Para su suerte, la figura negra no estuvo en su sueño. Quizás solo porque había tomado una siesta; Reggie raramente dormía durante el día, y cuando lo hacía, casi nunca soñaba. Pero ese sueño en particular fue muy malo.
Estaba en un lugar extraño, un castillo de cristal rojo. El cielo, como en su sueño anterior, era rojizo. Había criaturas alargadas y de varios brazos, negras y delgadas, con una enorme lengua bífida que se asemejaba a la de una serpiente; pero, a diferencia de las serpientes que Reggie veía en los libros, esas criaturas parecían monstruos, extraterrestres de películas, pero mucho más feos y horripilantes.
Lo más aterrador de ese sueño era que Reggie estaba encerrado en una jaula de un vivo color rojo, y alrededor de él, esos monstruos intentaban alcanzarlo y agarrarlo. Reggie trataba de evitar que esas criaturas lo tocaran, pero sus lenguas se estiraban hacia él, y sentía la extraña y temible calidez de sus lenguas. Quería correr, escapar y olvidar todo eso; deseaba que se detuvieran, que se alejaran. Por suerte, el sueño terminó ahí, porque se despertó sudando y algo agitado. Obviamente, no iba a volver a dormir hasta la noche, pero tendría que asegurarse de que la figura negra no estuviera allí.
Reggie intentó no pensar en eso. En la televisión, vio que los adultos intentaban distraerse y evitar los pensamientos negativos; eso también podría funcionarle a él, ¿verdad? En ese caso, decidió hacer la tarea que le faltaba. No era mucha, solo la de historia y algunas preguntas.
Mientras intentaba recordar la respuesta a una de las preguntas que había escrito en clase, escuchó un sonido. Giró la cabeza para mirar cada parte de la habitación, pero no había nadie. Intentó volver a concentrarse en su tarea, pero nuevamente escuchó ese sonido, más claro esta vez; era casi como un susurro. Reggie dejó de escribir, dejando caer el lápiz al suelo. Los susurros no cesaban; apenas podía entender lo que decían, pero eran tan insistentes, tan abrumadores. Se tapó los oídos en un intento de dejar de oír los susurros, pero no funcionó.
No sabía qué decían esos susurros, y por cómo evitaba escucharlos, no quería saberlo. Taparse los oídos con los dedos era inútil. Notó que la ventana estaba abierta y, creyendo que los susurros podrían provenir de allí, se acercó rápidamente y, sin intención pero apresurado, cerró la ventana con toda la fuerza que pudo, la cual no era mucha. Reggie temía haberla cerrado de forma muy brusca, pero, para su suerte, los susurros cesaron.
Reggie comenzó a sentirse aliviado y sus hombros tensos se relajaron. Ahora tendría que volver a hacer su tarea. Recogió su lápiz, que había dejado caer al suelo, y escuchó cómo la puerta se abría lentamente. Instintivamente, casi saltó y se subió a su cama, pero se calmó al ver que era solo el señor Gregors.
Bernard lo miró con preocupación por su reacción. —Hola, Reggie, ¿estás bien? ¿Te asusté? —preguntó al entrar en la habitación.
—No, solo me sorprendí, perdón —se disculpó Reggie.
—No hace falta que te disculpes. ¿Cómo te fue en la escuela? ¿Hiciste algo divertido? —preguntó Bernard, sin saber muy bien cómo hablar con un niño.
—Bien, entendí casi todo y fue normal —respondió Reggie mientras jugaba con el lápiz entre sus manos.
—Ah, qué bien —respondió Bernard, pensando en cómo debería iniciar el siguiente tema. —Vi que estabas un poco somnoliento en la mañana y Katie dijo que habías tomado una siesta hace un rato. ¿Tuviste una mala primera noche?
Reggie pensó un poco antes de responder. —Un poco, solo una pesadilla...
Bernard lo miró con curiosidad y preocupación. —¿Pesadilla? ¿Te asustaste?
—No fue nada, solo fue nada —Reggie se arrepentía de su respuesta anterior.
Bernard sabía que no podía darle más vueltas al asunto y decidió ir al grano. —Reggie, quisiera hablar contigo sobre algo... —inició Bernard.
—¿Hice algo malo? —preguntó Reggie, intentando ocultar el miedo en su voz.
—No, por supuesto que no —negó Bernard rápidamente—. Es sobre otra cosa, es sobre tu papá —dijo con tranquilidad, y de inmediato Reggie lo miró con curiosidad reflejada en sus ojos negros, dejando el lápiz a su lado.
—¿Mi papá?
Bernard asintió. —Sí, él... él era una persona muy amable. Fuimos amigos en la universidad, y como policías, él fue mi padrino de bodas y yo fui su padrino cuando se casó con tu mamá. Debías verlo, sudaba mucho, como una langosta —Bernard sonrió un poco al recordar esa ocasión.
