El Niño de Maldición y Bendición

Soliene miró a la multitud con los ojos abiertos. Aunque ya lo había anticipado, todavía estaba sorprendida de ver cuánta multitud se había reunido en la puerta de la iglesia. Como si estuvieran seguros de que la persona que saliera sería su santa.

Un carruaje blanco con bordes dorados y esquinas doradas en las ventanas estaba esperándolos. Estaba unido a ocho majestuosos caballos blancos. El carruaje parecía salido de un cuento de hadas.

Tan glorioso y majestuoso.

—No debes sentarte adentro —anunció Abraham mientras sostenía firmemente las manos de Eva y la guiaba al asiento. Su rostro parecía contorsionado. Había perdido la calma de antes desde que Eva le dijo que había fallado.

Aunque Soliene no entendía lo que significaba. Había planeado preguntarlo cuando se sentaran en el carruaje.

—¡Perdón! Pero soy su guardia —miró a Eva buscando ayuda, pero la mujer suspiró.