Los ojos de Valerie se abrieron de golpe con un sobresalto, su corazón acelerado en su pecho. Se agitó hasta sentarse, desorientado y sin aliento, solo para que unas manos gentiles trataran de empujarlo de nuevo hacia la cama. Miró a su alrededor con los ojos frenéticos, luchando por comprender su entorno.
—Tranquilo, hermano. Tranquilo —una voz familiar lo tranquilizó, su tono un bálsamo calmante para su mente desorientada.
Era André.
—¿Dónde estoy? —Valerie apartó la sábana y se sentó, incapaz de seguir acostado.
—Deberías calmarte primero —le dijo André, con una mirada preocupada en sus ojos.
Sin embargo, esas advertencias se perdieron en Valerie, cuya mente ya empezaba a juntar las piezas. —Este es tu lugar —afirmó André, reconociendo su entorno.