A la mañana siguiente, cuando Irene bajó las escaleras, vio a Steven en el sofá del salón con Deborah. Al ver a Irene, Steven le mostró una sonrisa amable y preguntó:
—Irene, ¿dormiste bien anoche?
—Fue bien —respondió Irene con sencillez.
—¡Vamos a desayunar! Tan pronto como Steven se levantó, Deborah hizo lo mismo. Con una sonrisa perpetua en su cara, explicó:
—Steven le pidió a Maisy que te preparara tu desayuno favorito. Ha estado esperando para tomarlo contigo.
—¡Gracias! —Irene se obligó a decir las palabras. La verdad era que no se sentía agradecida por sus amables gestos en absoluto. De hecho, odiaba ver sus sonrisas hipócritas. Si no fuera por Eden, no tendría ni la energía ni el interés de interactuar con ellos.
Debido al regreso de Irene, Steven eligió no ir al trabajo. Era algo sin precedentes, pero se quedó en casa para acompañar a Irene. No obstante, seguía estando ocupado atendiendo numerosas llamadas telefónicas una tras otra.