Hace unos minutos
Malcom se recostó en el banco de su celda. Intentó mantener la calma, pero a ningún lobo le gusta estar enjaulado. No merecía esto. Visiones de esta mañana no dejaban de aparecer; nadie tenía el derecho de interrumpir su apareamiento.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Damien cuando llegó para verlo en la celda.
—¿Por qué estoy aquí? No hice nada malo. Ella es mía.
—Está bien; por si te lo estabas preguntando.
Malcom bajó la vista al suelo. Sus sentimientos se transformaron en vergüenza.
—Ella me pertenece —murmuró Malcom, mirando hacia arriba—. No me disculpo.
—¿Estás seguro? Estaba en celo. Cualquiera podría haberse confundido —preguntó Damien.
—Nuestras miradas se encontraron y supe que era mía —dijo Malcom—. Tenía que poseerla completamente. Quería aparearme con ella y marcarla justo en ese momento. No podía pensar en nada más.
—Bueno... parece que ella no está de acuerdo —dijo Damien.
—¿Por qué no? —preguntó Malcom.