—Oh, mierda.
—Oh, jodida mierda, mierda.
—Espera, no es lo que parece, lo juro —balbuceé.
Me levanté tan rápido que mi cabeza comenzó a dar vueltas, el latigazo provocando dolor en mi cuello mientras el tope de mi cabeza chocaba con la barbilla de Giovani. Él gruñó de dolor, pero mis ojos solo estaban en Dalia, que nos observaba en silencio atónito.
Los engranajes en mi cerebro giraban buscando una excusa, mis ojos escudriñaban cada rincón de la habitación en busca de algo que pudiera utilizar, pero no había nada. No había manera de esconderlo o de mantener este secreto por más tiempo.
El daño estaba hecho, y los tres lo sabíamos.
Y ¿no era eso exactamente lo que acabábamos de acordar?