El aliento de Belladonna se quedó atrapado en su garganta y Alaris parecía haberse quedado inmóvil sobre ella; definitivamente él también lo había notado. A estas alturas, debía saber que la mujer los había visto.
El sonido de los pasos de otra persona acercándose a la habitación hizo que la mujer apartara la mirada, y Alaris aprovechó ese momento para moverlos más profundamente en su escondite.
Si el curioso extraño intentara investigar la situación, tendría que matarla. La idea deleitaba a su dragón, pero ese era un lío imprudente que no planeaba dejar. Sería mejor si su sed de corazones y sangre pudiera desatarse otro día más digno.
—Es hora del discurso, madre —dijo una voz femenina, que probablemente pertenecía a la persona que acababa de entrar—. Estás llorando otra vez.
El suave sonido de vestidos y cadenas llenó el aire por un momento.
Belladonna frunció el ceño.
¿Qué estaban haciendo?
Ella lloraba otra vez.
—Estoy bien, querida. Ve tú antes que yo.