—Jael —susurró ella.
—Hola, Mauve —mientras hablaba, levantó su mano y echó su cabello detrás de sus orejas—. Dijeron que no ibas a despertar, sin importar lo que hicieran.
Sus ojos se abrieron aún más como si el hecho de que él respondiera significara que esto no era un sueño.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, su expresión de asombro no cambió.
Él retiró su mano de su rostro como si ella lo hubiera quemado. —Esa no es la respuesta que esperaba —dijo con un ceño fruncido.
El conocido fruncimiento de cejas era reconfortante, Mauve luchó contra el impulso de intentar alisar los pliegues.
—Bueno, Luis dijo que no podías venir porque tenías asuntos importantes que atender —ella miró hacia abajo mientras hablaba—. ¿Por qué te sientas tan cerca de mí? Si me inclino hacia adelante, aunque sea un poco, mi cabeza caerá sobre tu pecho.
—Pareces no estar feliz de verme —dijo él.
Mauve levantó la cabeza bruscamente para mirar su rostro de nuevo. El sonido de su voz tiraba de su pecho.