—Temo que tiene la Enfermedad Blanca —dijo Jean.
El silencio siguió a sus palabras. Alguien podría dejar caer un alfiler y se escucharía como un eco por lo silencioso que estaba.
Jael podía ver cómo la nerviosidad de Jean aumentaba a medida que el silencio se prolongaba. Los ojos del médico iban de izquierda a derecha.
—Ella pensaba lo mismo —finalmente dijo Jael.
—¿Ella también? Su madre murió de lo mismo, estoy seguro de que le es familiar.
—Ella piensa que va a morir —dijo Jael. No tenía sentido andarse con rodeos.
Jean movió nerviosamente los pies, torciendo los dedos y Jael pudo ver cómo el sudor le brotaba en la frente.
—Jean, tienes permiso para decir lo que piensas. No hay necesidad de endulzar tus palabras, no ayudará a nadie —ordenó Jael.
Jean tragó saliva y asintió ante las palabras de Jael. Miró al suelo antes de volver lentamente la mirada hacia el rostro de Jael.
—No se equivocará —respondió él.