Raven. Vio cómo la Coreografía Negra, en lugar de ser perturbada por su propia energía, se volvía más densa, más intrincada, alimentada por sus propios esfuerzos.
—¡Espera, Sophia! ¡Jake, detente! —La voz de Aria fue un latigazo de urgencia y comprensión. Su mente calculadora, que procesaba datos a la velocidad de la luz, ya había llegado a la conclusión más escalofriante. Había una lógica en el horror. Raven no luchaba para derrotarlos; luchaba para drenarlos.
Raven, una vez más, no se movió con violencia. Su figura silenciosa se volvió hacia ellos, y Jake pudo sentir una sensación de satisfacción gélida que emanaba de él a través de la marca. Como un depredador que ha encontrado a su presa. El Coliseo se retorció con más fuerza, las sombras alargándose, las estructuras de energía formándose con una maleabilidad aterradora.
—No podemos… no podemos luchar así —dijo Aria, su voz tensa, pero su mirada aún firme. El carmesí de su traje parecía un desafío, pero sus ojos azules revelaban la comprensión de la trampa mortal en la que habían caído. —Cada golpe, cada uso de energía estelar… lo fortalece. Es una contramedida, no una regeneración pasiva. Está integrado con su propia esencia.
Jake se sentía helado, el horror invadiéndolo. ¡Estaban alimentando al monstruo! Todo lo que habían hecho, cada gramo de esfuerzo, había servido para fortalecer a su enemigo. Era una pesadilla táctica, una contradicción de todo lo que sabían sobre el combate.
—Entonces, ¿qué hacemos? —Sophia jadeó, el Fulcro Luminar parpadeando en su mano, la energía que sentía que se escapaba de él la agotaba más que cualquier ataque.
—Retirada. —La palabra salió de los labios de Aria con la precisión de un mandamiento. —Táctica. Tenemos que romper el vínculo, buscar un lugar donde su influencia no sea tan absoluta. Necesitamos datos. Reiss... podría tener una solución.
Pero el Coliseo, el campo de juego de Raven, ya se había sellado. Las entradas por las que habían huido se habían vuelto paredes de sombra solidificada, más densas que el acero. Las gradas rotas que antes se levantaban ahora se unían, formando un domo de escombros y oscuridad que los encerraba. El aire se volvió más opresivo, el hedor más intenso.
Raven levantó un brazo. La Coreografía Negra se intensificó. Las sombras cobraron vida, manifestándose en formas grotescas, como gárgolas de vacío que se lanzaban contra ellos. No eran ilusiones; eran construcciones de energía antinatural, capaces de dañar, de drenar.
—Maldita sea. —Jake gruñó, golpeando a una de las criaturas de sombra con una ráfaga de energía que, para su horror, pareció hacerla más nítida, más definida. Sentía cómo la marca en su brazo absorbía la energía oscura, pero también, cómo un porcentaje ínfimo de su propia energía se filtraba hacia Raven. Era un intercambio, una simbiosis parasitaria.
Aria se lanzó. Sus habilidades Aetherianas se manifestaron de una forma defensiva. Creó escudos de energía estelar que no buscaban repeler, sino desviar. No golpeó a las criaturas, sino que manipuló el flujo de energía de Raven, creando interferencias que las hacían chocar entre sí o desviarse. Era una danza de evasión y control del entorno, no de ataque directo.
—¡Síganme! —ordenó Aria, su voz una cuerda tensa pero inquebrantable. Identificó una sección menos densa del domo improvisado de Raven, una fisura en su Coreografía. Corrió hacia ella, Sophia y Jake detrás, sus cuerpos agotados, pero sus voluntades férreas.
Las criaturas de sombra los acosaban, sus garras fantasmales rasgando el aire, buscando drenarlos. Sophia utilizó el Fulcro Luminar no para atacar, sino para crear un pulso de luz pura que empujaba a las criaturas hacia atrás, un muro temporal que les compraba segundos. Jake, con la marca ardiendo, usó su resonancia para crear pequeñas ondas de choque que desestabilizaban las formas de sombra el tiempo suficiente para que Aria les abriera paso. La sincronía, aunque agotada y desesperada, era su única arma.
Lograron llegar a la fisura. Aria concentró una onda de energía estelar pura en su mano, no para destruir, sino para abrir. El tejido del domo se rompió con un gemido antinatural, revelando la noche más allá. No era una salida limpia; el aire vibraba con la Coreografía Negra, pero era mejor que la cámara de tortura que era ahora el Coliseo.
Se lanzaron fuera, tropezando. El aire libre, aunque todavía cargado de la resonancia, se sintió como un bálsamo. Corrieron sin mirar atrás, hacia las ruinas más lejanas del campus, buscando un lugar donde esconderse, donde respirar, donde Reiss pudiera ayudarlos a comprender la magnitud de la trampa en la que habían caído.
Raven no los siguió más allá de los límites del Coliseo. Su figura oscura se alzó en el centro del anfiteatro, un monarca de la desolación, su poder creciendo con cada gota de energía que les había drenado. El silencio que dejó a su paso era más aterrador que cualquier grito, la promesa de una persecución que se sentía inevitable.
Jake, Sophia y Aria se detuvieron finalmente, jadeando, en una zona sombría, entre los restos de una biblioteca universitaria, sus cuerpos tensos, sus mentes procesando la verdad brutal. El profesor Aldrich no estaba con ellos. Y Raven, el heraldo de Zephyr, se había vuelto más fuerte con su propia luz. La sincronía, aunque formidable, no era suficiente. Era una agonía. Y la retirada, aunque necesaria, era solo el preludio de una batalla mucho más desesperada. La lucha por Solaria no era un asedio. Era una carrera contra la anulación.