En la Casa Blanca
—¿Cómo está mi nieta? —preguntó Saul, con voz cansada. Todavía estaba acostado en la cama, con un suero colocado en su brazo, su cuerpo estaba tan débil después de sufrir un leve ataque al corazón. En este punto, él era la única persona en la que Carla podía confiar.
—Todavía está detenida, señor Presidente, intentamos pagar la fianza pero no hay nada que podamos hacer. Hay demasiados casos presentados en su contra ahora. Ha sido acusada de ser la mente maestra de cada delito que Rico cometió —respondió su asistente con cuidado.
—Además, el Mariscal de Campo llamó mientras usted dormía. Aconsejó que no debería intervenir en la investigación. Me aseguró que él manejaría el asunto personalmente y que usted debería concentrarse en mejorar.
Saul asintió, su expresión era ilegible. Confíaba en su yerno más que en nadie, si Arlan decía que lo manejaría, lo haría.
Su asistente vaciló antes de hablar de nuevo. —Señor, hay algo más...