La mañana del tercer día, Shen Nianzu y Jin Jiuchi fueron a sus respectivas clases como de costumbre para mezclarse con la multitud y evitar sospechas. Como era un día ajetreado, la última clase de Shen Nianzu no terminó hasta la noche. Estaba recogiendo sus libros cuando una voz llamó desde la puerta:
—¡Nian, tu novio está aquí!
Shen Nianzu levantó la cabeza y ahí estaba Jin Jiuchi, apoyado en el marco de la puerta con los brazos cruzados y una bolsa colgando de su hombro. Los tonos cálidos del atardecer caían sobre él, proyectando sombras cautivadoras sobre sus rasgos afilados. En medio del bullicio de la multitud, Jin Jiuchi destacaba ante sus ojos como un vibrante estallido de color en un lienzo por lo demás mundano.