Lucio se dejó caer en su silla de la oficina, desabotonando el blazer y recogió el teléfono del escritorio. Marcó el número de Carlo y esperó que contestaran la llamada.
Finalmente, después de algunos timbres, la llamada fue respondida.
Como era de esperar, al otro lado, Carlo estaba en la línea.
—¿Hola?
—Carlo, soy Lucio.
—¿Lucio? —Carlo miró el número antes de acercar el teléfono nuevamente a su oído—. ¿Por qué me llamas?
—Se suponía que debíamos reunirnos hace tiempo, pero algunos asuntos me mantuvieron ocupado —declaró Lucio.
—¿Qué quieres? —preguntó Carlo, con los ojos fruncidos en sospecha.
—Quiero verte —respondió Lucio.
Carlo se rió por el teléfono.
—¿Estás bromeando? ¿Por qué querría siquiera reunirme contigo, Lucio? —murmuró después de que su risa se detuvo.
—Para salvar tu vida —respondió Lucio—. Podría entregar la información sobre tu propiedad a la policía. Sé que has estado haciendo cosas bastante ilegales fuera de Roma —amenazó a Carlo.