Melisa caminaba de un lado a otro en el estudio de Javir, echando de vez en cuando un vistazo al reloj en la pared. Había pasado casi una hora desde que ambos decidieron esperar a que Jaylin volviera para poder resolver esto.
Justo cuando Melisa estaba a punto de preguntar si deberían esperar hasta mañana, la puerta del estudio se abrió de golpe con suficiente fuerza para hacer temblar los estantes de libros. Jaylin estaba en la puerta, su cabello desordenado y sus ojos salvajes con una mezcla de horror y furia.
No dijo una palabra. En su lugar, levantó la mano, sus dedos ya trazando un signo de conjuro en el aire.
—Ventus, turbo, impetu! —Una ráfaga de viento salió de sus dedos directamente hacia Melisa, quien apenas logró agacharse a tiempo. El hechizo golpeó un estante detrás de ella, enviando pergaminos volando.
—¡Jaylin! —gritó Javir.
Pero Jaylin ya estaba dibujando otro signo de conjuro.