Me sentía mucho más cansado que de costumbre, lo cual era normal después de la noche que había tenido. No quería andar en ese momento, no podía dejar de pensar en el entierro, y me sentía culpable por no ir.
Irónicamente, no tardé mucho en ignorar la situación por completo, y en el tiempo que tardé en volver a casa, ese peso que sentía por haber huido cesó.
Ya había aceptado la elección que hice, y como nunca iba a estar lo suficientemente arrepentido como para dar media vuelta, dejé de lado todo.
Dentro de nada iba a ser la hora de comer, por lo que, al llegar a casa, me calenté fideos instantáneos en el microondas.
Por primera vez, me sentó mal comer solo.
Ojalá esto fuese un romance o un “Slice of Life”, así pasaría cualquier evento aleatorio que haría de mi vida algo más interesante, ya que yo solo no puedo hacer nada en ella.
Digo esto, ya que, como de costumbre, después de comer pensé en que hacer.
Dar una vuelta? No tengo energía como para salir a la calle. Leer algo? Me voy a distraer mucho. Jugar a algo? No tengo ganas.
Cada vez las excusas se vuelven más genéricas. No quiero porque me da pereza. No quiero porque no quiero.
Quizá es que no me apetece hacer nada. Debería de echarme una siesta, pero mi cabeza solo quiere “hacer algo”. Eso sí, algo que sea divertido, porque dormir es aburrido.
Después de dar vueltas por casa como un niño en navidad, decidí cambiarme de ropa. Supongo que en algún momento me he acomodado a llevar traje, aunque con lo caro que será, mejor lo guardo.
No podía faltar el rebuscar en el armario de ^[Ç+?, como si fuera costumbre, y robarle algún pijama.
Este armario parece una reliquia sagrada, es mi salvador. Aunque cada vez que lo abro, por un momento todo parece ser de color rojo.
Con el pijama ya puesto, terminé de irrumpir en su armario, para robarle la cama.
Esperaba estar tumbado inútilmente horas y horas sin conseguir nada, pero logré dormirme rápido.
Esa vez, sí soñé.
La parte mala de esto es lo ambiguo que todo se sentía. No había nada definido. Todo estaba compuesto por figuras y colores abstractos, los cuales no significaban nada para mi.
No tenían valor alguno, a pesar de que me resultaran familiares. Al moverme, por más lento o por muy poco que lo hiciera, estos cambiaban junto a mi movimiento. No se mezclaban, estos bailaban entre sí, sin perpetrar en el espacio del otro, era un baile indefinido, un baile inexistente.
Las únicas cosas consistentes dentro de ese mar de colores era una luz blanca, excesivamente alejada de donde estaba, y también, ojos.
Eran pocos, casi escasos, pero los que había me miraban a mí. No me sentía incómodo, me sentía asqueado, era como ver un cadáver putrefacto con ratas comiendo de la carne.
Cada vez que veía uno, intentaba deshacerme de él, de cualquier manera. Al hacerlo, estos explotarían, dejando atrás una débil risa, igual de asquerosa que sus miradas.
Pegando y aplastando cualquier ojo que me mirara fijamente, decidí enfocarme en la mancha blanca del final, e ir por ella.
Cuanto más andaba, más pálidos se veían los colores, y más ojos aparecían en mi camino. Llegó a tal punto que merecía más la pena ignorarlos y seguir adelante que centrarme en deshacerme de ellos uno a uno.
Cuanto más andaba, creía que al final del todo, en la luz blanca, había alguien esperándome. Pero no podía ver a nadie. Ni una silueta, ni una sombra. Nada.
Los colores se habían convertido en la misma luz que antes perseguía, aunque casi ni se notara el cambio, debido a la cantidad de ojos a mi alrededor. Todos mirándome.
No podía soportarlos, pero no podía pararlos, así que fui yo el que cerró sus ojos. Aunque los cerrara, decidí seguir adelante.
Pero, no tuve ni la más mínima oportunidad de dar el primer paso al cerrarlos, ya que en cuanto lo hice, el sueño acabó.
No me desperté por mi cuenta. No fue una alarma, no fue el frio que venía del suelo.
Y ojalá, ojalá, hubiera sido ella.
FIN DEL PRIMER VOLUMEN