La tarde pintaba las calles de Syux con una perezosa luz dorada mientras Melisa vagaba por la ciudad.
Casi iba saltando.
—Hmmmuhhh humuhhh —tarareaba una canción para sí misma, como una despreocupada atolondrada en un programa infantil y, ¿sabes? Sentía que se lo merecía.
Por una vez, no tenía prisa por llegar a ninguna parte. No había asesinos que esquivar, ni Magos Sombrios acechando en cada sombra, ni una necesidad urgente de que alguna de sus novias la tomara bruscamente (eso último había sido atendido a fondo justo antes de este momento, para que quede claro).
Podía simplemente... existir.
«De alguna manera extraño la emoción a veces», pensó, estirándose lánguidamente. Sus ligeramente más grandes pechos rebotaban un poco. «Digo, sí, la constante amenaza de muerte sí que afectaba mi vida sexual. Es difícil llegar cuando no sabes si en el momento que sales, alguien intentará apuñalarte. Nunca me detuvo, pero aún así. ¿Ahora? Ahora, puedo simplemente... Ser. Increíble».