Reggie se imaginó eso y un pequeño calor y un leve dolor se instalaron en su pecho.
—Estuvo conmigo en muchas ocasiones y siempre me apoyaba, incluso en cosas muy alocadas de cuando éramos jóvenes. Siempre quiso ayudar a otros, ¿sabes? También te amaba mucho. Cuando naciste, fue la vez que lo vi más feliz; no quería soltarte, aun cuando tu madre lo regañó por eso. Siempre me hablaba de lo orgulloso y feliz que estaba de tenerte como hijo...
Reggie escuchaba; aunque sentía calidez al escuchar eso, una amargura también crecía dentro de él, y una pregunta que llevaba tiempo en su mente y en su corazón salió:
—Si papá me quería tanto, ¿por qué me dejó? —preguntó, en un tono un poco más alto de lo que pretendía. —Si me quería tanto, ¿por qué se fue y me dejó solo? Me dijo que siempre estaría conmigo. Siempre. Me mintió... murió y me dejó y ya nunca lo volveré a ver porque ya no está... —hizo una pequeña pausa; su voz temblaba de dolor. —¿De verdad papá me quería, señor Gregors? —preguntó, la voz apenada y a punto de llorar; no pudo contenerse y soltó lo que había guardado para sí mismo.
A Bernard se le partió el corazón ante esas palabras de Reggie; era tan desgarrador. Se acercó a la cama y se sentó junto a Reggie, quien comenzaba a soltar lágrimas.
—No, tu papá te amaba, y mucho, créeme, te amaba más que nada —decía Bernard, intentando consolarlo. Las lágrimas de Reggie caían por sus mejillas, y sus ojos estaban enrojecidos. Bernard se acercó más y secó algunas lágrimas con su mano.
—Si me quería, ¿por qué me dejó solo? Se supone que la gente muere cuando son viejos, no como lo hizo papá... no así —la voz de Reggie temblaba y se quebraba al hablar. Si de verdad su papá lo amaba, ¿por qué lo hizo? ¿Fue por él? ¿Por qué, entonces? ¿Su amor por él no era suficiente para seguir con él?
Bernard intentaba encontrar las palabras adecuadas mientras continuaba consolando a Reggie. —Escucha, sé que es difícil, pero a veces los adultos tenemos pensamientos y problemas... y es complicado controlar todo y, a veces, pensamos cosas malas... y no pensamos en otras personas, a pesar de amarlas con todo nuestro ser —decía Bernard, todavía limpiando las lágrimas de Reggie y frotando su espalda; esta era una de las reacciones que más temía que sucedieran.
Reggie dejó de llorar un poco. —¿Papá tenía problemas? Entonces, ¿por qué no me lo dijo? —preguntó con un hilo de voz, mirando a Bernard.
Bernard suspiró. —Tu papá solía guardarse algunas cosas para él mismo, y ni yo, que lo conozco desde hace mucho tiempo, pude saber todo lo que pasaba por su mente. Es muy complicado y difícil de explicar. Pero puedo asegurarte que tu papá te amaba desde que supo que existías y hasta antes de... irse. Te amaba, simplemente dejó que sus pensamientos malos lo controlaran —terminó de decir Bernard con cierta pesadez. Reggie paró de llorar, aunque sus ojos seguían rojos.
—No soy tu papá, y no me conoces mucho, pero quiero que estés bien, ¿sí? No pretendo ocupar el lugar de tu papá. Sé que nunca podré reemplazarlo y no quiero hacerlo. Pero ahora, tanto Katie como yo cuidaremos de ti, y quiero que estés cómodo. Si te molesta algo o te sientes mal, puedes decírmelo a mí o a Katie. Ella se preocupa por ti y yo también —dijo Bernard con aparente tranquilidad.
Internamente, había sido difícil encontrar las palabras adecuadas o cómo decir todo eso sin que él mismo comenzara a llorar; quien tenía más derecho a reaccionar así era Reggie, quien ya parecía haberse tranquilizado y haber terminado de llorar.
En la mente de Reggie había idas y vueltas ante todo lo que el señor Gregors había dicho. Su papá tenía problemas; creyó que podía ayudar, pero si intentaba pensar como un adulto, ¿cómo podría un niño como él ayudar a un adulto como su papá? ¿Pero qué tipo de problemas o pensamientos tuvo para irse así? Era como un rompecabezas muy difícil y con muchas piezas.
Bernard siguió frotando la espalda de Reggie, y ahora que él estaba más tranquilo, decidió preguntar: —Reggie, ¿entiendes lo que intento explicarte?
—Creo... —respondió, no muy seguro—. Mi papá me quería... pero ¿sus problemas eran grandes? ¿Es así? Pero no entiendo cuáles problemas —admitió, un poco avergonzado y con la voz baja, todavía con el rostro rojo por el llanto.
Bernard le sonrió. —Eres muy pequeño todavía; cuando seas grande, lo entenderás mejor.
