DEDOS JODIDOS (1)

Ann abrió los ojos grandes cuando lo escuchó, estaba sobresaltada y confundida sobre a qué se refería con el contrato de diez días con él.

—Ponte la ropa, señorita Ann, mientras te explico más —dijo Marcos.

Llena de lujuria y enfado, Ann tragó fuerte. Saltó del escritorio y se dirigió a recoger su ropa que estaba dispersa por el suelo. La mirada de Marcos se encontró con su redondo trasero que estaba frente a él cuando se inclinó para alcanzar su vestido. Dejó que su imaginación lo dominara, se imaginó quitándose los pantalones y atacando su entrada con su enorme miembro. Pero ¡no! Eso puede esperar. Se aseguró a sí mismo el momento en que ella se levantó, de espaldas a él mientras se ponía el sostén. Deseaba que se volviera hacia su rostro para poder tener una vista perfecta de sus grandes pechos, tal vez podría inventar alguna mentira solo para tocar sus pechos. Es demasiado tarde ahora, ya se ha puesto el sostén.

Ann se sentó en la silla y se puso los pantalones antes de intentar alcanzar el gancho de su sostén, pero no pudo. Se levantó y se acercó a Marcos, luego giró su espalda hacia su rostro.

—¿Te importa? —preguntó Ann. Sabía que sonaba irrespetuosa, pero era toda su culpa, él no podía acostarse con ella, simplemente no lo haría cuando tuvo la oportunidad.

Marcos miró su trasero que estaba frente a él, quería azotar su trasero tan fuerte que ella gritara su nombre, pero este no es el lugar adecuado, solo tiene que ser paciente para no perder su licencia y ella será toda suya muy pronto. Se levantó y ahora su altura era intimidante para ella. Se veía tan pequeña frente a él y baja. Ladeó la cabeza mientras enganchaba su sostén antes de volver a sentarse en la silla.

—Entonces, señorita Ann, como decía —dijo mientras Ann volvía a tomar su vestido de la silla y se lo ponía antes de sentarse—. No puedo tocarte si no firmas el contrato de diez días —agregó Marcos.

—¿Y de qué trata el contrato? —preguntó Ann en tono serio.

—Sumisa —respondió Marcos.

—¿Perdón?

—Tendrás que firmar un contrato para ser mi sumisa y de esa manera, si aceptas, me aseguraré de curarte de tu urgencia sexual —explicó Marcos.

—¿Y si no quiero ser curada? —gruñó Ann y él bufó.

—Es tu decisión tomar, Ann y por eso —Marcos dijo mientras metía la mano en el bolsillo de su vaquero y sacaba una tarjeta—. Te daré tres días para pensarlo mientras preparo los documentos —dijo y dejó la tarjeta sobre la mesa—. Como dije, no puedo tocarte si no firmas el contrato de diez días —remarcó.

—Bueno, gracias porque no estoy interesada —Ann agarró su bolso de la silla y se levantó en un intento de irse.

—Tres días, Ann... y cuento desde hoy, así que solo te quedan dos días o de lo contrario cancelaré la cita —dijo en un tono calmado, la forma en que su nombre salió de su boca en un sonido delicado le hizo replantearse—. Tres días... —Marcos enfatizó en su declaración y ella se giró.

—Lo pensaré —Ann arrancó la tarjeta de la mesa, rechinando los dientes antes de irse.

Marcos sonrió con suficiencia y jugueteó con sus dedos, "Señorita Ann—soliloquió con una amplia sonrisa.