—¿Cómo está ella ahora? —Agotado, perdido, complacido y contento. Había tantas palabras que venían a la mente de Damien al salir de la habitación.
Pero no pronunció ninguna mientras caminaba hacia la silla y se sentaba allí.
—La dama había desaparecido después del desayuno. Ya era hora de cenar. Si no regresaba, habría rumores —Ian añadió con cuidado mientras seguía a su amo.
Sabía que algo andaba mal y no tenía nada que ver con Harold o los planes que Eva había hecho para herirlo.
—Su gracia, ¿sabía la dama acerca de su maldición? —preguntó con cuidado, ya que no podía haber otra razón para su extraño comportamiento.
Los labios de Damien se curvaron en una risa hueca. Llena de burla y agotamiento.
—Si tan solo hubiera sido tan simple. La hubiera manejado, convencido de estar conmigo incluso si se hubiera negado —El suspiro que escapó de sus labios hablaba volúmenes del problema al que se enfrentaban, pero Ian no podía nombrar ninguno excepto... ¿El niño?