Más tarde, la cocina estaba débilmente iluminada, y el suave tintineo de los platos era el único sonido que rompía el silencio.
Margarita estaba frente al fregadero, sus manos frotaban ágilmente un plato hasta dejarlo limpio mientras el vapor se elevaba del agua jabonosa. Su postura era relajada y su canto casual sonaba muy dulce.
Melisa se apoyó en el marco de la puerta, observándola por un momento. Melisa aún estaba cansada de todas esas pruebas de más temprano. Necesitaba desahogarse un poco.
Una pequeña sonrisa tiró de los labios de Melisa.
Sin decir una palabra, Melisa cruzó el suelo, envolviendo sus brazos alrededor de la cintura de Margarita desde atrás. Presionó su mejilla contra su espalda, suspirando contenta.
—Hoy has estado tan ocupada —murmuró Melisa, su voz baja y burlona—. ¿Alguna vez paras?
Margarita rió, sin pausar su trabajo.