—Que él aprenda de su error y no te castigues a ti y al resto de tu familia solo por tu hijo. Tía y Sofia eran inocentes. No las castigues —dijo alguien.
Una lágrima rodó lentamente por la mejilla de Esteban sin que él se diera cuenta, mientras sus ojos permanecían fijos en Slater. Un nudo grande se formó en su garganta, sus labios temblaban al escuchar las palabras que ya sabía y que había estado evitando debido a la situación.
No era que Esteban no lo supiera. Era simplemente que quizás necesitara escucharlo de alguien más.
¿Quién hubiera pensado que ese alguien más sería Slater Bennet? El pequeño tonto de la familia Bennet—el que menos esperaría Esteban que dijera palabras tan honestas, aunque amables.