Melisa marchó por el pasillo del palacio, con Aria a su lado, y el eco de sus pasos resonando a través del corredor de piedra.
Llegaron al estudio de Zephyra.
Melisa no se molestó en llamar. A golpeó con el puño contra la madera.
—¡Zephyra! ¡Abre! Tenemos, uh, ¡tenemos una situación! —exclamó.
Aria levantó una ceja ante la impaciencia de Melisa, pero no comentó nada. Melisa le lanzó una sonrisa rápida.
—Sí, estoy en modo de "hacer que las cosas sucedan". Acostúmbrate, princesa. —pensó Melisa.
Un momento después, la puerta se abrió con un chirrido, revelando a Zephyra Vortell, con sus túnicas negras ondeando y, como de costumbre, su escote colgando peligrosamente bajo.
—Melisa, Aria —dijo con un suspiro, apoyándose en el marco de la puerta—. Mis condolencias, Su Majestad. Acabo de enterarme del rey hace unos minutos.
—Está bien —dijo rápidamente la princesa—. No es por eso que estamos aquí.
—Está bien... ¿En qué puedo ayudarles entonces? —preguntó Zephyra.