El día siguiente...
Esteban se sentó frente a su hijo, estudiando el aspecto demacrado en el rostro de Sven. Solo tenían unos minutos juntos, pero la mitad del tiempo transcurrió en silencio. Sven no se atrevía a mirar a los ojos de su padre, manteniendo su mirada hacia abajo. Su expresión era vacía, la vida en sus ojos, tenue.
Era lo mismo para Esteban.
—¿Ellos también… te pidieron que hicieras esto por ellos? —se preguntaba Esteban, sospechando que alguien había empujado a Sven a hacer lo que había hecho—. ¿Y ahora que estás aquí… o acaso esa era su plan desde el principio? ¿Enredarte en todo esto?
Esteban quizás no era tan astuto o innovador como Atlas, pero era lo suficientemente perspicaz como para juntar las piezas. Aquellas personas que se le habían acercado anoche lo habían dejado en su casa sin ponerle un dedo encima. Sin embargo, Esteban no podía dormir, con la oferta de ellos pesándole en la mente.
Había pasado la noche pensando, cuestionando, suponiendo.