André besó la frente de Mielle. Sus pulmones jadeaban mientras luchaba por recuperar el aliento después de su prolongado beso.
—¡Dios, eres tan hermosa! —dijo él.
Los ojos de André memorizaron cada detalle de su juvenil rostro mientras la contemplaba. Deslizando sus dedos sobre sus hinchados labios.
El sonido de un plato roto y las maldiciones roncas del cocinero desde la cocina rompieron el silencio entre ellos, sacando a André de su ensueño.
Él tenía responsabilidades que atender, y eso incluiría encontrar al extraño hombre del pasillo.
Miró a Mielle, todavía acurrucada en sus brazos. Su cuerpo no quería renunciar a su calidez, pero su cerebro decía lo contrario.
—Deberíamos volver ambos al trabajo —dijo.
—Ve, ocúpate del Duque y la Duquesa y ten en cuenta lo que te dije —añadió André como si advirtiera a un niño de no hablar con extraños—. Mielle, quédate con el Duque y no hables con nadie. Vendré a buscarte en cuanto termine.