Reggie hizo un pequeño puchero. —Tengo 8, ya soy grande.
Esas palabras hicieron reír a Bernard un poco. —Cuando seas mucho más grande, entonces. ¿Estás bien?
Reggie asintió. Bernard no sabía muy bien qué más decir después de esa charla. No estaba seguro de si Reggie había entendido o simplemente hacía como si entendiera. —¿Y qué estabas haciendo antes de que entrara? —eso fue lo único que se le ocurrió preguntar.
—Estaba haciendo tarea —respondió Reggie, recogiendo el lápiz que había dejado de lado y volviendo a jugar con él.
—¿De qué materia?
—Historia —respondió Reggie, tomando su cuaderno con la intención de seguir completando su tarea.
—¿Puedo ver tu cuaderno? —preguntó Bernard. Reggie asintió y le dio su cuaderno. Bernard observó detenidamente cada respuesta y se sorprendió. De lo que sabía de historia no era mucho, pero parecía que Reggie sabía bastante; incluso su letra era muy bonita. —Tu letra es muy linda y, hasta ahora, todas las respuestas están bien. Eres muy inteligente, Reggie.
—Ah... gracias, señor Gregors —respondió Reggie, algo avergonzado, pero le gustó el cumplido.
Bernard se levantó de la cama y miró a Reggie. —¿Por qué no vamos abajo? Podemos ver la tele, o puedo ayudarte a hacer la tarea, o cualquier otra cosa —dijo Bernard, deseando que Reggie comenzara a sentirse cómodo. Desde que llegó a la casa, solo había estado en su habitación; solo salió para el desayuno y el almuerzo hasta ese momento.
Reggie quería negarse, pero luego recordó los susurros. Disimuladamente miró de reojo la ventana, temiendo que todo se repitiera, y aceptó.
—Está bien, haré mi tarea en la sala —dijo Reggie, recogiendo su cuaderno y saliendo de su habitación seguido por Bernard.
Ahora se encontraban en la sala. Bernard y Katie estaban sentados uno al lado del otro en el sofá, mientras Reggie se sentaba en el piso, cubierto por un gran tapete azul, respondiendo a la última pregunta de su tarea. Se veía muy concentrado, frunciendo levemente el ceño; a Katie le parecía adorable la expresión de Reggie mientras escribía. Bernard, aunque también lo encontraba lindo, notaba que a veces Reggie miraba alrededor, como si intentara encontrar algo.
—Reggie, ¿no quieres sentarte en el sofá? Podemos ver la tele, el canal que tú quieras —dijo Bernard.
Reggie, que ya había terminado de responder la última pregunta de su tarea, asintió. Bernard y Katie estaban sentados juntos, y había un espacio en el sofá al lado de Katie. Reggie cerró su cuaderno y lo puso sobre la mesita, y se sentó en el espacio del sofá.
—¿Y qué quieres ver? ¿Caricaturas? ¿Alguna película? —preguntó Katie, con el control remoto en la mano.
—¿Podemos ver el canal de naturaleza? —preguntó Reggie, algo tímido, mirando sus manos.
—¿El canal de naturaleza? ¿Te gusta ese canal?
Reggie asintió. —Sí, cuentan cosas de animales, plantas, y me gusta —estaba un poco avergonzado; quizás los señores Gregors pensarían que era tonto y se reirían.
En cambio, Katie le sonrió. —Está bien, veamos eso —cambió de canal al de naturaleza, donde estaban dando un documental sobre tigres.
Reggie comenzó a mirar la tele con atención; su animal favorito era la rana, porque podían saltar y nadar, pero también le gustaban otros animales. Mientras transcurría el documental, Reggie prestaba atención al narrador y a los tigres en pantalla.
Katie también prestaba atención al documental. Bernard no tanto, pero le aliviaba que Reggie estuviera disfrutando de algo que claramente le gustaba y le daba curiosidad.
—¿Sueles ver esto seguido? —preguntó Bernard, volteando hacia Reggie.
Reggie giró la cabeza hacia Bernard. —Sí, papá y yo lo veíamos juntos... aunque me gusta ver más los de ranas y sapos, pero los tigres y otros animales también son geniales —dijo Reggie.
Estaba un poco sensible después de su conversación; era algo que hacían él y su papá, veían documentales de animales juntos cuando su papá tenía tiempo. Aunque en esos momentos había risas y algunos comentarios vergonzosos, Reggie no podía recordar esos momentos sin anhelar llorar de nuevo. Pero no podía llorar; ya había sido vergonzoso que llorara frente al señor Gregors y no quería volver a hacerlo frente a la señora Gregors también.
Bernard lo miró unos segundos. —Podemos verlos cuando tú quieras, pero si no estamos, puedes ver lo que quieras cuando tú quieras —dijo con seguridad.
—Está bien —respondió Reggie, sintiendo un poco de consuelo.