Los dedos largos y redondeados de Xu Feng desplegaron la carta arrugada, alisándola con paciencia deliberada. Su mirada se desplazaba de la pulcra caligrafía que adornaba la página a los peculiares símbolos que decoraban la sección inferior del papel.
Era una carta sencilla, carente de información apremiante, sin embargo, eran los extraños caracteres del final los que capturaban su atención.
Mientras leía el contenido, su expresión permanecía compuesta, sin traicionar ni un atisbo de la curiosidad que le roía por dentro. Era un maestro en ocultar sus emociones, su calma una máscara que pocos podían penetrar.
Junto a la carta yacía otro pedazo de papel, previamente doblado y guardado cuidadosamente, pero que todavía mostraba las marcas de su meticulosa planificación.